Una mujer enamorada
puede hacer cualquier cosa por el hombre que hace latir su corazón, incluso
demostrar su inocencia en un asesinato. Por él, se recorrerá medio país vestida
con leotardos de la Edad Media, se impondrá tareas de vigilancia, estará ojo
avizor hacia cualquier pista que conduzca hacia lo que ella realmente cree,
compartirá confidencias con individuos de poca calaña, mentirá a quien haga
falta. No hay fronteras para esa mujer. Llegará hasta donde tenga que llegar.
Hasta que consiga dar con el hilo que termine por desenredar el ovillo hasta la
última hebra. Aunque sólo sea una secretaria que ha vivido su amor desde el
otro lado de la máquina de escribir, siempre con la indiferencia como pago, y,
si no, con la tiranía algo despreciativa como obligación. Ella tiene mucha
paciencia y sabe que, tarde o temprano, tendrá la oportunidad de demostrar
hasta qué punto puede amar.
Por el camino estarán
los abogados insidiosos que parecen querer algo oculto, los policías avispados
que darán la vuelta a cualquier interrogatorio con tal de tener algún
sospechoso consistente, el blanco y negro de las calles mojadas y frías que
hacen que todo parezca aún más difícil e inalcanzable, las mujeres celosas de
razonamiento trastocado, las citas imposibles, los garitos innombrables…Será
todo un periplo por una investigación en la que no sólo iremos descubriendo la
inocencia de ese jefe que, tal vez, no nos caiga demasiado simpático, pero que
ocupa el norte y el sur del corazón de su secretaria, sino también el empuje de
una mujer que se propone, contra viento y lluvia, limpiar su nombre por una
razón tan sencilla y antigua como es el amor. Así sólo queda vivir el domingo
con toda intensidad.
Con Alfred Hitchcock a
las espaldas, la esplendorosa fotografía en blanco y negro de Néstor Almendros
y la frescura de las interpretaciones de Fanny Ardant y de Jean Louis
Trintignant, François Truffaut dirigió una película de misterio desenfadado,
casi como un juego de niños que se van pasando un disco deslizante en una
iglesia con los pies. Su pasión no era desentrañar el misterio, sino retratar a
una mujer que no se arredra ante nada y que está dispuesta a cualquier
sacrificio con tal de hacerse visible a quien ama, de poner en la cima el
auténtico peso de su valor y enseñar dónde radica la auténtica belleza. Hombres
ciegos incapaces de darse cuenta dónde está la verdad…
Y es que las mujeres
son las únicas que están dotadas de esa intuición que hace que un hombre sea
más grande de lo que realmente es…o, también, al contrario, con una mirada, con
un gesto, con una actitud, bajan al lugar que les corresponde a los hombres que
se han encaramado infantilmente a su propio pedestal. Quizá un beso cambie todo
eso. Quizá una película sea suficiente como para hacer pensar a cualquiera cuál
es su sitio en este mundo de envidias, infamias y soberbias. Vivan, vivan el
domingo. La travesía semanal será apasionante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario