Los segundos se suceden mientras
van desgranando su melodía incesante: “Culpable, culpable, culpable”. Y quizá
el único delito haya sido estar en el lugar equivocado en el momento menos
oportuno. El sensacionalismo periodístico es un barómetro de la ambición y
todos quieren atrapar al asesino que él no es. El cerco se estrecha, la
realidad agobia, la falta de tiempo angustia, la solución encierra. No cabe
duda de que es muy difícil hallar al auténtico asesino mientras todo un equipo
busca denonadamente al culpable al que apuntan las pruebas. Sin embargo,
alguien ha dejado que todo el mundo crea eso y la razón es muy difusa. Tal vez
se quiera proteger al auténtico asesino. Tal vez solo se busque un reportaje
con suficiente gancho como para vender más ejemplares de una basura de revista.
No hay tiempo para la privacidad. Solo para demostrar la inocencia cuando no
hay nada que lo indique. Culpable, culpable, culpable.
Todo porque hubo un par de copas
más, un olvido imperdonable y dejarse arrastrar por un momento de relajación
mientras se saboreaba un despido que estaba mojado a medias entre la decepción
y el alivio. Un objeto pesado y una cinta verde y el reloj sigue con su
movimiento implacable. A cada segundo que pasa, el cerco se cierra más y más y
hay que tener la cabeza muy fría como para despistar a todos. Porque nadie sabe
que existes. Nadie sabe que eres. Nadie supone que tienes. Nadie cree que te
libres. Y lo peor, quizá, no es llegar a saber quién es el asesino sino darse
cuenta de que el individuo realmente peligroso es el que ha urdido la trama
para que todo apunte en una sola dirección. Y el culpable y el investigador
coinciden en la misma persona. Malditos Martinis. Malditas vacaciones. Maldita
revista. Maldita casualidad.
Dirigida con un ritmo trepidante
por John Farrow, padre de Mia Farrow, e interpretada con angustia y premura por
Ray Milland, George MacReady y Charles Laughton, El reloj asesino se antoja como una caza imposible que nunca puede
llegar a buen término porque las manecillas siempre apuntan al minuto y hay muy
poco tiempo para sacar la última edición. Se trata de la primera versión de
aquella No hay salida que
interpretaron Kevin Costner, Will Patton y Gene Hackman y se aparece tan
terrible el mundo empresarial como el militar. Lo cierto es que el culpable
tiene que correr si quiere conservar el pellejo y el culpable tiene que esperar
tranquilamente sentado en una mesa rumiando su sentimiento de superioridad
igual que un león espera devorar su primer plato. Sí, lo he escrito bien. Es la
erótica del poder que impide traspasar determinadas barreras para hacer
justicia en un mundo que siempre intenta acabar con el eslabón más débil. Y
John Farrow consigue que nos creamos a ese personaje megalomaníaco que
interpreta Laughton o a ese tipo que es carne de imprenta y de horas gastadas a
la luz de los fluorescentes al que da vida Milland. Culpable, culpable,
culpable. Y el reloj asesino sigue dando las horas de forma implacable, total y
con el minutero siempre pasando al lado de la aguja más pequeña sin saber que
precisamente ella es la responsable de su continuo movimiento.
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