miércoles, 23 de noviembre de 2022

ARMAGEDDON TIME (2022), de James Gray

 

La adolescencia es esa edad en la que se dibujan los mejores sueños en el cielo y, según van pasando los días, algunos caen y se estrellan contra el suelo, mientras otros permanecen. Tal vez porque han sido diseñados mejor, o con más convicción, o con más ganas de que se queden ahí, como guía, como meta a alcanzar. La vida, mientras tanto, se encarga de mostrar sus lados más feos, haciendo perder todo rastro de inocencia que se manifiesta de las maneras más raras. Desobedeciendo las reglas. Desafiando a los mayores. Saltándose lo razonable. La infancia quiere quedarse y no sabe que está condenada a morir.

Entre medias, deambularán las ilusiones de los padres, los consejos sabios de los abuelos, las tentaciones perdidas de los amigos e, incluso, los compañeros que, muy pronto, dejarán de serlo. Los profesores, mientras tanto, prosiguen con su labor incansable de intentar educar cercenando, a veces sin piedad, todo rastro de creatividad. Quizá porque el creativo puede llegar a ser el enemigo en una sociedad a la que hay que enseñar a pensar. Quizá porque el que se atreve a crear también osa amar la libertad.

No cabe duda de que, por otro lado, cuando se intentan otros caminos, surgen nuevas tentaciones. Y no faltan nuevas ideas educativas dirigidas exclusivamente a una clase elitista destinada a dominar al resto de los mortales a través de enormes torres de cristal donde se toman las grandes decisiones. Y es posible también que haya algunos que crean que eso está edificado sobre la mayor de las falsedades y que todos aquellos que aspiren a ocupar el último piso son los que, precisamente, merecen mayor desprecio. Luchar no es fácil. Los atajos son siempre callejones sin salida. No hay otra salida más que ponerse de pie y seguir caminando hacia ese dibujo que se ha quedado en el cielo, como un deseo más en el terrible rompecabezas de un niño que ha empezado a dejar de serlo.

Después de ese intento de trasladar Apocalypse now al espacio con Ad Astra, el director James Gray nos coloca este melodrama semiautobiográfico con referencias muy evidentes a Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut, pero sustituyendo la huida de Antoine Doinel por la renuncia de Paul Graff, notablemente bien interpretado por Banks Repeta y bien acompañado por Anne Hathaway y Jeremy Strong y, por supuesto, dominando la escena en cada secuencia por Anthony Hopkins, sabio y sereno, dulce y experimentado. A pesar de la solvencia del elenco, el resultado en conjunto es corto, sin suficiente sabor, desequilibrado en su intento de descrédito de la América trumpista, dirigido a una élite de racismo latente y nunca evidente, despreciativa en maneras, injusta en actitudes tácitas, nunca culpable, siempre acusadora. La película, en sí misma, es bienintencionada, a pesar de sus trazas folletinescas, pero sin poso, con una sensación de vacío que no lleva a ninguna parte salvo, tal vez, a una cabaña en el jardín donde se depositan los sueños de una niñez que se escapa a golpe de realidad. Demasiado poco para tanta ambición.

Así que es posible que haya que adentrarse en los temores de una edad en la que se quiere ser todo y se cree que se puede ser todo y en la que se atisba la fealdad de la edad adulta, con sus debilidades y sus crueldades, sus injusticias y sus silencios. Algo que resulta abrumadoramente difícil de asumir cuando se trata de unos años en los que se quiere hablar aunque no se tenga ninguna vergüenza hacia el error o la equivocación.

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