Intentar hacer reír a
la vez que provocar una cierta inquietud es un ejercicio de locura. Que se lo
digan al aviador Yossarian que intenta que le tomen por loco una y otra vez
como única salida para lidiar con una situación alejada de la cordura como es
la guerra. Ya no va a volar más porque ha visto demasiado y todo hombre tiene
un límite. El problema es que su petición de baja por locura se va a perder en
una maraña burocrática que parece no tener fin y va a tener que hablar con unos
y con otros, y, claro, el objetivo final, que es volver a casa, se difumina
peligrosamente. Es el problema de la locura, que no se ve con claridad. Ni
desde dentro, ni desde fuera. Al fin y al cabo, la guerra es un cataclismo
causado por gente que es bastante egoísta y estúpida y que decide crear un
universo de idiocia amoral. La sátira, la comedia y la tragedia son también
contendientes de cualquier conflicto bélico. Y el surrealismo más grotesco no
tarda en aparecer.
Es casi imposible
imaginar cualquier situación en la que la hilaridad se confunda con tremendas
oleadas de horror. El aviador Yossarian, dentro de su loca farsa, parece ser el
único personaje que mantiene algún rasgo razonable. Todos los demás, parecen
marionetas al servicio de la difusa batalla, de algo que, en el fondo, creen
que no es real y que acaba por dibujar en ellos una mirada de ensoñación, como
si buscaran el principio que nunca hubo para iniciar los combates. Trampa 22 también funciona como tal para
el espectador, porque es una película que se puede odiar aunque sus intenciones
son otras. La desmitificación de la épica guerrera, la deflagración de todos
los ideales nobles que conducen al heroísmo, el arrasamiento de cualquier
convicción basada en el prejuicio bélico, son constantes a lo largo de toda la
película. Sí, la guerra es un cataclismo causado por gente que es bastante
egoísta y estúpida, pero aquí no nos dejan de repetir que nosotros, los que
asistimos a esa barbaridad, somos iguales de egoístas y estúpidos.
Mike Nichols dirigió un
rompecabezas de incontables piezas, muy difícil de encajar, con un reparto de
ensueño que incluía a Alan Arkin como el aviador Yossarian, y toda una
constelación a su alrededor compuesta por nombres tan prestigiosos como Martin
Balsam, Richard Benjamin, Jack Gilford, Anthony Perkins, Paula Prentiss, Martin
Sheen, Jon Voight, Orson Welles, Charles Grodin o, incluso, la sorpresiva
aparición del cantante Art Garfunkel. El resultado es una película difícil,
basada en el original literario de Joseph Heller, que trata de parodiar al acto
más absurdo de la humanidad y, a la vez, de causar algunas sensaciones que
están al filo de lo más rechazable.
Las ramificaciones de
la guerra se esfuerzan por llegar al corazón de cualquiera y, en esta ocasión,
lo tocan con fiereza. Un artículo del código militar es toda una emboscada y
estamos ante una aislada muestra de lo que es capaz de decir una comedia
irremisiblemente negra envuelta en balas de arrebatadora verdad. Quizá también
haya que declararse loco para encontrar algo de sentido en ella.
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