Henry es un adicto al
trabajo y a la coca-cola que no puede dejar escapar su presa. Sí, él es un
perro de caza nervioso y competente que va detrás de la noticia porque, al fin
y al cabo, se considera un vendedor de la verdad. No le gusta que le pisoteen,
que pasen por encima de él. Ni dentro, ni fuera del periódico. Ni siquiera en
una entrevista para un trabajo más cómodo. Él cree que el periodismo es una
profesión que exige dedicación absoluta y que no va a tener muchas más
oportunidades de contar lo que el público merece saber porque, además de todo
eso, también va a ser padre. Y es entonces cuando las horas se hacen minutos y
los instantes ni siquiera pasan. Debe correr porque la edición está en marcha y
lo está haciendo con una noticia que es falsa. Y eso ningún periodista de bien
lo debe permitir. Por mucho que sea económicamente correcto. Por mucho que eso
venda ejemplares que al día siguiente sirvan para envolver el pescado en
cualquier mercado de mala muerte. El rigor debe ser la enseña. Y contarlo, la
obligación.
Henry, además, está
rodeado de gente que le quiere…o le odia. No hay término medio con él. Quizá su
nerviosismo patológico ponga, a su vez, nerviosos a muchos o, tal vez, cause
admiración por el nivel de actividad y entrega que demuestra. Bien es verdad
que, en ocasiones, se olvida de lo que es realmente importante en su vida
porque la noticia está ahí, debe ser cazada, confirmada, exhibida y relatada.
No cabe ninguna discusión sobre ello. El periódico no puede quedarse en el
titular antiguo y cómodo, en esparcir una noticia que, en el fondo, también va
a hacer daño a la reputación de los aludidos. Necesita, necesita, necesita la
noticia. Y ya. Ahora mismo. Sin tardanza. Sin dilación. ¡Vamos! Y si hay que
parar la rotativa, se para. Da igual. Un niño viene en camino y hay que estar
al lado de la auténtica noticia. Y esa es la de ser padre.
Michael Keaton realiza
un trabajo excelente, inquieto, certero y muy preciso en la piel de ese jefe de
redacción local que destaca por su capacidad de trabajo, por su empuje dentro
de una película que, en sí misma, posee un ritmo endiablado. A su lado, todo un
reparto de lujo en el que todos están realmente bien como Glenn Close, Robert
Duvall, que, solamente con su presencia, niquela la escena más tierna de la
historia, Marisa Tomei, Randy Quaid y la aparición cómplice de Jason Robards,
inolvidable en Todos los hombres del
presidente y aquí también pone dos o tres gestos de autoridad sin perder la
afabilidad. Todo ello manejado con eficacia por Ron Howard en la que es una de
sus mejores películas y rubricado por la excelente banda sonora, cómplice del
tiempo, de Randy Newman. Vayan deprisa y corriendo. El tic-tac no se detiene y
hay que estar a la última. Esta película habla de una profesión que ya no es
así y que, incluso, ha conseguido que la gente se olvide de que, una vez,
fueron así. Y es que la verdad debería estar por encima de todo cuando se trata
de abrir cualquier página, física o digital, buscando la información correcta.
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