jueves, 16 de febrero de 2023

LOS FABELMAN (2022), de Steven Spielberg

 

La sala está a oscuras. Los ojos aún no se han acostumbrado a la penumbra e intentan buscar algún punto levemente visible para establecer sus propias referencias. De repente, de algún lugar, brota un haz de luz que comienza a proyectar imágenes dispuestas a contar una historia, acompañadas de música, o de palabras, o de ruidos de la más diversa procedencia. Y es entonces cuando la magia ocurre, cuando los sueños, de alguna manera, se convierten en un lienzo en movimiento y la vida se deja atrás durante casi dos horas. Ahí, en ese lienzo, se dibujarán todas las heroicidades, todas las villanías, todos los amores, todos los desengaños, todas las derrotas y todos los triunfos. Incluso aquellos que nunca alcanzaremos.

Y ser partícipe de todo eso es una pieza fundamental del engranaje. Cuando el espectador cae presa de la luz fascinante, el cine ha llegado a su meta. A veces, por caminos sinuosos, otras, por emociones simples, pero siempre lo intenta. En algún rincón de una ciudad perdida, un niño va por primera vez al cine y entonces cambia todo. Quiere formar parte de ello porque, desde ese preciso instante, su mirada ya no es normal. Su visión pasa a ser meramente cinematográfica. Sabe por dónde tiene que aparecer un actor, o qué es lo que debe pasar con un choque de una locomotora, o cuál es el tono que debe dar a una aparentemente inocente fiesta playera. En su interior, hierven las historias y quiere contarlas, como buen artista. Y debe aprender, está en la obligación de saber dónde está el horizonte, qué es lo que emociona al público y hasta qué punto una película puede cambiar a algunas personas.

Por supuesto, en su largo camino de aprendizaje, debe probar los vericuetos de la vida. Aquellos momentos de felicidad que se quedan grabados en la memoria al igual que en los fotogramas. Aquellos otros de decepción porque la vida misma se encarga de asestar los golpes de su transcurrir. Aún aquellos otros de derrota cuando las lágrimas son el único consuelo ante un fracaso vital. Su primera pelea. Su primer amor, aunque sea uno de esos que son inevitables porque es lo que corresponde a su edad. Su primera incomodidad. Su primera lección. El cine ha cavado muchas tumbas y ha escondido muchas miserias, pero también ha forjado mejores personas. Ha colocado ideas. Ha consolado sufrimientos. Ha inspirado ocurrencias. Y entre medias, como algo fundamental para quien posee un mínimo instinto de creación, el entusiasmo. Es eso mismo que se pierde con facilidad cuando todo lo que iba bien comienza a ir mal, cuando nada de lo que uno pretende decir guarda ningún valor, cuando la responsabilidad anula el anhelo.

Steven Spielberg ha dirigido una película sincera, llena de homenajes y referencias, desde La costilla de Adán a El hombre que mató a Liberty Valance, con una maravillosa y certera corrección de plano final para ser coherente entre lo que cuenta y cómo lo cuenta, con interpretaciones extraordinariamente competentes de Michelle Williams, Paul Dano y el chaval Gabriel LaBelle como el joven Sam, con la suave y agradable banda sonora de John Williams y con la seguridad de que ya iba siendo hora de ajustar las cuentas con el pasado que le hizo ser uno de los más grandes directores de la historia del cine.

Y en ese haz de luz que proyecta imágenes, dejando un rastro de luciérnagas rojas o destacando la apolínea figura de un joven arrogante o hablando con un maestro de maestros, tenemos la seguridad de que todo cuenta en la composición de un plano, en una línea de diálogo o en una secuencia que, por algún método que no podemos descifrar, se quedará para siempre en nuestra retina y en nuestro recuerdo. Como dijo una vez un maestro francés que acabó siendo amigo de Steven Spielberg: “Quien ama el cine, ama la vida”. 

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hablar con pasión de la pasión de un gran cineasta que nos ha hecho amar el cine y la vida como diría Truffaut, es abrir el corazón y desgranar en cada línea de tu escritura ese sentimiento cinéfilo universal. El amor por el Séptimo Arte nace en una sala oscura, con el ruido y la luz del proyector, con las emociones que surgen de las imágenes, por la íntima conexión que llegamos a sentir con los personajes, por la posibilidad de viajar en el tiempo del pasado al futuro y vivir situaciones inimaginables… En definitiva, por la magia del cine y por permitirnos soñar despiertos. Gracias Spielberg por hacerlo posible y a ti César por plasmarlo tan bien. Y la música de Williams nos acompaña una vez terminada la película, como en tantas otras ocasiones, en este binomio fantástico e irrepetible. The Fabelmans forever.

César Bardés dijo...

Muchas gracias por tus palabras y por apreciar que te haya llegado con eso que dices ("es abrir el corazón y desgranar en cada línea de tu escritura ese sentimiento cinéfilo universal"). Sí que tenemos que estar agradecidos a Spielberg porque, a pesar de sus fallos, que los tiene, ha intentado siempre dar lo mejor y, de alguna manera, llegar a lo más íntimo de la mayoría del público para poner en marcha, precisamente, las historias que necesitábamos. En esta ocasión tocaba hacer un ajuste de cuentas consigo mismo que ha sido maravilloso, todo un viaje más que a la pasión por el cine, a la pasión por hacer cine, algo de lo que no todo el mundo puede presumir. Sin duda, es una de las películas del año.
Gracias por tu comentario.

dexterzgz dijo...

Pues eso, muchas gracias a los tres, a Spielberg por su película y al anónimo y a ti por vuestras emocionantes palabras. Y es que si algo es The fabelman es ante todo emoción. Una película de Spielberg puede ser buena, regular o mala, fallida o certera, mediocre o sublime, pero lo que nunca dejará de ser es una experiencia emocionante. Y eso es lo que separa a Los Fableman de otros acercamientos infantiles en el cine. A Cuaron o a Brannagh los puedo respetar más o menos como cineastas; de Spielberg sé tanto, me ha contado tantas cosas sobre él y su infancia a través de sus películas que es tito Spielberg, alguien a quien consideras parte de tu vida.

Y es algo que conecta con lo que decís. Quien va a ver una película de Spielberg se siente como el niño que se sienta en el patio de butacas por primera vez esperando a que se apaguen las luces (el comienzo de la peli es soberbio). Recuerdo cuando fui a ver Hoock que nunca se acercara a un top 10 de Spielberg ni de lejos; bueno, pues la sala llena, hasta el gallinero (desde donde la vi), la emoción, la expectación por ver "la nueva de Spielberg" , una de Peter Pan, nada menos. Qué más da que luego la película fuera regulera.

Se podrían decir tantas cosas de esta película, ¿verdad?

Abrazos en 8 mm

César Bardés dijo...

Es que la gran virtud de "Los Fabelman" es que es emoción mesurada. No es esa explosión casi ridícula que intenta Spielberg con la despedida del protagonista de la fábrica en "La lista de Schindler". Es evidente que la emoción forma parte del sello de autor de Spielberg y que es uno de sus talones de Aquiles porque no siempre sabe ajustar la rosca a la emoción necesaria. A veces es demasiado. Y, en esta ocasión, no se pasa ni un pelo. Es lo justo.
Yo a Spielberg lo veo como ese maestro que, casi siempre, tiene la palabra justa, la palabra que el alumno espera que le digan. Tiene una enorme intuición para hacer la historia que necesitas en ese momento y, dentro de ella, tiene situaciones que, de alguna manera, tú también has soñado, como situación o como sueño. Es un hombre que, a pesar de que sus películas están estudiadas bastante al milímetro, posee una enorme intuición para llegar al deseo interior del espectador. Es evidente que tiene muchos aciertos, pero también tiene errores. Tenía razón al revisitar el universo de "West Side Story", pero para quien conocemos bien la historia y la música, no supo darle el suficiente atractivo salvo en alguna que otra secuencia aislada. El conjunto se resintió mucho. Por supuesto, podríamos citar más errores suyos como "Mi amigo, el gigante" o "Always" por mucho que sea la última aparición de Audrey Hepburn, o "Hook", o "1941", o "Lincoln", pero sus aciertos son tan altos, tan increíbles, que casi nadie se acuerda de sus valles. Y eso no lo hace cualquiera. "Los Fabelman" es una de sus películas más sentidas y, para mí, es la mejor película del año.
Abrazos con Arriflex.

dexterzgz dijo...

Efectivamente, creo que he hablado un poco del fenómeno que representa la película antes de lo que realmente es (pero suscribo tus palabras básicamente). Por eso también me da mucha rabia que este año a los de Hollywood les haya hecho gracia la frikada esa de los Daniels y de los chinos de la lavandería y vayan a desechar una película como ésta que yo creo que valoraremos más el día en el que, como decía áquel, ya no haya películas de Spielberg. O peor aún, cuando no queden salas donde exhibirlas.

Dices que es emoción mesurada, pero yo matizaría, es emoción sincera, brutalmente sincera. Yo creo que Spielberg es consciente del material tan sensible que maneja y no es tan condescendiente como en otras ocasiones, algo brutal ya te digo, porque se trata nada menos que del retrato de sus padres. Paul Dano y Michelle Williams están por cierto magistrales (me parece un escándalo que él no esté nominado en una película que es de las que se benefician fácilmente del efecto arrastre).

Abrazos chupando un puro

César Bardés dijo...

Es sincera, pero es mesurada. No astraga. No acabas de azúcar hasta las cachas como le ha pasado alguna vez. Lo de la frikada de los Daniels acabará por hacer que vaya odiando los premios y yo, ya adelante, en mi artículo sobre los pronósticos, me niego a darles ni el Oscar a la mejor frikada del año.
Lo de Paul Dano es verdad. Mira que es un actor que nunca me ha hecho especialmente gracia. No por su trabajo que, casi siempre, llama mucho la atención, sino por los personajes que interpreta que suelen ser rechazables hasta la náusea. Sin embargo, aquí está de todo lo contrario. Es un hombre adorable, que sufre en silencio y afronta lo que debe con cariño. Ojalá algunos pudiéramos ser como él.
Abrazos viendo Adonis en la playa.