martes, 26 de febrero de 2019

STANLEY DONEN: LA MANO ELEGANTE


En la ceremonia de entrega de los Oscars de 1998, se concedió un premio especial a Stanley Donen en honor a toda su carrera. Recibió el galardón de manos de Martin Scorsese y lo primero que dijo Donen fue: “Quien debería recibir eso, en realidad, eres tú”. Luego, se volvió hacia el público y, con 76 años como tenía entonces, Stanley Donen comenzó a entonar “Heaven…I´m in heaven and my heart beats so that I can hardly speak…” y se puso a bailar claqué, con un Oscar en la mano y ante los atónitos ojos de millones de espectadores de todo el mundo.
Después de su paso por Broadway como coreógrafo y bailarín, Donen se atrevió a romper moldes asociándose con otro gran amigo, Gene Kelly, en su primera película como director: la inolvidable Un día en Nueva York. Fue el primer musical que sacó la cámara a la calle como un viandante más y que destacó por una modernidad deslumbrante. Lleno de humor, de imaginación y de una elegancia que se elevaba por encima de muchos otros directores más expertos, Donen lo hizo tan extraordinariamente bien…que tardó mucho tiempo en hacer algo que no fuera dentro de los terrenos del musical.
En cualquier caso, no importaba demasiado. Cada musical de Donen poseía alguna innovación, como en su siguiente película: Bodas reales, la primera que dirigió en solitario, con su admirado Fred Astaire de protagonista en una imágenes que rompieron moldes, sobre todo, por dos números legendarios de baile: Uno, el inigualable paso a dos que Astaire se marca con un perchero, convirtiéndole, a través de la coreografía, en una grácil y atractiva pareja de baile. La otra, y aún más destacable, fue ese formidable y espectacular número que, por arte de magia, llevó a Astaire a bailar por las paredes y el techo de una habitación de hotel. Una escena que causó sensación y que reveló a Donen como un director de técnica más que interesante. Durante muchos años, algunos no dejaron de preguntarse cómo fue posible el rodaje de esa secuencia.
Al año siguiente, vuelve a asociarse con Gene Kelly para instalarse, ya para siempre, en la leyenda. Cantando bajo la lluvia, prodigio argumental dentro de un género que, hasta entonces, no daba mucha importancia a las historias que contaba con ligereza, maravilla coreográfica de precisión y buen humor, espectáculo toal y, posiblemente, el mejor musical de la historia del cine. Si alguna vez la vuelven a ver, fíjense cómo rueda Donen los bailes, con qué mirada tan certera y milimétrica está realizado el montaje, cómo deja al espectador al respiro de la imagen perfecta, cómo se diseña una secuencia con el atrezzo de un plató de cine para rendir un homenaje al slapstick con el mejor baile que Donald O´Connor ha hecho jamás…y, siempre, siempre, descubra algo diferente.
Con Siete novias para siete hermanos, Donen demuestra que sabe rodar rápido (en menos de un mes) con bailarines profesionales y que el color ya es algo que domina a la perfección. Pocos bailes demuestran tanta energía como los que hay en esta película que rezuma vigor por los cuatro costados.
Y, después, vuelve a asociarse con Gene Kelly para dar una nueva vuelta de tuerca al género. Siempre hace buen tiempo podría ser considerado como el otro lado que mostraba Un día en Nueva York y pasa por ser un musical de una amargura poco corriente, pero, a pesar de ser una obra menos conocida, está a la altura de sus otras dos colaboraciones con Kelly y marca un punto de inflexión en el género a partir del cual los argumentos se tamizan a través del agrio filtro de la decepción.
Mientras rumiaba su primera película fuera del musical, aún rueda otra que quedará para siempre clavada en nuestra retina por su innegable belleza visual: Una cara con ángel, la historia que nos descubrió que Audrey Hepburn también sabía bailar (y muy bien, por cierto) y en la que se ridiculiza la pretendida trascendencia del existencialismo tan en boga a finales de los años cincuenta, así como el mundo de la moda, puesto en solfa por su teatro de apariencias sin mucho sentido.
Por fin, da el salto a una comedia sin números musicales: Bésalas por mí, un buen comienzo aunque no suficiente como para llamar la atención. Su siguiente película sí que asombra por su sensible dirección de actores y su interminable buen gusto: Indiscreta, con Ingrid Bergman y Cary Grant bajo el umbral de la elegancia de Donen y que parecen más atractivos, más relajados y más divertidos que nunca.
Reúne a su amigo Grant con Robert Mitchum, Deborah Kerr y una muy simpática Jean Simmons en Página en blanco, donde una vez más, los gestos y las actitudes reemplazan a las palabras que todo el mundo sabe y nadie dice y la cámara asiste, sonriente, a una trama gozosamente bien construida. La película en sí es de una agudeza tal que basta con el plano de una mirada para entablar un diálogo entre los personajes. Una maravillosa comedia al mejor estilo de Noel Coward.
En 1963 realiza una de sus obras maestras: Charada, un film en el que Donen realiza un ejercicio de estilo cercano a Hitchcock y sale más que airoso del envite. Aquí, Donen confesó: “Sudé tinta para convencer a Cary Grant de que se duchase vestido, pero la escena valió la pena”. Rebosando clase y con un París magníficamente fotografiado como telón de fondo, la película contiene unas deslumbrantes interpretaciones por parte de Audrey Hepburn y, sobre todo, de un colosal Cary Grant. Y, además, después de verla, nadie puede negar la alegría que se siente al saber que eso es cine.
Tres años después intenta repetir la fórmula de Charada, esta vez con Gregory Peck y Sophia Loren en Arabesco, pero Donen se deja influenciar por cierta estética que ha redundado en perjuicio de la película y baja varios puntos en elegancia. Y, sin duda, la pareja Peck-Loren no funciona igual que Grant-Hepburn.
A continuación, Donen realiza dos espléndidas películas. La primera es la extraordinaria Dos en la carretera o la crónica del derrumbe de un matrimonio a través de varios viajes por Francia con una estructura narrativa muy fragmentada. Elige a Audrey Hepburn de nuevo para emparejarla con un divertido, sorprendente, dramático, cómico y melancólico Albert Finney en una película innovadora y que, a pesar de sus cincuenta años largo, permanece fresca como el primer día. Una auténtica joya.
La segunda película delata una valentía enorme por parte de Donen al abordar abiertamente (y estamos hablando de finales de la década de los sesenta) el tema de la homosexualidad mostrando la vida en pareja de dos hombres interpretados por dos monstruos de la escena como Rex Harrison y Richard Burton en La escalera. Aquí, Donen arranca en la comicidad para, poco a poco, pudrir la estructura hasta pasar al patetismo y, por último, al amor. Otra maravilla que se anticipa en muchos años a otras películas pretendidamente modernas.
A partir de aquí, Donen, debido en parte la crítica que recibe muy negativamente La escalera, se refugia en Broadway durante varios años. Regresa con el fallido intento de adaptar El pequeño príncipe, basada en el cuento de Antoine de Saint-Exupery, en clave de musical y aunque contiene una secuencia que recuerda al mejor Donen (la del baile Snake in the grass con un Bob Fosse coreografiándose a sí mismo), es un notable fracaso.
Lo tiene todo para triunfar con Los aventureros del Lucky Lady. Una producción lujosa, una historia ambientada en los años de la Prohibición y el contrabando y un reparto de campanillas encabezado por los actores más de moda de los setenta: Burt Reynolds, Liza Minnelli y Gene Hackman, pero, incomprensiblemente, la película está muy lejos de ser un éxito y Donen, debido al enorme fracaso artístico y económico, queda hundido y sin confianza por parte de los productores.
Aún es capaz de rodar tres películas más. Una es ese giro extraño que hace a la moda del cine de ciencia-ficción con Saturno 3, fallido intento de lanzar la carrera del ángel de Charlie Farrah Fawcett, pero las otras dos son excelentes películas, muy poco reconocidas, que nos devuelven si no al mejor Donen, sí a una versión que se acerca mucho a la del gran director.
La primera de ellas es Movie, Movie, todo un homenaje al cine que él tanto amó en forma de programa doble con dos historias típicamente cinematográficas y sin ningún nexo de unión: una comedia musical y un drama sobre el mundo del boxeo. Un experimento muy interesante, realizado con su habitual elegancia y con una sensibilidad nostálgica de enorme espíritu y, desgraciadamente, de muy poco calado.
La otra es Lío en Río, una deliciosa comedia con Michael Caine que se convirtió en un fracaso absoluto y que motivó la triste retirada del cine de un monstruo sagrado de la dirección. Llena de frescura y descaro y con un humor derivado al viejo estilo encuadrado dentro de situaciones propias del cine moderno, Donen construye un divertimento completo con magníficas interpretaciones. Hoy en día, posiblemente, sería presa de un escándalo tan estúpido como los tiempos que vivimos al plantear la posibilidad de que un hombre casado tuviera una aventura con una menor.

Stanley Donen ha sido un hombre de estilizada mano enguantada en movimiento coreográfico que siempre nos ha invitado a entrar, vestidos de etiqueta, a un sofisticado y sonriente baile irrepetible. Muy parecido al que hizo un anciano de 76 años lleno de energía con un Oscar entre sus manos.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Pues ese señor que puso en pie al patio de butacas de los Oscars al recibir su premio honorífico no mereció ni un recuerdo en el "in memoriam" de la última - y vergonzosa- ceremonia de la noche de Hollywood. Se trataba simplemente de insertar una foto en el montaje final, no creo que sea una excusa la inmediatez del fallecimiento.

Sí, yo también he disfrutado mucho cantando bajo la lluvia o buscando un microfilm en un mercado de París. Finney, Ganz, Donen, qué manía le ha entrado con morirse últimamente a la gente buena. Dicen que era el último superviviente de los directores de la edad dorada. Cada vez que muere alguien, algo dentro de tu pequeño corazón de cinéfilo se muere con él. El sábado quise darle un homenaje -yo soy muy de esas cosas- y aunque fue fallido - elegí "Los aventureros de Lucky Lady" que no recordaba haber visto- no pude evitar sentir un nudo en la garganta.

Abrazos danzarines

César Bardés dijo...

Pues sí, fue una ceremonia bastante vergonzosa y la ausencia de un homenaje a Donen (al fin y al cabo, el último director clásico que quedaba) aún más vergonzoso.
Por supuesto que algo de nuestro pequeño corazón cinéfilo muere cada vez que un gran nombre se nos va. Al fin y al cabo, muchos de ellos han llenado huecos inolvidables en nuestra vida y esa es una deuda que jamás podremos pagar por mucho que hayamos pasado por taquilla.
Donen se merecía todos los homenajes del mundo. Y es una lástima porque, aunque creo que habrá algunos que nos encarguemos de que su nombre no se olvide, verás cómo las próximas generaciones ni siquiera habrán oído hablar de él. El otro día, comprobé, espantado, cómo en un programa de radio decían que "ser cinéfilo era saberse todo sobre cine a partir de los ochenta..."
Abrazos con zapatos de claqué.