martes, 28 de septiembre de 2021

MARIO CAMUS: PEDAZOS DE UNIVERSO

 

 

“Mario Camus está hecho de pequeños mundos que son, en realidad, pedazos de universo enteros”

 

Antonio Valero, actor

 

            No es mala la definición que el actor Antonio Valero hizo del santanderino Mario Camus porque él introdujo esos pequeños mundos en sus recreaciones literarias que se antojan como la muestra más sólida del Nuevo Cine Español. Camus deja sus estudios de Derecho para ingresar en la Escuela de Cine en donde se diploma y, tras colaborar en la escritura de guiones para Carlos Saura en Los golfos y Llanto por bandido, comienza a dirigir en 1963 con la película Los farsantes, el lado más triste de los cómicos de la legua, heredera de Cómicos, de Bardem y sórdida precursora de El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez. Con el privilegio de contar con una actriz de la altura y categoría de Margarita Lozano en el papel principal, Camus articula una historia melancólica, algo desesperada, sobre los cómicos que son recibidos a pedradas y están sitiados por los acreedores en esos caminos de España que nunca devuelven el pequeñísimo pedazo de arte que son capaces de dejar. La amargura y la humillación se hacen presentes en esta adaptación de la novela de Daniel Sueiro (que también participa en el guión) y que resulta un abrumador fracaso por la apenas visibilidad de la misma en las manos de su productor, Ignacio Ferrés Iquino, que no la promociona y queda muy pronto olvidada. Sin embargo, la escasa crítica que decide fijarse en la película sí destaca tanto las sobrias maneras del joven Camus como la fotografía, espléndida, en blanco y negro de Salvador Torres Garriga. Un rotundo fracaso que, sin embargo, no desanima a Camus que trata por todos los medios de llevar adelante una de las mejores historias deportivas del cine español basándose en uno de sus autores literarios preferidos: Ignacio Aldecoa.

 

            Así fue Young Sánchez, ascensión y caída de un púgil español que comienza con instinto de superación y se ve tentado por el enrarecido ambiente del boxeo. Un joven humilde y ambicioso saca la cabeza del barrio en el que vive olvidando por el camino a quienes le ayudaron. Poco a poco, ese joven (con el rostro de Julián Mateos) que, en el salto al profesionalismo, quiere hacerse llamar como el título de la película, se va haciendo un personaje antipático, rechazable, que Camus compensa con sabiduría llenando de humanidad al entrenador, interpretado por Luis Romero. Y, a partir de ahí, en una jugada magistral, Camus va retratando la vida de la gente sencilla de aquella época, es decir, el entorno en el que ha estado viviendo ese boxeador a punto de dar el salto a la fama. Por lo demás, la película se emparenta claramente con diferentes películas de temática pugilística americana, lo que delata la influencia que exhibe Camus que, con un final inesperado, también desliza un mensaje de disidencia.

 

            Young Sánchez contó con un presupuesto de un millón de pesetas de la época, lo cual la convertía en una película bastante barata y la crítica la recibió de forma hostil. En palabras de Camus: “Decían un montón de barbaridades que no se sostenían” y fue condenada al fracaso y con él, Camus se asoció con Carlos Saura para escribir el guión de Muere una mujer, una trama de intriga sin excesiva ambición que tuvo a Alberto Closas como protagonista y con referentes claros hacia Alfred Hitchcock. El intento no es demasiado destacable por lo enrevesado del asunto. No obstante, se vuelve a reconocer el ritmo de Camus que no decae en ningún momento de la película, lleno de brío y tensión que convierte lo increíble en algo, incluso, cotidiano.

 

            Por encargo de Francisco Molero, el director se aplica a la adaptación de la obra de Joaquín Calvo Sotelo La visita que no tocó el timbre con Alberto Closas, Laura Valenzuela y José Luis López Vázquez en los principales papeles. Correcta en toda su realización, esta historia de dos hermanos solterones empedernidos que se encuentran un recién nacido a la puerta de su casa recuerda vagamente el éxito francés de los ochenta Tres solteros y un bebé, pero Camus respeta la vocación desenfadada de la obra teatral sin entrar en ningún terreno lacrimógeno y resulta una película apreciable, llena de buen humor, con toques de dirección repletos de elegancia y resulta, esta vez sí, un éxito que hace que Camus aborde uno de sus proyectos más personales en estos primeros años del Nuevo Cine Español cogiendo de base, una vez más, un texto de Ignacio Aldecoa.

 

            Con el viento solano relata la huida hacia delante de un gitano tras emborracharse en una feria de ganado y matar a un guardia civil de forma accidental. Resulta discutible que Camus eligiera a Antonio Gades para encarnar al protagonista cuando necesitaba a un actor de más empuje vital. Lo cierto es que la película flojea porque el director quiere contar muchas cosas en poco tiempo y resulta algo atropellada la narración, algo muy poco común en el cine de Mario Camus, siempre sólido y eficaz. En cualquier caso, la película entró en competición en el Festival de Cannes y volvió con las manos vacías, con una fría acogida entre la crítica.

 

            El fracaso arroja a Camus hacia el cine más descaradamente comercial al igual que muchos de sus compañeros de generación y realiza Cuando tú no estás y, a continuación, Al ponerse el sol, vehículos al servicio del cantante Raphael, fácilmente olvidables aunque su potencia como realizador se deja ver en algunos momentos. No deja de ser interesante la atípica Volver a vivir, protagonizada por Raf Vallone y Lea Massari, sobre un jugador de fútbol moralmente hundido por la muerte de su mujer y que encuentra el camino para hacer soportable la vida a través de un nuevo amor y de su reconversión en entrenador. Vuelve a trabajar para Raphael en Digan lo que digan, basándose en un guión del entonces dramaturgo Antonio Gala y también se hace con el encargo a mayor gloria de Sara Montiel Esa mujer, también con guión de Gala. Gira hacia el spaghetti-western con Terence Hill de protagonista en La cólera del viento que también deja ver algunos elementos interesantes y en 1973 vuelve a lo que mejor sabe hacer adaptando a Calderón de la Barca en La leyenda del Alcalde de Zalamea con un reparto de lujo encabezado por Francisco Rabal, Fernando Fernán-Gómez, Teresa Rabal y Julio Núñez. La película es muy notable siendo, quizá, la mejor adaptación que se haya hecho nunca en el cine español de una obra del insigne dramaturgo del Siglo de Oro. Camus logra revisar la obra con la colaboración de Antonio Drove en el guión para hacer una versión inquietante y llena de tensión de la historia de ese alcalde que desafía la autoridad real para vengarse de una humillación del honor. Merecería la pena una reivindicación en toda regla para hacer notar que en España, cuando ha habido talento, también se sabe adaptar a los clásicos.

 

            Camus cierra el ciclo de la dictadura franquista con dos co-producciones que tuvieron diferente suerte. La primera, llena de calidad, sensibilidad y buen gusto, fue Los pájaros de Baden-Baden, adaptación de la novela de Ignacio Aldecoa, que descubrió a una deliciosa Catherine Spaak y a un abigarrado Frédéric de Pasquale en los papeles protagonistas. A pesar de un comienzo algo vacilante que hace dudar de la propia naturaleza de la historia que quiere contar Camus, hay un lúcido retrato del amor bajo diferentes puntos de vista sometidos a la impresión del tedio más burgués que puede recordar lejanamente a Claude Chabrol con sus visitas lánguidas al mundo abúlico y sin alicientes de la clase acomodada. Especialmente descriptivo es ese poema que se recita en la película, debido a Claudio Rodríguez:

 

Largo se hace el día a quien no ama y él lo sabe,

y él oye ese tañido corto y duro del cuerpo,

su cascada canción,

siempre sonando en la lejanía.

Día largo y aún más larga la noche.

Mentirá al sacar la llave.

Entrará.

Y nunca habitará su casa.

 

            La evidente libertad con la que Camus adapta a Aldecoa, aunque respetando escrupulosamente su espíritu, hace que ésta, quizá, sea la mejor de todas las películas que el director hizo sobre el escritor. La historia de amor entre una chica que está terminando su tesis y un hombre de mediana edad especializado en hacer cosas absolutamente inútiles tiene una enorme sensibilidad en las manos de un director que, sencillamente, fue el mejor adaptador literario de su generación, lo cual es todo un elogio viniendo de una serie de realizadores que eran maestros en ese terreno.

 

            Otra cosa fue La joven casada, con Ornella Muti en el papel principal, retrato de la crisis matrimonial que atraviesa una joven pareja italiana. Camus no acierta ni con el tono, ni con la historia y resulta bastante alejada de su trayectoria creativa. Un título para olvidar.

 

            Pero lo cierto es que, con la democracia, Camus es uno de los realizadores más interesantes de todo el cine español. Ahí comienza su viaje con la notable Los días del pasado, historia de amor entre una maestra y un miembro del maquis que, quizá, solo se ve lastrada por la elección de Antonio Gades en el papel protagonista masculino acompañado de su pareja por aquel entonces, Marisol. Continúa con la impresionante adaptación de La colmena, una de las cumbres del cine español y una de las mejores traslaciones a la pantalla de una obra que era extraordinariamente complicada como la de Camilo José Cela. Y cuando parecía que era imposible superar esa cota, Camus vuelve a sorprender con Los santos inocentes, basada en la novela de Miguel Delibes y una de las mejores películas de toda la historia del cine español. Su posterior adaptación de La casa de Bernarda Alba sobre el libreto de Federico García Lorca, digan lo que digan los supuestos expertos, es correctísima y aún deja destellos de enorme interés como Después del sueño, la estupenda Sombras en una batalla, posiblemente el mejor acercamiento que se ha hecho nunca hacia el mundo del terrorismo español, Adosados o El color de las nubes. Quizá esta etapa en libertad es la que realmente coloca a Camus en ese lugar brillante que realmente merece a pesar de que es un director que nunca está en boca de cinéfilos salvo para recordar su legendaria adaptación de Los santos inocentes.

 

            Lo cierto es que Camus es uno de los directores más premiados de toda la historia del cine español. La colmena fue galardonada con el Oso de Oro del Festival de Berlín (y aún hoy goza de muchísima popularidad en Alemania, aún más que en nuestro país) además de los premios a la mejor película y al mejor director del Círculo de Escritores Cinematográficos y el de mejor película en la Asociación de Críticos Extranjeros de Nueva York. Los santos inocentes, además del más que comentado premio de interpretación del Festival de Cannes para sus maravillosos protagonistas, Francisco Rabal y Alfredo Landa, obtuvo una mención especial en el mismo festival y el premio a la mejor película del Círculo de Escritores Cinematográficos. Sombras en una batalla se alzó con el Premio de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y al mejor guión original en los Premios Goya de 1993. Detenta el Premio Nacional de Cinematografía desde 1985 y tiene toda una retahíla de menciones y premios en festivales menores de todo el mundo. Sin duda, uno de los más grandes.

 

            Así era Mario Camus, un hombre que luchaba para hacer el cine que deseaba a pesar de que, algunas veces, tuvo que hacer concesiones para seguir trabajando. Hasta el último momento soñó con rodar alguna película más, muestra de su espíritu de viejo luchador que sabía lo que significa que el cine y la palabra se unan para dar a luz a la misma emoción.

 


2 comentarios:

Ricar2 dijo...

Qué buen y necesario recuerdo a este gran hombre de cine ,tradicionalmente ninguneado cuando se recuerdan los grandes nombres del Nuevo Cine. Su puesta es escena tranquila, que huye de las "huellas de autor" ,tendrá algo que ver. Y su tendencia por las adaptaciones, que parece que también le alejan del mundo de los autores.

Tiene otro acercamiento al mundo del deporte, el baloncesto esta vez, una película por la que tengo debilidad, y creo que reivindicable: La vieja música, de 1985, con Federico Luppi.

César Bardés dijo...

Es cierto que Camus ha sido tradicionalmente ninguneado dentro de lo que fue el Nuevo Cine Español. Siempre se recuerda más a Saura, a Borau, a Martín Patino o al mismo Summers, y, de manera un tanto incomprensible, se deja fuera a un tipo que hacía un cine sobrio, muy pensado, por encima de la media en sus intenciones.
Tienes razón en lo de "La vieja música". Ese Martin Lobo vale millones. Lo cierto es que Camus era un amante del deporte como espectador. Era un apasionado del fútbol, del baloncesto y del boxeo y también trató de trasladarlo a la escena. Un hombre completo, que rara vez sonreía (de ahí que haya puesto la foto al lado del gran Gil Parrondo). Un director que debería ser un tesoro nacional.