Un
recuerdo siempre es una fotografía más o menos borrosa de algo que causó
impresión en nuestro conocimiento. A menudo, es agradable volver a aquel
momento en el que pareció que el tiempo se detenía y la eternidad se hizo una
novia. Sin embargo, también es posible que, incluso de forma inconsciente,
queramos olvidar aquello que nos hizo daño, que hizo que la vida fuera un poco
más fea, que nos hizo peores.
Así que es posible que,
dentro de algunos años, haya un individuo que se dedique a ayudar a recordar a
las personas todo aquello por lo que merece la pena vivir. Puede que sea un
futuro húmedo, con las calles anegadas y las ciudades medio escondidas bajo el
agua y el peligro de todo esto es que la gente se niegue a mirar hacia adelante
y prefiera vivir en el pasado. No obstante, por allí, por la puerta, entra
alguien que pone todo el mundo del revés con una canción y una mirada. Entonces
todo cambia y, de alguna manera, el sol se pone y no todo es tan malo. Aunque sea
por unos cuantos días mal contados. Eso puede ser el calendario deseado por
cualquier perdedor por vocación.
La magia desaparece y
comienza la investigación. Por las entrañas de los recuerdos ajenos habrá que
manejarse con habilidad porque no sólo se busca a la chica, sino también a la
verdad. Y la verdad es siempre incómoda porque es brutal, sin ambages, sin
matices. Es la misma vida que te dice una y otra vez que los ricos viven en
tierra seca y los pobres tendrán que sobrevivir con botas de agua y entradas en
el quinto piso. Las reminiscencias son pruebas irrefutables de que nada es lo
que pareció, de que el pasado es más agradable y de que los días son mejores
cuando se viven una y otra vez.
Esta película ha sido
dirigida por Lisa Joy, a la sazón cuñada de Christopher Nolan, y no cabe duda
de que ha bebido de las obsesiones del hermano de su marido y que se pueden
rastrear huellas de Origen, pero
también de Minority Report, de Steven
Spielberg mientras nos movemos de la mano de Hugh Jackman, de Rebeca Ferguson
y, sobre todo, del personaje más interesante que, de forma un tanto
inexplicable, desaparece en medio de la historia y que encarna Thandie Newton.
El resultado es una película que bebe directamente del cine negro y, por
supuesto, de la distopía de turno con cierta habilidad en algunos pasajes, en
los que el recuerdo juega un papel fundamental. Tal vez porque a todos nos
gusta volver a aquellos lugares y momentos en los que fuimos plenamente
felices.
Los perdedores son los más que ansían esa memoria. Por el camino habrá otros personajes con los que es mejor no guardar ningún recuerdo. La rabia, la decepción, la desolación, la nada estarán suplicando por un papel en las reminiscencias de la vivencia y hay que controlar todo ello para que la locura no haga su aparición. Por supuesto, hay garitos, drogas, intentos de control para que la maldad se adueñe de los errores, tramas escondidas en las altas esferas y pasados tormentosos que luchan por abrirse paso hacia el olvido. Y descubriremos que también hay mensajes que se hallan ocultos en algún lugar de nuestra experiencia. Sólo para decirnos que sí, que mereció la pena vivir aquella noche que nunca acabó, que Orfeo y Eurídice fue algo más que un cuento y que el infierno, posiblemente el peor de todos, sea no dejar huella en nada ni en nadie. Recuerden. No dejen de recordar. El detective del pasado se halla al acecho y descubrirá, a través del océano de tiempo entre vida y recuerdo, que el beso más dulce sea aquel que nunca se dio.
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