El
fascismo, cuando se mueve, siempre trata de revestir formas de seducción
suficientemente atractivas para atrapar a los incautos de personalidad débil y
voluble. No cabe duda de que un asesinato puede ser el ínfimo desencadenante de
una supuesta investigación que destape las veleidades dictatoriales de
elegantes empresas deseosas de aumentar beneficios con futuras alianzas con los
nacientes regímenes totalitarios de Europa. Y puede ser también que unos
cuantos desgraciados que dejaron escapar la felicidad sean los encargados de
sacarlo todo a la luz.
Sin embargo, no es
menos cierto que esos seres que se han dejado arrastrar por la corriente de sus
experiencias en la Primera Guerra Mundial son luchadores incansables porque no
han dejado de buscar lo que les pertenecía, a pesar de que viven en un ambiente
de incomprensión e, incluso, de burla. Todo empieza con un favor y termina con
una fiesta que aprisiona a los conspiradores. Entre medias, conversaciones
interminables, diálogos que matan a base de superficialidad, rutas que acaban
en ninguna parte y ese ambiente prebélico que profetiza la entrada en una
guerra que no va a convenir a los poderes fácticos. Ahí es donde siempre se
mueve el fascismo, porque ellos son los que manejan los hilos de cualquier
rumbo político. Y si ese rumbo no les parece adecuada, nada mejor que un golpe
de estado para poner las cosas en su sitio.
Siete años llevaba
David O. Russell sin ponerse tras las cámaras y, a pesar de que aquí posee un
atractivo punto de partida, se deja llevar por un tono de cierta levedad que, a
ratos, se torna aburrido y sin gracia. El resultado es una película que quiere
inscribirse dentro del género negro con unos personajes centrales perdidos y
algo marginales, que no dejan de hablar para no llegar a ninguna parte aunque,
parece ser, llegan a conclusiones cercanas al miedo. Por supuesto, por una vez,
Christian Bale parece caracterizarse como suele ser habitual en él, pero no se
le notan tanto los engranajes como en otras ocasiones. Margot Robbie, por su
parte, no deja de demostrar que es una actriz más que competente y John David
Washington sigue siendo un palo de color sin expresión ni entidad. Por detrás,
un elenco de lujo con Rami Malek tratando de confundir con charlas, Chris Rock
que se muere por poner caras sin llegar a ser gracioso y Robert de Niro que se
contiene y consigue una buena colección de miradas que siempre han permanecido
en la memoria de los que más han querido al cine. En definitiva, una historia
que lo tenía todo para ser buena y se queda en menos que mediocre.
Y es que no es fácil mantener el interés cuando la película se detiene en detalles de importancia nimia, dejando al espectador con dos palmos de narices tratando de sacar la enjundia de la escena. Tal vez porque Russell no quiere cargar demasiado las tintas declarando con nitidez la raíz fascista que anida en cualquier americano medio. Tampoco ahorra crueldades a pesar de que quiere imprimir esa pátina desenfadada en algo que pretende ser un híbrido desnaturalizado entre comedia y suspense porque ni es una cosa, ni tampoco la otra. Más vale ir identificando a los que tratan de sacar adelante esta especie de conspiración de la nada, porque suelen irse de copas como si no hubiera pasado más que un par de entierros necesarios en aras de sacrificar la libertad. Como si eso fuera algo propio del pasado. Cuidado, cuidado. El fascismo se mueve, se siente y se presiente y, si avanza, más vale volver a los sitios donde, un día, la felicidad parece que fue eterna.
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