Si queréis escuchar lo que debatimos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "Stalingrado", de Joseph Vilsmaier, podéis hacerlo aquí.
No es fácil deshacerse
de la pesada mochila del pasado y mirar hacia el futuro con una sonrisa. La
fama da una idea de lo que debió de ser Glyn McLintock en Missouri. Tal vez se
dejó llevar demasiadas veces por el carácter desatado de quien mata a sangre
fría o puede que su revólver recibiera mucho sueldo y gastara pocas balas
aunque bien apuntadas. El mañana está ahí mismo y quizá ya ha habido demasiada
muerte en su memoria. Es hora de sentar la cabeza y hacer de un horizonte, el
hogar. El cielo azul, la gran extensión de tierra, el agua cristalina, la
sonrisa de un amor, las desafiantes montañas…todo eso es medicina para el alma
inquieta. Solo se trata de remontar un río y ponerse a trabajar. Eso no hace
daño a nadie.
Pero McLintock se equivoca.
Esa mochila de la que se quiere deshacer es una pesada carga que vuelve con
toda su fuerza para que su ira salga de nuevo y vuelva a ser el asesino
implacable que ha sido siempre. Las manzanas podridas contagian a las demás y
hay que tirar todo el barril. Aunque en esta ocasión es al revés. Las manzanas
sanas contagian a las demás y hay que conservar el barril. McLintock tiene
conciencia porque ha decidido no olvidarla en todas sus acciones. Debe luchar
por lo que es justo y, si en algún momento, sale la bestia salvaje que un día
fue, siempre habrá una voz de aviso que le recuerde quién es realmente. Y es
que la paz anida en los hombres que tienen afán de futuro. Las cumbres nevadas
hieren con su frío y la traición se desliza lentamente por las laderas de la
ambición. Cuando la fiebre del oro llega es muy difícil limpiar el veneno de la
codicia y eso, inevitablemente, despierta a la fiera que se lleva dentro. Los
fantasmas se hacen presentes aunque no se vean. La persecución comienza. Y todo
acabará ahogado en un torrente de venganzas que, de manera sorprendente,
cerrará de un disparo los días de furia y abrirá un mañana que se resiste en el
amanecer. Es tiempo de agarrar a los horizontes lejanos y no soltarlos nunca
más.
Anthony Mann dirigió
con impecable maestría uno de los cinco westerns
que realizó con James Stewart de protagonista para profundizar un poco más en
la psicología de unos personajes que tenían que luchar con la violencia como
único argumento. Y detrás de John Ford, quizá sea Mann el que mejor supo
entender ese permanente estado de beligerancia que los héroes tenían que
mantener porque el rencor se hacía presente en todos los intentos por empezar
una nueva vida. Los horizontes lejanos de una tierra virgen se antojaban un
poco más cercanos y los pasados turbulentos cogían distancia haciendo caer las
crispaciones propias de una época marcada a sangre y fuego.
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