La
noche extiende sus garras de misterio sobre los dulces sueños de la infancia.
Ella es misterio y oscuridad pero también resulta acogedora en su silencio.
Solamente cuando algo se mueve en sus rincones es cuando comienzan a temblar
los asentados cimientos del descanso. Y es entonces cuando los objetos se
mueven intentando la comunicación imposible, cuando el desconocimiento entra en
juego con la fuerza de la maldad, cuando el demonio, marqués de las tinieblas,
se introduce entre las paredes desconchadas de la desesperación.
Y así, con ruidos
incesantes en mitad de la noche, con golpes desaforados en las puertas, con el
inocente juego de un primitivo mando de televisión, el infierno tiene una
puerta hacia la luz para recoger su cosecha de víctimas, almas débiles de
familia desestructurada, que están señaladas con la muerte en vida y con el
chillido como rezo. La noche comienza a tartamudear y el coche de bomberos se
enciende en el juego, los crucifijos se invierten para anunciar al anticristo y
los mensajes se suceden con las bocas torcidas de un hombre torcido que caminó
por un sendero torcido y acabó en un infierno torcido. El cine ya nos ha
presentado, sin grandes ceremonias, al pánico. Y nada mejor que una niña para
mostrar su malévola sonrisa y su pacto con el diablo.
Los Warren siguen en su
camino para despejar las nieblas del espíritu aunque saben que, de alguna
manera, están atrayendo las consecuencias. Las visiones se suceden y la inquietud
se adueña de sus nobles corazones porque han desafiado en demasiadas ocasiones al
invisible puente que une este mundo con el más allá. El cansancio se nota en
sus rostros y las dificultades se agolpan en sus razonamientos. Nada más lejos
de la realidad. Son las mismas trampas de siempre, las que pone ladinamente el
ángel caído para poder realizar su infernal trabajo. Los años setenta tocan a
su fin y los ojos transparentes del odio se multiplican en los días de patilla
larga y creencia corta. Esta vez el arma para derrotar al mal absoluto no es el
amor…será la fe, la capacidad de creer en alguien, la perseverancia y la
certeza de que algunas visiones son premonitorias.
Digna segunda parte de El expediente Warren porque sigue la
estela de la eficacia que se demostró en la primera, con algo más de contención
al final (aunque no deja de haber un cierto desbocamiento) y secuencias
igualmente inquietantes, este caso Enfield que se convirtió en el más
documentado de los fenómenos paranormales de la historia, profundiza en las
entrañas del miedo por una dirección sobria que en ningún momento renuncia a
las reglas clásicas del género. Tal vez porque James Wan, el director, sabe que
el atractivo no reside en la exhibición visceral ni en la estupidez
adolescente, ni siquiera en el movimiento exacerbado de la cámara para
trasladar la sensación de nerviosismo, sino en la originalidad aparente de las
situaciones que plantea, que se construyen con paciencia sin dejar nada
gratuito alrededor. Sí puede haber algún momento menos convincente,
especialmente cuando se da paso a la animación por ordenador, pero no sufre el
resultado final que deja un charco de sudor a la espalda y una leve sensación
de alivio. Ahora, arriésguense a salir
de esta página…lo que venga después ya es todo incertidumbre. Puede que,
realmente, ustedes estén leyendo las letras de un espíritu que quiere hurtarles
la razón. Puede que, simplemente, estas líneas sean una visión de lo que se van
a encontrar… o solamente sean una trampa más del diablo.
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