Una noche en un mal
vecindario y una venganza planea sobre las calles porque no se puede esperar a
que el lento brazo de la ley actúe. Un tigre deambula por la ciudad y no es muy
aconsejable encontrarse con él. Y todo porque la violencia se cierne sin apenas
darse cuenta. Es luchar contra un gigante invisible que se mueve y siente a
través de mentes juveniles que, por definición, son más propensas a la
crueldad. La energía parece ausente del protagonista y la noche se hace
demasiado larga. La necesidad del castigo domina a la víctima y un policía
honesto sólo desea que los jóvenes estén a salvo y se alejen de las tentaciones
y que el hombre que les busca se proteja a sí mismo. El drama es la
consecuencia lógica del delito. La intensidad se palpa y la intriga se siente.
La patológica propensión a la violencia de los jóvenes es un problema real del
que no se puede huir. Hay crueldad, hay vicio, hay irresponsabilidad y también
algún que otro ramalazo de valentía. Quizá eso es lo que más esperan los
jóvenes.
Con una trama creíble y
bien interpretada, Alan Ladd y Rod Steiger tratan de contener las emociones y
buscan respuestas a un acoso inexplicable, a un deseo de venganza y a la
razonable pretensión de cuidar del futuro. La vulnerabilidad se convierte aquí
en el principal motivo de toda reacción. Los personajes se muestran débiles,
atemorizados y pagan esa incertidumbre con la desmesura del carácter. El
director Philip Leacock está muy atento al detalle para trazar con sugerencia y
delicadeza todo lo que piensan y por qué actúan así. Las cosas se escapan al
control y es difícil bucear en la personalidad de los que han sido zarandeados
por hechos imprevistos. Tal vez hoy se pueda pensar que todo esto es imposible,
pero no es así. El hecho de que no lo veamos no quiere decir que no exista.
El infierno también se
vive en casa porque es muy complicado asumir que todos somos susceptibles de
ser atacados. Las pesadillas se suceden y no hay duda de que el día se vuelve
noche cada vez que la mente divaga en busca de razones que no son. No hay
satisfacción alguna en la venganza, pero se siente como una obligación, como
una necesidad. Todo por coger un desvío equivocado. Todo por detenerse en un
lugar en medio de la nada. Al final, habrá que dar las gracias porque alguien
muestre el verdadero camino de la superación. La sangre no es un consuelo, es
un nuevo problema.
Así que es tiempo de estar bien atento en el regreso a casa. El éxito puede convertirse en fracaso en un abrir y cerrar de ojos y la fiera que todos llevamos dentro se puede desatar en cualquier instante, con sus ojos inyectados en el rojo y su ira concentrada en el rostro. Mientras tanto, siempre habrá algún que otro guardián en la ciudad con la mirada fría y la cabeza caliente, dispuesto a poner los límites para que nada se vaya más allá de las inquietudes del ser humano en un mundo desoladoramente despreciable.
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