Un oficial negro. ¿Dónde se habrá
visto? Si seguimos así no tardarán en creer que ellos pueden llegar a mandar.
Esos engreídos de Washington nos envían a un capitán tiznado para que
investigue en Louisiana un crimen. Una bagatela. Un simple sargento tiroteado
en plena borrachera. Un tipo que creía que comportándose como un blanco podría
llegar a ser aceptado por los blancos. ¿Cómo dijo a la hora de morir?: “Y a pesar de todo, chico, ellos nos siguen
odiando”. Pues claro ¿qué esperabas? Los negros que vayan a dejar su sangre
a Europa y a luchar contra el fascismo, pero aquí somos demócratas. Los negros
no pueden ascender. Los negros no saben hacer otra cosa que cantar sus
tonadillas folclóricas, creer en las supersticiones y sonreír como imbéciles
porque todo el mundo sabe que la risa continua es un signo de imbecilidad. Los
pantanos de Louisiana son sabios y no necesitan instrucción. Los negros que se
integren en el Ejército…pero hasta cierto punto. Un capitán negro ¿qué se
habrán creído?
Y el crimen debe resolverse.
Caiga quien caiga. El capitán también tiene sus prejuicios y opina que el
asesinato fue cometido por blancos. Es fácil caer en esa tentación en una
tierra llena de odios. Pintiparado resulta el fulano. Con su uniforme inmaculado,
su arrogancia vestida de marrón y sus gafas oscuras. Él dice que le encantan
porque son las que lleva el General MacArthur. Todo esto podría solucionarse de
un carpetazo y viene este negro con ínfulas y se cree que es el mejor detective
del Ejército. Nunca debimos sacarlos de los algodonales. Y mucho menos
otorgarles galones.
Tal vez la verdad sea más
dolorosa porque los negros y los blancos son tan iguales, tan parecidos que es
posible que el odio negro sea tan terrible como el blanco. Se atreven a juzgar
como los rostros pálidos. Hay algunos que dicen lo que está bien y lo que está
mal y, con arreglo a eso, deciden. Igual que hizo la víctima. Ese sargento
pendenciero que perdió el norte porque no quiso pertenecer al sur. Creyó que
siendo un negro podía meter en vereda a un puñado de negros y ganarse el
respeto de los blancos a base de disciplina, desprecio y un par de puñetazos. Y
ya basta. Todos tienen que ser iguales. Todos tienen que recibir igual trato.
La justicia no es ni blanca ni negra y tiene que caer con el mismo peso de la
ley. El calor no ayuda. El ambiente aún menos. Pero las personas, por mucho que
esto sea el Ejército, deben tener derecho a un respeto, a una dignidad, a una
igualdad de oportunidades. A ser hombres en guerra, tan valientes o tan
cobardes como cualquiera. Aunque siempre haya algunos, de uno o de otro bando,
que sigan odiando.
Norman Jewison dirigió con buen
pulso una historia rápida sobre un soldado que fue muerto porque equivocó su
rumbo y puso desprecio allí donde tenía que haber orden. Y quizá las balas
fueron merecidas pero nunca fueron justas. Por los que se quedaron intentando
salvaguardar el honor de una raza ni por los que se fueron intentando vivir con
la libertad como insignia.
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