martes, 5 de febrero de 2019

EL CUCHILLO EN EL AGUA (1962), de Roman Polanski

Si os apetece escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "A la caza", de William Friedkin, podéis hacerlo pinchando aquí.

A veces, un matrimonio tiene muy poco que decirse. Puede pasar un domingo en un lago, a bordo de un velero casi de ensueño y, sin embargo, pasar el día en silencio. Un joven hace auto-stop y el hombre casi lo arrolla. A partir de ahí, comienza una lucha que sólo se puede entender desde la más estúpida óptica masculina. El hombre, el marido, trata de humillar al joven con su experiencia, con su mirada más serena sobre las cosas, con su continuo intento por parecer osado y con el impulso que sólo proporciona la juventud. El joven desprecia al marido porque se ha adocenado, se ha acomodado en una posición de superioridad, de estabilidad económica y de realización personal, pero tiene energía, algo de encanto, un cierto descaro y un claro convencimiento de que es capaz de hacer lo que hace el marido.
Como espectadora muda y, a medida que pasa el tiempo, más y más atractiva, la mujer. Asiste pasivamente al enfrentamiento infantil de los dos hombres y se esconde en la idea de que ambos son ingenuos. El marido no se va a acercar a ella para que demuestre todo lo que sabe hacer y su experiencia en moverse por el mundo, aunque estén en un velero. El joven mantiene el atractivo de la frescura, de la ausencia de vergüenza, del empuje juvenil que le impulsa a buscar cosas nuevas que vivir. El antagonismo está servido y el velero debe navegar en un largo domingo que amanece nublado, se torna soleado, se enfurece con la lluvia, se anochece con la rabia. Poco a poco, el velero se vuelve un cascarón del que parece imposible salir y ese matrimonio, que había salido en silencio dispuesto a pasar un domingo en el lago, se quedará parado, sin decidir hacia dónde dirigirse, hablando y tratando de decirse verdades que el otro no cree. Tal vez, el marido no tenía tanta experiencia y tampoco demasiado orgullo. Tal vez, la mujer se había olvidado de lo que significaba vivir.

Roman Polanski dirigió su primera película con trazas evidentes de nouvelle vague y dibujando ya su característico ambiente angustioso en el que la interacción de los personaje, o la ausencia de ella, se convierte en una espoleta retardada que acabará aniquilando las inquietudes superficiales de unos hombres que no vienen de ninguna parte y no saben dónde acabarán. Son como veleros que navegan sin rumbo sobre un lago que se torna misterioso cuando un cuchillo se hiende en su superficie, cortando el agua, pero sin tocar carne. Así, podemos enfrentarnos, sin ninguna ayuda, a nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestros deseos y nuestras vanidades. Todos ellos compartimentos de un barco con su correspondiente vía de agua. Ya no habrá limpiaparabrisas para abrir paso a la visión entre el agua. Solo quedarán los personajes. Desnudos, desamparados, desabridos, descubiertos. Y la elección entre dos caminos se volverá tan difícil que, quizá, ya no habrá más domingos en el lago.

No hay comentarios: