jueves, 2 de septiembre de 2021

TIEMPO (2021), de M. Night Shyamalan

 

El maldito enemigo siempre parece ser el mismo espíritu de la contradicción. En muchas ocasiones, deseamos que pase rápido, como una exhalación, porque apenas podemos esperar el momento siguiente. Con la edad adulta, siempre pasa lo mismo. Nos falta. Intentamos sacarlo de debajo de las piedras, pero se muestra escurridizo y esquivo. No quiere deleitarnos con sus minutos, ni darnos un respiro con sus segundos. Es el tesoro que se halla continuamente en movimiento, sin ninguna marca posible que nos indique en el mapa de pulsera dónde se encuentra. Maldito, siempre maldito.

Y, tal vez, lo que nos quiera decir con su incesante y monótono golpeteo es que no debemos malgastarlo pensando en el futuro y, ni mucho menos, retenerlo volviendo al pasado. El enemigo desea el enfrentamiento del ahora, del aquí, del impredecible instante que se irá huidizo para traer otro que no tiene por qué ser igual. Por supuesto, también es amigo de la arruga, del achaque, de la duda, del declive, del olvido, de la indecisión y va a poner todas esas amistades en juego para que cada vez sea más difícil el instante siguiente. Ahora, aquí, repite. Y las horas caen como años. Y los años son sentencias. Por muchas distracciones que se intenten. Por muchos recuerdos que se pierdan.

M. Night Shyamalan ha puesto en pie un argumento demoledoramente atractivo que se ve seriamente amenazado por algunas salidas de tono de las que podría haber prescindido sin demasiados problemas. Aún así, su premisa inicial es tan potente que puede con las explicaciones incompletas, con las dudosas lógicas, con los silencios sin acotaciones y con alguna que otra tontería de libro. A su favor, unas cuantas secuencias muy poderosas, cortadas por la caída en lo grotesco, diálogos que reflejan a la perfección el paso de la infancia a la madurez (“antes veía pocos colores, pero eran muy intensos. Ahora veo muchos más colores, pero sin tanta intensidad”), y algún que otro hallazgo narrativo interesante. También hay bastante mediocridad y lo que podría haber sido una película terriblemente absorbente pasa, simplemente, por una historia un poco más que aceptable. También suele ser una consecuencia directa del paso implacable del enemigo. Las ideas ya no son las mismas.

Así que no cabe duda de que ese enemigo se ceba con ganas en las poses forzadas de la belleza de plástico, de que no tiene piedad en su paso y que, por aquellos milagros magnéticos de no se sabe muy bien qué procedencia, se puede acelerar en su conteo. La experiencia parece que crece y ya no se sabe muy bien por qué hay que salir de la playa, por qué no se puede vivir ese momento, por qué la vida se parece tanto a un lento discurrir de acontecimientos que pasan por delante de todos nosotros sin que lleguemos a atraparlos. Puede que haya una respuesta a todo ello y es posible que ustedes estén pensando en ella. Sólo hay una cosa que puede sobreponerse al enemigo y es el amor. El amor de cualquier clase, siempre que sea el auténtico, el de verdad, ese que nada ni nadie puede falsear por mucho que las agujas del reloj sigan avanzando. Y ese amor, precisamente ése, es el que también susurrará el mismo mensaje que lanza el enemigo a cada segundo. Hic et Nunc. Aquí y ahora. El resto, si somos sinceros con nosotros mismos, carecerá de toda importancia.

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