Querido Lucifer:
Ya sabes que el trato
con los humanos no es lo más fiable del mundo. Cogiste a un tipo que era malo,
malo. De esos que eran malos hasta la médula y le propusiste un acuerdo que
consistía en que tenía que matar a un fulano con el que tenías una deuda
pendiente. No contaste con que el tipo se podría regenerar mediante la criatura
más maravillosa del universo. Sí, lo supiste desde el principio. Sólo una mujer
puede hacer cambiar a un hombre y en esta ocasión el tiro te salió por la
culata y salió disparado hacia el cielo. Te equivocaste en el planteamiento.
Supusiste que si lo ponías en el cuerpo de un juez, la corrupción iba a ser lo
normal y que, con tal de conservar la carne, el espíritu haría lo que fuera.
Resultó que sí, que era un gángster, pero también tenía corazón. Y que quería
ejecutar una venganza y, prácticamente, renunció a ella porque amaba a la chica
más de lo que tu propia comprensión aceptaba. Un negocio pésimo, por mucho que
luego exigieras el pago de la deuda. Hiciste felices a un par de personas con
el mal negocio. Desde luego, ser Lucifer es muy ingrato, por mucho que fueras
de buenecito y de cínico, que de eso tienes un rato. El hombre, ya se sabe, es
traicionero por naturaleza.
Has disfrutado siempre
de la maldad y, al principio, te divertías llevando a tu víctima de aquí para
allá y haciendo que ocupara el cuerpo de alguien que quería cambiar las cosas.
Eso también fue un problema porque, en el momento en que un hombre se da cuenta
de que tiene al alcance de la mano el milagro del cambio, no duda en aprovechar
la ocasión. De su mirada desaparece el desprecio y la mala educación y, poco a
poco, se da cuenta de que la felicidad nunca está detrás de una pistola o de
una bofetada, o de un negocio ilegal. Quizá pasa siempre por estar contento de
uno mismo y eso, querido Lucifer, lo conseguiste con un empujón para lograr tus
propósitos. Un negocio pésimo. Muy malo. Ruinoso. El infierno va a derrumbarse
si lo llenas de buenas intenciones. Y además, vas a dejar que se ocupe de tu
secretaría. Penoso.
No te pongas así,
alegra esa cara porque el actor que te interpretó fue Claude Rains y estuviste
caminando entre la elegancia y la ironía con magistral sapiencia. Tu socio fue
Paul Muni y con este actor, ya se sabe. Parece que no, pero es que sí. Tenía
una capacidad camaleónica impresionante y sabía muy bien adaptarse al material
que tenía entre manos. Es uno de esos actores que han caído en el olvido y era
un maestro en esto de la interpretación. La chica, para que te enteres bien,
era Anne Baxter y miraba de una forma que todo valía por ella, el cielo o el
infierno, la muerte y la eternidad. Si es que las mujeres siempre lo echan todo
a perder. Dios se esmeró creándolas. Fue su toque de clase y su aportación a la
belleza. Y tú, una vez más, tendrás que retirarte con la sensación de derrota y
desconfiando mucho de ese alma que llevas a tu lado. Lucifer en apuros,
imagínate.
Espero que sepas
perdonarme desde estas líneas. Ya sabes que los críticos de cine estamos de tu
lado, pero las verdades, a la cara. Y tú, esta vez, tendrías que haberte
quedado en la fragua.
Te deseo lo mejor.
Escríbeme cuando puedas. Tuyo, sinceramente,
César
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