Primera lección: No tomes todas las cartas que la
vida te ofrece.
Buddusky y Mulhall son
dos veteranos de la Marina a los que les encomiendan una misión aparentemente
sencilla. Tienen que recoger a un muchacho, un novato, que está en prisión y
traerlo hasta la base. El viaje es largo y estos dos tipos se lo toman como si
fuera un permiso a cuenta del Estado. Se va, se recoge al prisionero y se
vuelve y, si por el camino, se toman un par de copas y se pasa alguna buena
noche, estupendo. Sin embargo, el muchacho, un tal Meadows, está al borde de
las lágrimas. Robó dinero de una colecta caritativa de la mujer del almirante y
le han caído ocho años de trena. Buddusky cree que el camino de vuelto va a ser
un poco más largo. Habrá que instruir al chaval, dejarle que se divierta una
última vez y, luego, entregarle. Es un ladronzuelo que sólo ha cometido un
error y el castigo se va a llevar su juventud. Que se emborrache y aprenda a
beber y que pierda su virginidad antes de pasarse ocho largos años rodeado de
tipos poco recomendables. Es como suspender la realidad durante unas horas. Es
mejor hacerlo así porque el chico no está preparado para entrar en la cárcel.
No está preparado para nada.
Mulhall, sin embargo,
guarda un temor. Es posible que aquello les cueste el puesto y él quiere seguir
en la Marina pase lo que pase. Siente pena por el muchacho, pero no está
dispuesto a sacrificarlo todo para que el chaval reciba unas cuantas lecciones
en un curso acelerado sobre la vida. Sí, en esos largos y eternos cinco días,
van a intercambiar muchas experiencias vitales y, quizá, sea un último detalle
para un imberbe que cometió una travesura desproporcionadamente castigada.
Buddusky cree que la escala de la oficialidad destaca por su indiferencia y eso
no es justo. Sobre todo porque hay muchos, como Mulhall, dispuestos a entregar
los mejores años de su vida al servicio y merecen una mirada, aunque sea breve,
más comprensiva. Lo cierto es que, durante esos interminables días, se pueden
apreciar las particularidades del comportamiento humano y cómo las decisiones
que se toman pueden estar condicionadas por los estamentos superiores. Y, por
si fuera poco, la despreocupación del mundo de los adultos hacia los jóvenes, a
los que se les niega cualquier puente para la siempre difícil transición de la
adolescencia hacia la madurez.
El soberbio trabajo de
Jack Nicholson en esta película, en la piel del Marinero de Primera William
Buddusky, es digno de recordarse. En él confluye la tragicomedia, la redención,
el realismo y el verdadero drama humano de una situación que no tiene
demasiadas salidas. La dirección de Hal Ashby es acertada, con mucho ritmo y
siempre desarrollando una particular empatía hacia los personajes, cada uno con
sus motivaciones y aspiraciones, pero con un leve tono de desesperanza en todos
ellos.
Y es que, entre orden y
deber, hay un lugar en el cual a los camaradas les gusta compartir. Incluso la
experiencia es un grado y un nexo de unión cuando el uniforme es común. Es
cierto que esos dos marineros que deben cumplir un último deber están deseando
perderse en el mar, pero saben que la Marina, esa amante que han escogido, hace
lo que tiene que hacer con todos los hombres. Sean buenos o malos.
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