A
finales de 1972, un grupo de jóvenes se encontraron a Dios en la última cumbre
de los Andes. Descubrieron que Dios estaba en la profunda amistad que sentían
unos por otros y que el verdadero aliento de la vida estaba en su voluntad, en
su fuerza, en su inteligencia, en su empuje, en su lucha. Cuando todo estaba
perdido, decidieron lo impensable e hicieron de la supervivencia, su religión.
Hicieron todo y más por aguantar un día, dos, una semana, dos, un mes, dos…Y
allí, en aquel lugar en donde la Tierra parece tocar el cielo con los dedos,
allí mismo donde Dios parecía no estar, se dieron cuenta de que, a pesar de
todo, se tenían unos a otros.
El destino puso a
prueba la capacidad de resistencia de todos ellos, haciendo frente a un
accidente de avión imposible, conservando la vida en un desierto de blanco y
viento, apagando sus existencias con la paciencia de la agonía, combatiendo con
rabia contra aludes y soledades, contra desesperaciones y derrotas inasumibles,
contra pérdidas y morales. El resultado fue que, en esa última cumbre, se abrió
paso la vida porque, con su corazón y con el ánimo maltrechos, fueron capaces
de lo mejor tras visitar lo peor. Vivieron el mismo infierno en las alturas.
Murieron en el cielo de las profundidades. Desgastaron todos los gramos de su
fuerza. Y estremecieron al mundo entero con su supervivencia inimaginable.
Más allá de eso, cada
uno fue un héroe en sí mismo porque todos colaboraron mientras todos perdían. Devastados
y rotos, con la esperanza hecha pedazos, cuidaron al de al lado, dieron calor a
pesar de estar ateridos de frío, encararon a la noche heladora con coraje de
titanes, agotaron todos los recursos, extrajeron oportunidades de un lugar
donde no había ninguna. Ante eso, sólo queda el estremecimiento de ser testigos
de una muestra incomparable de superación, de ganas de vivir, de sacrificio, de
la verdad más profunda del ser humano. Desde ese momento, ya nada fue igual en
sus vidas, pero mantuvieron, a pesar de las terribles decisiones que tuvieron
que tomar, el respeto por los que ya no estaban. Nada ni nadie puede imaginar
lo que pasaron. Fueron gigantes en un lago de nieve que les repetía a cada
minuto que iban a morir.
Cuando se camina por un abismo, sin calorías para aguantar, sin fuerzas para seguir, sólo queda alargar la mirada y desear que, tras la siguiente montaña desafiante, habrá un motivo para mantener la esperanza. En esa cumbre donde Dios sólo habitaba en el otro se hallaba la certeza de que no era un lugar para que nadie estuviera. Los dientes serrados de las cimas parecían mandíbulas dispuestas a devorar a quien osase respirar un día más entre sus amenazantes peligros. El recuento de bajas se sucede para que, sólo al final, en una letanía de júbilo ahogado, sus nombres se dijeran dos veces porque todos los que consiguieron salir de allí nacieron de nuevo tras regresar de la muerte. A veces, el destino, tras poner a prueba cruelmente la resistencia de unos muchachos, también sonríe y abre la mano para justificar lo que se hizo con la emoción de los que esperan. Puede que una lágrima, levemente congelada, también resbale por la mejilla de los que asisten a tal hazaña bajo los acordes de una música de intensidad escalofriante, o con los juegos comparativos de un sonido que no se olvida con facilidad. No es necesario comparar con otras versiones de la misma historia porque, en esta ocasión, sin que haya más espejos que los utilizados para pedir ayuda, Juan Antonio Bayona nos quiere decir que salvar la vida de un amigo es una de las cosas más grandes que te pueden pasar en la vida.
3 comentarios:
Y comieron la carne de Dios en el projimo
Y?
La vi el viernes, y creo que tu artículo está a la altura (quizá aun más arriba pero con menos frio).
No, la película sólo es fría en el ambiente hostil que llega a traspasar la pantalla para congelarte aunque estés sentado en tu salón con calefacción y manta zamorana. Que bien hubiera venido su estreno en plena ola de calor. Fuera de esas temperaturas ambientales, el resto es una búsqueda constante de la emoción, de transmitir sensaciones, afectos, hermandad, apoyo...
Bayona, ya lo había intentado otras veces, pero ha hecho esta vez la más Spielbergiana de sus películas (¿en el peor sentido de la palabra?). Muchas veces se ha acusado al tito Steven de sentimentaloide, de la búsqueda constante de la emoción fácil. Bayona también parece hacerlo aquí, pero siendo sinceros ¿es posible contar esa epopeya de otra forma?. ¿No es acaso una de las odiseas más emocionales que hayan existido en los tiempos modernos?
No hay otra forma de contar esta historia sin hacernos participes del frio, de la desesperación, de la pena, del dolor, del tozudo espíritu de supervivencia de los héroes, porque lo fueron, que lucharon día tras día contra la muerte helada sin dejarse llevar por la desesperanza.
Y hay un acierto más en el film que, por lo demás, está magníficamente rodado (incluso en esa distorsión de la cámara en un momento dado de la película), la elección del personaje "protagonista" y su narración. Se podía haber contado desde fuera en un estilo contemplativo o poniendo énfasis en algún personaje muy relevante para el destino final (así se hizo y no para mal en "Viven"), pero Bayona elige otra visión y a mi me parece un acierto. Iban 45 y ninguno merecía menos honra que otro.
Me parece una muy buena película, la historia es muy conocida y ya no nos sorprende demasiado, pero aun así te atrapa como si te hundieras en su nieve, no puedes dejar de observar a aquellos a los que el destino les acercaba de forma testaruda hacia la muerte, pero decidieron luchar juntos y rebelarse.
Abrazos unidos siempre.
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