Quizá la labor más
rutinaria de un policía sea la de la vigilancia. Las horas pasan muertas,
cansadas, interminables, mientras lo único que hay que hacer es mirar con
atención lo que pasa al otro lado de la calle. Claro, si lo que hay al otro
lado de la calle es irremediablemente atractivo, entonces la cosa adquiere un
tinte diferente. Resulta un placer inesperado el mero hecho de observar. Y más
aún cuando el tiempo se detiene porque se tiene la oportunidad de introducirse
en el día a día de la chica en cuestión. Uno comienza por la curiosidad morbosa
y termina por aprender recetas sobre lo que cocina o qué tipo de suavizante
echa en la ropa. Por una vez, la vigilancia es agradable y, lo que es aún
mejor, deseable.
El problema radica en
que la chica es la novia de un tipo peligroso que se ha fugado de la cárcel. Y
no se va a andar con bromas si descubre que ella está siendo sometida a
observación meticulosa. Para colmo, uno de los policías acaba por enamorarse de
la chica y se salta todos los códigos habidos y por haber sólo por trabar
conocimiento con ella y comenzar el cortejo. El amor se instala en la placa y
ya es muy difícil quitárselo de encima. Y se va a armar una buena cuando el
facineroso llegue y se dé cuenta del percal alrededor de la casa. Sin duda, es
un procedimiento ilegal y él va a hacer que sea ilegal del todo.
Dirigida con buen gusto por John Badham, con un impecable sabor a comedia elegante y espléndidamente interpretada por Richard Dreyfuss, Emilio Estévez y Madeleine Stowe, Procedimiento ilegal es una agradable película que pone en juego una trama original como excusa para un espectáculo de acción vestido de sonrisas. Sin duda, cuando el amor aparece, por muchas pistolas que se lleven en la sobaquera, acaba por adueñarse de cualquier situación y la chica se hace querer porque es guapa, es inteligente, es encantadora y, como todo el mundo, ha cometido errores. El policía es ocurrente, osado, atrevido, descarado y temerario. Mientras tanto, hay que observar mucho ese gesto que tanto encandila, ese movimiento que tanto rastro deja, ese mirar a las cosas que parece que es único, esos ojos entornados al otro lado de la calle porque se está viendo a la misma belleza pasearse de un lado a otro haciendo las tareas más rutinarias. La invasión de la intimidad hecha arte por un tipo que no tiene demasiadas agarraderas en ninguna parte y que las encuentra en una misión aburrida y que puede hacer cualquiera. A veces, la suerte también se viste de mujer conquistadora y puede echar una mano con una risa socarrona y un par de incursiones ciertamente osadas. Sólo se necesita esperar el momento adecuado para entrar y ocupar el sitio de un fulano que no merece tanto encanto entre sus labios. Mientras usted se quede mirando, yo iré al bar más cercano a coger un par de porciones de pizza y unas cervezas. No deje de observar, puede que pase un buen rato y descubra un par de cosas.
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