Recuerda, Anthony.
Recuerda que empezaste a vivir en el mismo momento en que me besaste. Ahí dio
comienzo todo nuestro futuro sin pasado. No importa lo que hicieras porque sé
leer en tu interior y tengo la plena certeza de que eres una persona íntegra,
que sufrió algún trauma de infancia como lo delatan tus sueños magistrales de
cortinas de ojos gigantes cortados con una tijera, o de ruedas imposibles
despeñándose por un tejado, o de sombras de águila que te persiguen por laderas
de pirámides. Recuerda que yo haría cualquier cosa por ti y estoy segura de
que, cuando te cures, lo sabrás. Se irán de ti esos pensamientos obtusos que
claman por sangre porque la rabia te recorre, helada, por tus venas. Olvida
esas rayas misteriosas que te obsesionan y te provocan rechazo y piensa sólo en
mis ojos cuando se cierran en busca de tus labios, y las rayas son las pestañas
de mis telones, que aletean inquietas porque mi mirada te busca incluso cuando
no estás. Recuerda, Anthony. Recuerda que el crimen que te acosa no fue tal y
que sólo fuiste el testigo impotente de un hecho que te trajo imágenes que
creías arrinconadas y, sin embargo, latían en tu corazón atormentado. Y
recuerda que te quiero, que abriste todas las puertas que yo creía que estaban
cerradas, que liberaste la mujer que hay en mí e hiciste que el territorio de
los sueños ya no fuera un objeto de análisis sino un placer que despierta.
Tendremos que huir. Tendremos que sufrir, pero también tendremos que amar
porque sin amor, nada merece ser recordado. Y yo te voy a hacer recordar.
Aunque me cueste un millón de besos.
Un revólver sigue mis
pasos. Vacila antes de apretar el gatillo. No lo hace porque sabe que está
perdido. Lo sostiene el hacedor de sueños imposibles. Aquellos que atormentan
porque parece que no tienen significado y, no obstante, lo tienen. Bucear en el
alma humana llega a ser apasionante y ese hombre, esa mano que sostiene a la
misma muerte, acabará haciendo justicia. Yo cerraré la puerta y el revólver no
habrá disparado. El profesor Brulov, mi querido maestro, sabrá comenzar a leer
el lenguaje del subconsciente, que se expresa cada vez que duermes, Anthony.
No, no tendremos pasado, pero tampoco lo necesitamos. Ya no habrá más nervios,
ni más ansiedades, ni más dudas, ni más odios removiéndose. Sólo tú y yo. Con
nuestros recuerdos en común. Con nuestras conversaciones nocturnas, nuestros
abrazos únicos, nuestras sonrisas enamoradas, nuestros pareceres profesionales
y nuestros días eternos. Recuerda, Anthony…sobre todo, recuerda nuestro futuro.
Alfred Hitchcock se
adentró en los terrenos ilegibles de la mente para narrar una historia de amor
sin pasado y un asesinato sin futuro. Con todos los tópicos de su cine latentes
como el falso culpable, el psicoanálisis, la tensión, el suspense y la verdad,
que siempre se escapa por circunstancias que oprimen con más fuerza que lo
auténtico. Salvador Dalí le ilustró ese sueño que, a pesar de que duraba media
hora, en el montaje final se quedó en apenas un par de minutos. No importa. La
obra maestra estuvo muy cerca. Tanto como la banda sonora de Miklos Rozsa.
Tanto como el rostro ideal y maravilloso de Ingrid Bergman. Tanto como la
desorientación de Gregory Peck. Siempre hay que recordar que hemos visto
películas como ésta.
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