martes, 25 de junio de 2019

LA SEÑORA MINIVER (1940), de William Wyler



Una rosa puede llevar el nombre de una mujer…y una mujer puede ser una rosa. Ella sólo aspira a hacer más agradable el mundo que la rodea, por mucho que sea un mundo que sólo ofrece un futuro de ruinas. Es bonita, es razonable. Ama, sobre todo, ama. Aspira a conservar su hogar en armonía por encima de las bombas, de las amenazas, de la posibilidad de que su hijo muera en algún raid aéreo, de que la familia, de algún modo, llegue a romperse. Sabe sacar el jugo a las cosas más sencillas porque quiere a la vida y no piensa renunciar a ella. Y también tiene la plena certeza de que ella es así porque hay personas que la rodean que la hacen ser así. Su marido, sus hijos, sus vecinos, la novia de su hijo, el encantador vigilante de andén con el que habla todas las mañanas para ir a Londres. La señora Miniver es algo más que una simple mujer. Es el elemento de unión para que la vida siga pareciendo normal dentro de la más anormal de las guerras.
Tal vez, por eso, ella es tan inteligente que decide abrir un segundo frente en la retaguardia. A través de la moderación, del simple y llano encanto personal, poniendo cariño en todas y cada una de las cosas que hace, trata de mantener a su familia unida, como si fuera una sola persona. Ella afrontará las desgracias con serenidad, llorando y ofreciendo consuelo, apoyo, verdad. Y eso la hace aún más adorable, más mujer, más superior a todos los que la rodean. Y sin perder la esperanza, incólume, creyendo que las escuadrillas que defienden su tierra al final lograrán su propósito. No, a ella no la borrarán las bombas, ni la sangre, ni las ruinas, ni la desgracia. Ella estará ahí, recordando a todos que hay que seguir. Espíritu de mujer. Espíritu de victoria.
A través de las huellas del melodrama, William Wyler realizó un lúcido retrato de la vida bajo las bombas y de la inmensa capacidad de una mujer que decide defender lo que es suyo con armas tan sencillas como la seducción de la sencillez, como la belleza natural, como la serenidad en los momentos más difíciles, como la capacidad de hallar recursos donde no los hay, como el convencimiento de que lo que hace es lo correcto. Y todos, de alguna manera, nos enamoramos de esa señora Miniver que destaca en su elegancia, en su discreción, en su entrega, en su valentía callada, en su saber estar en todo momento. Una mujer capaz de convencer a un dragón de que renuncie a lo que más desea. Con mujeres así… ¿cómo iban a ganar la guerra los nazis?

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