Hola, soy Monsieur
Durand. Me dedico a matar por afición. Sí, podría decirse que soy un asesino en
serie en todas sus acepciones. La policía está totalmente despistada porque no
saben que me dedico a ejercer la crueldad desde mis tiernos días de colegial.
Por mi cuchillo han pasado borrachos, mujeres de mala vida y escritoras
frustradas. Me refugio en la pensión de Las Mimosas y nadie puede ni imaginar
quién soy. Sólo la casualidad puede hacer que lleguen a atraparme. De todas formas,
da igual. Cuando yo desaparezca, vendrán otros tras de mí que se encargarán de
hacer el mismo trabajo. Mientras tanto, disfruto con el desconcierto general,
con las miradas de terror cuando en las noticias se dice algo sobre mí. Me van
a perdonar. Tengo un asunto urgente que tratar. Cuando me vaya, dejaré mi
tarjeta de visita.
Hola, soy Monsieur
Durand. Me dedico a matar porque, en el fondo, la muerte es el último truco de
la vida. Nunca se sabe por dónde puede venir y eso me encanta. Es como un
número de magia. Nada por aquí, nada por allá. Muerte y nada. ¿No es
maravilloso? Muerte por aquí, muerte por allá. La policía va a tener que
trabajar mucho para cogerme porque, en el fondo, soy alguien simpático, caigo
bien, y no pueden imaginar que mi pasatiempo preferido sea asesinar. Y es que
me gusta muchísimo ver las caras que ponen cuando me miran preguntándose si yo
soy el asesino. La vida es así. Una continua pregunta que rara vez tiene
respuesta. Voy a ponerlo todo en orden para que ese investigador disfrazado de
pastor evangélico, Wens, no sepa por dónde se anda. Tiene cara de inteligente,
pero mi inteligencia es superior. Ríndase, Wens. La próxima detención será la
de su propia vida. Me van a perdonar. Tengo una visita que hacer. Por supuesto,
voy equipado con un buen puñado de tarjetas de visita.
Hola, soy Monsieur
Durand. Me dedico a matar porque estoy harto de que me traten mal. Tengo un
resentimiento bastante acusado porque todo el mundo cree que merezco algo de
compasión y los que merecen compasión son ellos. Mi andar es muy
característico. Eso lo supieron muy bien mis propias víctimas. Ahora ha llegado
ese comisario, Wens. Bah, es otro petimetre que se cree más listo porque se ha
infiltrado entre los huéspedes de la pensión y piensa que así será más fácil
cazarme. Y no sabe que es muy difícil emprender la búsqueda de un fantasma que
sólo hace ruido al andar. Tonto. Tiene una cierta mirada de superioridad que no
hace más que irritarme. En un callejón oscuro le daré su merecido. Estoy harto
de deshacerme de los Wens de este mundo.
Henri Georges Clouzot
dirigió esta película como si fuera una comedia de crímenes serios. Los
personajes son grotescos, el policía utiliza métodos nada convencionales, y el
aire de vodevil parece que se impregna en el ambiente con algún que otro
chiste, alguna que otra actitud jocosa y un aire de despiste que acaba por
sorprender. Aún no es el Clouzot que dirigió con maestría El cuervo, Las diabólicas
o la extraordinaria El salario del miedo,
pero sabe que las cosas se pueden contar de muchas maneras cuando se va tras un
asesino que vive en el 21…sí, allí mismo, en esa pensión respetable en la que
viven un médico retirado, un muñequero, un ex boxeador ciego y su atractiva
enfermera y unos cuantos desgraciados. Clouzot, con esta película, dejó
realmente su primera tarjeta de visita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario