miércoles, 29 de octubre de 2025

EL SARGENTO YORK (1941), de Howard Hawks

 

La eterna lucha entre la conciencia y el patriotismo fue algo más que un campo de batalla para el Sargento Alvin York. Él no era más que un pacífico granjero que vivía en algún lugar perdido del Medio Oeste, cazando conejos, desarrollando su puntería, dando catequesis a los niños en la parroquia del pueblo, llevando una existencia tranquila y acorde con sus creencias y experiencias. Sin embargo, la patria le reclama para marchar al frente en la Primera Guerra Mundial. York se siente apelado a su interior más íntimo porque, en realidad, se declara objetor de conciencia. No puede dirigir esa escopeta que tantas veces ha disparado a los conejos hacia un ser humano. Ni siquiera viendo cómo sus compañeros hunden su cabeza en el barro mientras tratan de avanzar en la ofensiva del Argonne. Es un hombre coherente, tranquilo, que quiere vivir en paz consigo mismo porque sabe que, si entra en guerra, no podrá seguir adelante. Las circunstancias le harán cambiar de parecer. Tendrá que coger un arma. Tendrá que arrastrarse por el barro. Tendrá que disparar a otros seres humanos…y tendrá que recoger una medalla al valor por hacer todo eso.

Quizá nadie mejor que Gary Cooper para trasladar las inmensas contradicciones de un personaje que rechaza las trincheras y que se convierte en un héroe de guerra. En su interior, incluso después de su hazaña, se dirimirá también el dilema de utilizarlo como propaganda, como ejemplo de arrojo en el campo de batalla y él no quiere nada de todo eso porque no encuentra honroso haber matado a unos cuantos, más de la cuenta. Él sólo encuentra honor en haber salvado a sus compañeros y poder traerlos de nuevo a casa. El resto es sólo humo, pólvora, gritos, desgracias y sangre.

Howard Hawks, que en un principio estaba destinado a dirigir Casablanca, intercambió el proyecto con Michael Curtiz, buen amigo suyo, en una cena en un restaurante de Hollywood. Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con los encargos que les habían asignado y, no obstante, se les ocurrieron varias ideas con el proyecto del otro. Decidieron cambiar sus obligaciones. Curtiz se haría cargo de Casablanca, no sin antes hacer caso a esa escena que Hawks ya había imaginado con los nazis cantando y siendo acallados a los sones de La Marsellesa. Hawks haría lo propio con El Sargento York, no sin antes hacer caso a escena que Curtiz ya había imaginado con el protagonista yendo de trinchera en trinchera para acabar con los enemigos uno a uno. El resultado es una de esas películas que no se olvidan, que distan mucho de enaltecer los valores patrióticos para quedarse en la figura del Sargento Alvin C. York, un hombre sencillo, que sólo quería cuidar su granja, dar catequesis, reírse con sus vecinos, comer un buen plato de carne con repollo cocido y contar historias con un café caliente en la mano. Ah…y cazar conejos tal y como le había enseñado su padre.

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