jueves, 16 de septiembre de 2021

EL ROMANCE DE MURPHY (1985), de Martin Ritt

 

Empezar de nuevo siempre es duro. Una mujer y su hijo deciden hacerlo en una pequeña ciudad rural. Alquilan establos para propietarios de caballos. El olor a campo y a polvo se hace rutina. Y la vida comienza a abrirse paso después de un infierno de matrimonio. Todo es predecible. Sin embargo, en ocasiones, el pasado llama de nuevo a la puerta y todo se complica. El hijo de la mujer no deja que la separación con su padre sea definitiva. Ella ha conocido al propietario de una tienda. Es amable, es gentil con ella, es un buen hombre. Y al chico le gusta. Pero un padre siempre es un padre. Y prefiere que su madre y él estén juntos porque aún guarda la ilusión del cariño de un hogar que no tiene. Y que, en realidad, nunca ha tenido.

El tiempo, eso es verdad, lo pone todo en su sitio. Al principio, parece que ese pasado en forma de ex marido vuelve porque quiere recuperar lo que ha perdido. Pero no es así. Hay otras intenciones y sólo hace falta que las horas pasen para que el chico se dé cuenta. El amor de verdad comienza y, ante todo, significa tranquilidad, estabilidad, horizontes de sol en tardes de placer, noches de dejarse llevar, sonrisas, motivaciones. Todo lo que no se ha tenido antes. Por eso, Murphy, el propietario de la tienda, le dice a ella:

-. Éste es mi último amor.

Y ella contesta:

-. Éste es mi primer amor.

Ante tal lógica, sólo resta dejar que el polvo se aposente en las arrugas del rostro y darle la razón al destino. Los caballos llegan al establo y pronto se va. Sólo es cuestión de esperar.

Ésta es una de las comedias románticas más agradables de los años ochenta. Sin pretensiones, sin dobles lecturas, sin más complicaciones que intentar encajar lo que es más lógico en la vida de unas personas que han perdido el rumbo o que creían haber dejado escapar todas sus oportunidades. La dirección de Martin Ritt es sobria, sin ningún plano de más, pero tampoco de menos. La interpretación de Sally Field y, sobre todo de James Garner, es auténtica y relajada, es vida dejada pasar por delante de una cámara. Ambos, a pesar de la edad, son atractivos, expertos, cuidadosos y dejan para el disfrute unas cuantas expresiones de saber estar. El resultado es una película amable, y, a la vez, sincera.

Y es que la vida hay que tomarla como viene. Puede que el día siguiente traiga un desafío, u otra rutina más. Puede que lleve al costado algunas alforjas de incomodidad, o que tenga un bonito epílogo. Puede, también, que transporte unos cuantos besos para que sea inolvidable o alguna que otra desavenencia para demostrar qué es lo que esconde cada corazón. En todo caso, seguro que será una lección para los que vienen, para los que van, para los que se quedan y para los que no pueden permanecer en ningún sitio. Murphy lo recolocará todo para esa mujer y ese chico. Y los caballos seguirán durmiendo entre pajas.

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