Quizá este título haya
pasado penosamente desapercibido dentro de los últimos años de Paul Newman
porque nadie se acuerda de él cuando es su penúltima aparición en pantalla,
justo después de Mensaje en una botella,
de Luis Mandoki, y antes de Camino a la
perdición, de Sam Mendes. Y lo cierto es que es una espléndida película, en
la que Newman nos demuestra que también podía ser brillantemente divertido en
la piel de ese pícaro ladrón que finge una parálisis por derrame cerebral con
una avispada enfermera a su alrededor sospechando del engaño. Por supuesto, hay
algunos tópicos como la contraposición entre el impulso juvenil y la
experiencia de la madurez, pero es una película que se ve con una sonrisa
continua en la boca y en la que uno disfruta con la sabiduría de un actor que
moviendo un solo músculo del rostro nos hace darnos cuenta de que un espejo
indiscreto se ha movido para ver mejor los encantos de la enfermera.
Sin duda, las mujeres
son perseverantes, y la enfermera hará todo lo posible para demostrar que ese
tipo, legendario ladrón de bancos, está manteniendo una farsa para no ir a la
cárcel. Y, entre otras cosas, ve en él una salida para una vida que se le ha
vuelto demasiado aburrida al lado de un marido más bien torpe aunque terriblemente
enamorado que se quedó enganchada a ella cuando, en el instituto, fue reina del
baile. Así que es hora de escrutar en los ojos muertos de ese vivo y tratar de
descubrirle, a ver si idea algún golpe interesante que le ponga sal al lento
discurrir de los días.
Al lado de Paul Newman,
saldando con notable sus actuaciones, están la maravillosa y hoy algo
desaparecida Linda Fiorentino y el más irritante Dermot Mulroney. El conjunto
resulta ligero, divertido, con algunas escenas sorprendentes y, desde luego,
con el establecimiento de un extraño triángulo que, en ningún momento, llega a
ser completo. Asistir a la interpretación de Newman es toda una lección de lo
que puede decir un actor de categoría cuando no necesita las palabras. La
película, por otra parte, renuncia a cualquier trascendencia, es consciente de
su limitación y no hay que esperar mucho más de una comedia traviesa, sin
pretensiones, levemente ácida y algo desequilibrada.
Lo que sea con tal de cambiar de estilo de vida. Cuando la existencia está muy cerca de la inanidad, sólo se quiere beber cada minuto con algo de excitación aunque llegue a emborrachar porque, en el fondo, es mucho más tóxico esperar algo de una profesión ingrata y rutinaria, o de un individuo que no vale para nada. Quizá el viejo ratero tenga algo que enseñar detrás de su rostro de hierro. Entre otras cosas puede que deje bien evidente que la libertad se lleva por dentro y que es algo que no se puede aprender. Sólo se puede experimentar. No habrá conclusiones morales. Sólo la certeza de que el día siguiente puede ser mucho más atractivo que el anterior. Y eso sólo ocurre cuando hay dinero cerca y un tipo que sabe cómo ganarlo.
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