miércoles, 3 de febrero de 2021

LOS SECUESTRADOS DE ALTONA (1962), de Vittorio de Sica

 

No hay nada como esconder a un hijo de pasado turbulento en el desván para hacer como que el tiempo no pasa y las cosas siguen como siempre. Todo no sería más que una simple anécdota algo excéntrica si no fuera porque el hijo es un criminal nazi. Los padres le han recluido allí arriba y le han hecho creer que la guerra sigue su curso…veinte años después de que termine. Tanto es así que aún lleva el uniforme puesto, siempre en guardia para servir a su patria e ir a matar a los enemigos del Estado. El asunto resulta mucho más fácil porque la familia, lógicamente, tiene dinero a raudales y, además, está participando del desarrollo industrial alemán. De alguna manera, puede que esos, los empresarios, sean los nuevos nazis y la guerra aún no ha terminado. Es una charada que sólo el tiempo podrá resolver.

A través de las líneas de la moralidad, los crímenes de guerra se mezclan peligrosamente con los secretos de familia. La locura no deja de alimentarse mediante delirantes lecturas sobre los avances en el frente, boletines de guerra y noticias de Berlín. La insania llega hasta tal punto en el que el pobre desgraciado oculto forma parte, sin querer, de una representación teatral. Bertolt Brecht anda por ahí echándose unas risas y el horror se manifiesta de nuevo. Sólo que, esta vez, recibe la burla a cambio.

Esta es una película olvidada en el rincón del recuerdo de unos pocos y escogidos cinéfilos que merecería un rescate inmediato. Brillante en algunos tramos, Vittorio de Sica dirigió un reparto encabezado por Maximillian Schell, Sophia Loren, Fredric March y Robert Wagner en base a un guión de Jean Paul Sartre. El choque de los tiempos y la perdurabilidad del fascismo están al fondo y la burla hacia quienes se empeñan en revivir los mismos errores es evidente. La nueva Alemania vista con nuevos ojos se ríe, con el gesto helado, de la vieja y triste y, aunque no puede olvidar, debe echar la mirada hacia adelante. Una lección que tardaron mucho en aprender y que, ahora, en tiempos de populismos estúpidos parece olvidarse de nuevo. Como esta película.

Lo cierto es que, en algunos momentos, la historia llega a impresionar. El antiguo nazi, ataviado con su uniforme, ve en qué se ha convertido Alemania, los edificios modernos, la industrialización, la libertad…y le horroriza, lo rechaza frontalmente. Dentro de la casa, la tortura se cierne sobre todos los miembros de la familia y la atmósfera enrarecida parece que, efectivamente, está encerrada desde veinte años atrás cuando alguien gritaba su odio desde el Reichstag y una nación convencida le seguía ciegamente. Se trata de capturar una época que se desea que haya pasado definitivamente. Y también de introducir una hábil crítica sobre la necesidad de Occidente de desnazificar Alemania para que sea una pieza clave en la lucha contra el comunismo que avanzaba sin barreras por la Europa del Este. Quizá esta película haya hecho las delicias de Lars Von Trier…o puede que siga en el cajón de las historias olvidadas. De usted depende.

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