miércoles, 8 de mayo de 2019

VIVAMENTE EL DOMINGO (1983), de François Truffaut



Una mujer enamorada puede hacer cualquier cosa por el hombre que hace latir su corazón, incluso demostrar su inocencia en un asesinato. Por él, se recorrerá medio país vestida con leotardos de la Edad Media, se impondrá tareas de vigilancia, estará ojo avizor hacia cualquier pista que conduzca hacia lo que ella realmente cree, compartirá confidencias con individuos de poca calaña, mentirá a quien haga falta. No hay fronteras para esa mujer. Llegará hasta donde tenga que llegar. Hasta que consiga dar con el hilo que termine por desenredar el ovillo hasta la última hebra. Aunque sólo sea una secretaria que ha vivido su amor desde el otro lado de la máquina de escribir, siempre con la indiferencia como pago, y, si no, con la tiranía algo despreciativa como obligación. Ella tiene mucha paciencia y sabe que, tarde o temprano, tendrá la oportunidad de demostrar hasta qué punto puede amar.
Por el camino estarán los abogados insidiosos que parecen querer algo oculto, los policías avispados que darán la vuelta a cualquier interrogatorio con tal de tener algún sospechoso consistente, el blanco y negro de las calles mojadas y frías que hacen que todo parezca aún más difícil e inalcanzable, las mujeres celosas de razonamiento trastocado, las citas imposibles, los garitos innombrables…Será todo un periplo por una investigación en la que no sólo iremos descubriendo la inocencia de ese jefe que, tal vez, no nos caiga demasiado simpático, pero que ocupa el norte y el sur del corazón de su secretaria, sino también el empuje de una mujer que se propone, contra viento y lluvia, limpiar su nombre por una razón tan sencilla y antigua como es el amor. Así sólo queda vivir el domingo con toda intensidad.
Con Alfred Hitchcock a las espaldas, la esplendorosa fotografía en blanco y negro de Néstor Almendros y la frescura de las interpretaciones de Fanny Ardant y de Jean Louis Trintignant, François Truffaut dirigió una película de misterio desenfadado, casi como un juego de niños que se van pasando un disco deslizante en una iglesia con los pies. Su pasión no era desentrañar el misterio, sino retratar a una mujer que no se arredra ante nada y que está dispuesta a cualquier sacrificio con tal de hacerse visible a quien ama, de poner en la cima el auténtico peso de su valor y enseñar dónde radica la auténtica belleza. Hombres ciegos incapaces de darse cuenta dónde está la verdad…
Y es que las mujeres son las únicas que están dotadas de esa intuición que hace que un hombre sea más grande de lo que realmente es…o, también, al contrario, con una mirada, con un gesto, con una actitud, bajan al lugar que les corresponde a los hombres que se han encaramado infantilmente a su propio pedestal. Quizá un beso cambie todo eso. Quizá una película sea suficiente como para hacer pensar a cualquiera cuál es su sitio en este mundo de envidias, infamias y soberbias. Vivan, vivan el domingo. La travesía semanal será apasionante.

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