Quizá las raíces de la
maldad se hallen en el más profundo subconsciente. Por ello, es posible que se
asesine sin ningún remordimiento de conciencia, a traición y por la espalda; o
que no se tenga ningún reparo en mantener a una familia como rehén mientras se
espera una vía de escape. Claro que, tal vez, quien es malo nunca se ha
detenido a pensar qué es lo que causa su comportamiento. Puede que fuera que un
niño viera lo que ningún niño tendría que ver; o que la angustia se haya
instalado en la mente y forme pesadillas simbólicas; o que el amor, ese
concepto cursi, trasnochado y reservado únicamente a los débiles, sea algo que
sólo se ha probado de pasada y entre golpe y golpe. Al Walker va a afrontar una
prueba muy difícil esta noche. Va a pasarla con un psiquiatra especializado en
mentes criminales mientras espera el rescate de un compinche. Y aquí es donde
se entabla el duelo de la inteligencia contra el subconsciente. Walker no es un
hombre ilustrado, no es más que un bruto que ha obedecido siempre a la simple
regla de “lo quieres, cógelo”. Para él resulta casi inconcebible que los sueños
tengan interpretación. Los sueños, sueños son y no hay que darle más vueltas.
El Doctor Andrew Collins se encargará de demostrarle lo contrario.
Ningún paciente está
curado si se encuentra el origen de sus traumas, pero, a partir de ahí, sí que
se puede tratar. Cuando Walker tiene conciencia de cuál es el problema que lo
ha perseguido durante toda su vida, comenzará a funcionar su sentido vital, su
moralidad dormida, su ética humana. Cae el cerco de odio que le ha estado
asolando durante toda su maldita existencia. ¿Quién lo iba a decir? Un paraguas
roto, una mancha en una tabla, una lluvia persistente y acusadora, unos
barrotes inamovibles. Mientras tanto, sus rehenes esperan, sus camaradas
esperan, su chica espera, su huida espera. Ahora sólo importa tener conciencia
de que él, Al Walker, también tiene sentimientos.
Breve, rotunda,
presurosa, Cerco de odio se inscribe
dentro de la serie B que tan bien sabía manejar Rudolph Maté y que, en esta
ocasión, centra sus esfuerzos en el duelo interpretativo que sostienen William
Holden y Lee J. Cobb. No hay demasiados escenarios. No hay demasiada acción.
Los diálogos cubren todas esas necesidades para encontrar cuál es la verdadera
enfermedad de un hombre sin escrúpulos, capaz de utilizar lo que sea y a quien
sea con tal de lograr sus fines y meterse en un baño inútil de sangre con el
fin de saciar esa comezón que lo devora en su interior sin poder satisfacerla
jamás. Una hora y diez minutos de película con la mente como principal motivo y
tratando de sacar a la luz los choques íntimos que nos convierten en lo que
somos, mejores o peores, asesinos o buenas personas, días o noches, verdades o
mentiras. Esa respuesta quizá venga con el amanecer. Y el sol será el primer
destello de esa bala que jamás debió salir de la recámara.
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