Al siempre ha sido muy
diferente a Birdy. Él fue uno de esos alumnos extrovertidos, atléticos, que
atraía las miradas de las chicas, mientras Birdy fue un chico tímido, sin
carisma, raro y difícil. La vida lleva a un buen puñado de lugares y ambos son
reclutados para ir a Vietnam. Al (que, no por casualidad, se llama Columbato de
apellido) regresa con el rostro deshecho y hay que hacerle una cirugía facial
extremadamente complicada. Birdy se pierde en la selva durante un mes,
dándosele como desaparecido en combate, y, cuando vuelve, se ha encerrado en su
obsesión preferida. Quiere ser un pájaro. Pero, en esta ocasión, ni siquiera
canta. No habla. No se expresa. Ni siquiera extiende sus alas. Birdy sólo
quiere quedarse agarrado a las barras de la cama y mirar por la ventana. Como
un pájaro que ha perdido su alegría.
Sin embargo, la amistad
está por encima de muchas cosas y, antes de que los psiquiatras den por perdida
la mente de Birdy, está dispuesto a sacarle de su estado catatónico para que
vuelva a ser el tímido, perdido y raro Birdy de siempre. Y acudirá a todo. A
recuerdos. A viejas complicidades. A nuevas tácticas. Al recuerdo de las bombas
estallando alrededor. A la libertad de volar. A aquellos días de escuela, de
inocencia y de tontería. Al necesita a Birdy y no va a dejar que su pensamiento
se extravíe y también sea declarado desaparecido en combate. Va a luchar por
él. Hasta la última pluma. Hasta con el rostro desencajado por el dolor.
Esta es una película
que merece rescatarse del lastimoso olvido en el que ha caído. Galardonada en
1984 con el Gran Premio del Jurado de Cannes, Alan Parker articuló una historia
tremendamente personal, con la conexión de dos seres humanos como hilo
principal de una trama que se desarrolla más hacia adentro que hacia afuera.
Nicolas Cage está perfecto en el papel de Al Columbato, ese hombre que llega a
explotar de rabia porque no permite que se lleven a su amigo a un internamiento
definitivo. Matthew Modine llega a tener la mirada de ave de Birdy, ave de luna
llena que no se atreve a salir porque, como pájaro, no puede soportar lo que ha
visto, ni lo que ha tenido que vivir. Sólo lo puede hacer como hombre. Y no
puede ser un hombre. Con la amistad de estos dos personajes, el espectador
vuela hacia sus propias sintonías, hacia sus puntos comunes con las personas
con las que han tenido experiencias de hermanos. Al y Birdy lo son, sólo que,
quizá, no son del mismo nido.
Todo valdrá con tal de traer a Birdy a este lado de la existencia. Los planeos a vista de pájaro sirven como clave de fuga, pero no serán suficientes para elevarse por encima de las debilidades humanas. Los hombres parecen muy pequeños desde el cielo y el aire en el pico es la misma sensación de libertad. Y Birdy no puede estar encerrado en una jaula. Hay que abrirle la puerta y dejar que intente el vuelo. Lo contrario sería adentrarse en un coto de caza y cobrarse una presa que no corresponde al destino.
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