jueves, 30 de septiembre de 2021

CRY MACHO (2021), de Clint Eastwood

 

Puede que, en un determinado momento, Clint Eastwood decidiera hacer una película más para demostrarse a sí mismo que aún queda tiempo para un último baile, para un breve y suave roce de labios, para un rayo de sol más entrando por la ventana. A partir de ahí, armó una historia que apenas es una anécdota, una pequeñez sin mayor trascendencia en la que queda en evidencia de que los años son el mejor aliado para los descuidos.

Y entonces vemos a un director al que ya le da igual imprimir algo de ritmo o tener las piezas perfectamente encajadas, o plantear cuidadosamente las transiciones. Sólo le interesa tener la oportunidad de estar una vez más al frente de algo y ensayar un adiós. Ni siquiera una gran despedida, ni siquiera una visita a sus constantes de dureza. Todo es intuido, presentido y delicado. El estereotipo de los mejicanos retratados en la película no es demasiado positivo porque también le trae sin cuidado. Él quiere un último halo de complicidad, dejar un rastro sin llegar a ser claro, decir que, a pesar de que suele pasar de largo a partir de determinada edad, el amor está ahí, esperando y sonriente y eso puede reconfortar tanto el alma que hasta las despedidas pueden ser algo más dulces. El héroe se va. Deja tras de sí toda una leyenda.

Así que Eastwood nos muestra una película pequeña, sin pretensiones, que muestra la huella de la ancianidad y del cansancio. Eastwood ya no anda como lo hacía. Ya no mira con esa fiereza. Ya no dirige con el mismo vigor. Y comprendes que los grandes maestros, con la honrosa excepción de Huston y quizá alguno más, también hicieron sus últimos títulos con la decadencia sitiando su imaginación.

Y esta historia de una antigua estrella del rodea se deja ver con agrado, sin exigir de más, sin pedir otra obra maestra a los noventa y un años que tiene el maestro. En cada uno de sus fotogramas, parece que el espectador quiere imprimir su agradecimiento y permite que ese viejo que, en una postrera señal de coquetería, no se fotografía a sí mismo con claridad, ponga en juego la mediocridad de una narración que apenas es un cuento porque, en realidad, es un viaje a la frontera. Esa misma que ya no se puede cruzar porque los años caen implacables. La sensibilidad a flor de piel. El talento en el sombrero. Las ganas evidentes. Y una última doma a ese caballo salvaje que siempre ha sido el cine para Clint Eastwood.

No vale la pena destacar mucho más de la película porque está espléndidamente fotografiada y todos los actores parecen recién salidos del horno. La música, siempre calmada y descriptiva, pone el ambiente de las noches cálidas cerca del polvo del desierto. La sonrisa en los ojos se esboza con claridad porque, al fin y al cabo, el hombre que nació para el cine hace una película más y se permite el lujo de cargar sobre sus hombres el sabor de un romance, la reflexión sobre el encanto de las pequeñas cosas, la certeza de estar vivo a una edad en la que es una suerte estarlo. Ya no habrá peleas, ni ambiciones, ni ideas que vayan más allá de la comprensión. Eastwood nos da la mano a todos los que le hemos acompañado durante todos estos años. Y, ante eso, basta con una sonrisa de agradecimiento. Sincera. Única. Sin ambages. Sin amenazas. Queremos bailar con él una vez más, aunque lo que cuente sea tan intrascendente como un frugal buen café en la barra de un bar perdido en algún pueblo fronterizo. Nosotros sólo nos volveremos una vez más y, con la mano en la lejanía, le dedicaremos un saludo lleno de respeto, lleno de admiración y repleto de incredulidad al ver cómo ha tomado el mando cuando el tiempo ya ha ganado la partida.

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