miércoles, 22 de septiembre de 2021

UNA LLAMADA A LAS DOCE (1965), de Jack Lee Thompson

 

Combinar a la perfección el movimiento de piezas en un tablero de ajedrez y la seducción fácil a mujeres adineradas parece ser el mejor estilo de vida para un tipo que se cree muy listo. Él ha conseguido todo lo que ha querido. El mismo día de su boda, unos nazis se llevaron a su mujer al campo de concentración y ha vivido de su fortuna desde entonces. Con el tiempo, ella fue dada por desaparecida y él trata de heredarlo todo. Sin embargo, el destino siempre se burla de los que hacen planes con demasiada premeditación. La mujer aparece. Y él no la reconoce. Su amoralidad es tan desmesurada que la memoria ha borrado sus facciones. El amor de ella permanece. Harán falta unos ojos externos para demostrarle que el tipo no es demasiado recomendable, que se ha liado con su hijastra y que la mejor arma contra las conspiraciones es una vuelta de tuerca.

Ella, Michelle, apenas puede borrar todo lo que ha vivido y sólo desea una tranquila existencia al lado de alguien que le proporcione seguridad. Sin embargo, allí donde ella busca refugio sólo encuentra un abismo de ambición sin un ápice de cariño. Stanislas la ha engañado desde el principio y todo aquello que la ayudó a sobrevivir en las peores condiciones posibles se esfuma poco a poco porque, cuando ella decide revelar su identidad, a él le falta tiempo para urdir un plan para el asesinato. Una llamada será decisiva. Y la muerte va a dar varios giros antes de dejar caer su guadaña.

Una llamada a las doce es una estupenda y desconocida película, con unas interpretaciones tensas, que mezclan con precisión el suspense y el melodrama, a cargo, sobre todo, de Maximillian Schell y de Ingrid Thulin. Un poco más atrás, se halla Samantha Eggar y también Herbert Lom en un papel bastante atípico. La dirección de Jack Lee Thompson es sobria y sin resquicios, en la que destaca la atmósfera de continua urdimbre, como si quisiera dar a entender que todos los personajes esconden sus verdaderas intenciones y el espectador es el que tiene que descifrarlas.

Quizá, cuando todo se descubre y queda evidente, los protagonistas se dan cuenta de que la tristeza será algo habitual en su vidas, pero serán más sabios, más conocedores de la siempre depredadora naturaleza humana. La complejidad del comportamiento de los personajes, con sus debilidades y fortalezas, resulta apasionante dentro de una película que, realmente, habla sobre la ambición y sobre el asesinato. Y también sobre la anestesia del alma cuando se ha visto demasiado horror, o cuando sólo se desea la vida cómoda y despreocupada del que se vende por dinero. La inteligencia no siempre es el mejor seguro contra los ataques de otros. Especialmente cuando el contrario es un narcisista compulsivo. Ella es la dama del tablero. Él es sólo un peón que quiere ser rey. El destino saldrá al encuentro y tal vez una puerta cerrada sea el punto sin retorno para una llamada que lo será todo.

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