El Comandante Prien es
uno de esos lobos de mar que aún cree que la guerra tiene algo de noble, como
si fuera una oportunidad para mostrar lo que el hombre guarda dentro de sí
mismo. Es feliz haciendo su trabajo porque ha luchado mucho para ser jefe de un
submarino. Sabe que en la Marina alemana hay una cierta oposición hacia Hitler.
No comulgan demasiado con esa idea de que un cabo gobierne el país, pero, en
principio, no le importa. Él navega, está con sus hombres, hunde cargueros, cruceros,
acorazados y destructores. Cuida de un buen puñado de gente que lo merece y
sabe que ha venido al mundo para eso.
Su eficiencia le lleva
a los primeros puestos del escalafón y no tardan en encomendarle una misión muy
arriesgada. Entrar en la base británica de Scapa Flow y hundir todos los barcos
que pueda. No cabe duda de que se necesita una buena dosis de valor para
realizarla y Prien cree que la posee. Consigue entrar y hunde dos barcos. Sale.
Con rapidez. Como un zorro huyendo de la jauría. Es recibido como un héroe. Se
le utiliza como una figura de propaganda. La vanidad hace mella en él. Está
encantado con servir de ejemplo. Sin embargo…hay algo que no cuadra. Sus
propios mandos le reprochan que se haya prestado al espectáculo público para enaltecer
la gloria del Tercer Reich. Y un viejo amigo, de los tiempos del colegio, le da
un pequeño aviso. No todo es gloria, Prien. El régimen nazi no es lo que parece
y ni mucho menos es lo que nos intentan vender. Hay gente perseguida por el
mero hecho de nacer y, quizás, tú puedas hacer algo por ellos.
Se suceden las
misiones. Los éxitos de la nave del Comandante Prien se cuentan por docenas y
las toneladas hundidas, por cientos de miles. Sin embargo, Prien piensa, se
sumerge poco en la auténtica crueldad del mar y de la guerra. En realidad,
clavar un torpedo en el costado de cualquier barco no deja de ser un asesinato
en masa. Antes estaba orgulloso de eso. Ahora ya no tanto. Comienza a
cuestionar la razón de su existir. Hitler y los suyos ya no son tan buenos.
Quizá nos hayan arrastrado a una guerra que acabará hundiendo todos los barcos
del mundo menos los suyos. El reguero de cadáveres flotando en el agua es
impresionante y Prien comienza a apartar la vista. Tal vez, justo cuando esté
tomando conciencia de cómo son realmente las cosas, la misma guerra le hará ver
cuál es la cruda realidad. La guerra es matar. No es una cuestión de
caballeros. Es sólo la capacidad de endurecer el corazón hasta tal punto que ya
no quede ni rastro del ser humano que había en ti. Como Hitler, como ese
irritante Goebbels que habla todas las semanas por radio, como Goering, como todos
aquellos que han puesto el precio de la vida humana tan bajo que ya se reparte
en saldos de grandes almacenes de sangre. Inmersión rápida, Comandante. Las
cargas de profundidad tratan de hundir lo que te queda de conciencia.
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