Si queréis escuchar lo que se habló en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "Rocky", de John G. Avildsen, podéis hacerlo pinchando aquí.
Los ojos del asesino.
¿Cómo pueden mirar unos ojos que sólo quieren matar, hacer daño, desahogar su
rabia, aniquilar la inocencia? Tienen que ser ojos especiales, nítidos, con un
tinte de furia y un cristalino salvaje. No. Son los ojos mediocres de un ser
mediocre. Un tipo que no vale nada y que descarga su carga de mediocridad en el
entorno que le rodea. No tiene ninguna empatía hacia nada, ni hacia nadie, ni
siquiera hacia su familia. La luna le vuelve loco, como un hombre lobo que no
se transforma. Realmente, sólo lo hace cuando pretende ser normal, porque él
puede ser todo, menos un ser humano normal.
Los ojos de un policía.
¿Cómo pueden mirar los ojos de un hombre que ha pasado tanto miedo viendo a su
propia esposa caminar hacia la locura? Tienen que ser ojos cansados, sinceros,
hartos, sin color, sin demasiado calor aunque, es muy posible, que deseen algún
lugar donde posarse. Son los ojos de vuelta de un ser que querría estar siempre
de ida y se ha dado cuenta de que eso no es posible. Sufre con un nudo
intragable en la garganta cuando se da cuenta de que el alma no habita en
algunos asesinos. Sufre porque recuerda sus años de niñez débil al amparo de un
sacerdote que se ha convertido en la voz razonable de su conciencia. Sufre
porque sabe que el amor que puede dar será volátil y temporal, nunca
permanente, nunca duradero. Está en permanente búsqueda…y cuando encuentra lo
que quiere, sólo podrá renunciar.
Los ojos de una
maestra. ¿Cómo pueden mirar los ojos de una mujer plena, que ha vivido y que ha
perdido, que se encuentra en un limbo del que no sabe cómo salir? Tienen que
ser ojos perdidos, pero con un punto de pasión. Tan fríos como acogedores, tan
comprensivos como inteligentes. Son los ojos de ida de un ser que querría estar
ya en destino. Más que nada porque el destino hizo una cuenta mal y suspendió y
debe repetir, necesita repetir. Cree que dentro de los hombres siempre hay un
atisbo de verdad y que, si ella ha sido capaz de enfrentarse con lo realidad,
los demás deben de hacer lo mismo. Sin matices. Sin fisuras. Sólo con su enorme
y apasionado corazón de mujer. Único. Grande. Salvador.
A veces, se sale de las
letras de un gran escritor como es Antonio Muñoz Molina y se entra en el
universo de un competente director como Imanol Uribe para darse cuenta de que
es muy difícil encontrar la paz y el equilibrio interior y que, a menudo, se
puede hallar en un hecho absolutamente inhumano, que hace que la vista vaya un
poco más allá sin perder del todo la sensibilidad interior. Somos humanos.
Somos conscientes. Y en los rostros de Miguel Ángel Solá, Adriana Ozores y Juan
Diego Botto podemos asistir al viaje al mismo centro de la penumbra, allí donde
muy pocos seres humanos desean estar y, ni siquiera, quieren ver.
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