miércoles, 23 de noviembre de 2022

EL ENEMIGO SILENCIOSO (1958), de William Fairchild

 

La guerra está ahí abajo, en las profundidades del océano. Tras la cortina de agua, se mueven hombres-torpedo dispuestos a sabotear cualquier convoy que decida pasar del Atlántico al Mediterráneo. Basta con saber dónde están fondeados los barcos y se colocan las minas que harán que todo vuele por los aires. Hasta Gibraltar, punto neurálgico de la navegación de ambos mares, llega el Teniente Lionel Crabb, un arrogante e iracundo oficial británico que debe parar esa avalancha de sabotajes perpetrados por los intrépidos italianos que se la juegan desde el puerto amigo de Algeciras. No tiene muchos medios como para parar a esos hombres-rana dispuestos a todo, pero es listo y sabe colocarse dentro del agua. Instruirá a sus hombres en poco tiempo, ideará una red de interceptación, intentará lo imposible en un mar oscuro y poco amigable. Los vehículos de desplazamiento bajo el mar son auténticos cacharros de diseño imposible, pero servirán para colocar un par de trampas y poner a los italianos en algún que otro aprieto. El enemigo silencioso ya no lo será tanto. Y Crabb tratará de pararlos por todos los medios.

No cabe duda de que un destino como ese, manejando torpedos tripulados, resulta altamente peligroso. Y más aún si se trata de evitar que entre el enemigo entre el enjambre de embarcaciones que fondean en el Peñón. Falta de material, falta de hombres adecuadamente preparados, falta de entusiasmo… Crabb va a arreglar todo eso porque sabe cómo atajar el problema. Se sufrirán pérdidas, se lamentarán derrotas, pero esos italianos que viven y perviven en el nido de espías español acabarán por pagarlo caro. Puede que Crabb sea el hombre necesario en el momento preciso. Y eso lo van a saber los malditos hijos de Mussolini.

No cabe duda de que la originalidad preside esta historia al narrar la guerra que se libraba bajo el agua a cuerpo limpio. Pocas películas se han ocupado de ello y, quizá, ésta sea la mejor de todas. También es verdad que el heroísmo era común entre británicos e italianos navegando bajo las aguas del Estrecho de Gibraltar y que no siempre los ingleses eran tan listos. Sin embargo, hay escenas solventes, descubrimientos sorprendentes, como el diseño de esos torpedos que desplazaban a los hombres-rana hasta sus objetivos y que dejaban sus hocicos como regalo. Y Laurence Harvey se ocupa de dotar de solvencia al personaje del Teniente Lionel Crabb, tozudo lobo de mar que pretende ganar al enemigo con sus mismas armas. El suspense está bien dosificado y, siendo conscientes de que es una película pequeña, se puede llegar a la conclusión de que no es una obra maestra, pero no está nada mal.

Así que es el momento de decir las verdades, como, por ejemplo, que en un destino de agua no se sabe nadar, o que es conveniente capturar un vehículo enemigo para devolver la pelota en su propio campo. Crabb contará con la animadversión de sus oficiales y la típica arrogancia británica creyéndose superiores en todo a cualquier enemigo que se ponga por delante. Error de té, caballeros. Más vale tomar precauciones y navegar junto al mismísimo diablo.

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