viernes, 11 de diciembre de 2020

EL DIABLO Y YO (1946), de Archie Mayo

 

Querido Lucifer:

Ya sabes que el trato con los humanos no es lo más fiable del mundo. Cogiste a un tipo que era malo, malo. De esos que eran malos hasta la médula y le propusiste un acuerdo que consistía en que tenía que matar a un fulano con el que tenías una deuda pendiente. No contaste con que el tipo se podría regenerar mediante la criatura más maravillosa del universo. Sí, lo supiste desde el principio. Sólo una mujer puede hacer cambiar a un hombre y en esta ocasión el tiro te salió por la culata y salió disparado hacia el cielo. Te equivocaste en el planteamiento. Supusiste que si lo ponías en el cuerpo de un juez, la corrupción iba a ser lo normal y que, con tal de conservar la carne, el espíritu haría lo que fuera. Resultó que sí, que era un gángster, pero también tenía corazón. Y que quería ejecutar una venganza y, prácticamente, renunció a ella porque amaba a la chica más de lo que tu propia comprensión aceptaba. Un negocio pésimo, por mucho que luego exigieras el pago de la deuda. Hiciste felices a un par de personas con el mal negocio. Desde luego, ser Lucifer es muy ingrato, por mucho que fueras de buenecito y de cínico, que de eso tienes un rato. El hombre, ya se sabe, es traicionero por naturaleza.

Has disfrutado siempre de la maldad y, al principio, te divertías llevando a tu víctima de aquí para allá y haciendo que ocupara el cuerpo de alguien que quería cambiar las cosas. Eso también fue un problema porque, en el momento en que un hombre se da cuenta de que tiene al alcance de la mano el milagro del cambio, no duda en aprovechar la ocasión. De su mirada desaparece el desprecio y la mala educación y, poco a poco, se da cuenta de que la felicidad nunca está detrás de una pistola o de una bofetada, o de un negocio ilegal. Quizá pasa siempre por estar contento de uno mismo y eso, querido Lucifer, lo conseguiste con un empujón para lograr tus propósitos. Un negocio pésimo. Muy malo. Ruinoso. El infierno va a derrumbarse si lo llenas de buenas intenciones. Y además, vas a dejar que se ocupe de tu secretaría. Penoso.

No te pongas así, alegra esa cara porque el actor que te interpretó fue Claude Rains y estuviste caminando entre la elegancia y la ironía con magistral sapiencia. Tu socio fue Paul Muni y con este actor, ya se sabe. Parece que no, pero es que sí. Tenía una capacidad camaleónica impresionante y sabía muy bien adaptarse al material que tenía entre manos. Es uno de esos actores que han caído en el olvido y era un maestro en esto de la interpretación. La chica, para que te enteres bien, era Anne Baxter y miraba de una forma que todo valía por ella, el cielo o el infierno, la muerte y la eternidad. Si es que las mujeres siempre lo echan todo a perder. Dios se esmeró creándolas. Fue su toque de clase y su aportación a la belleza. Y tú, una vez más, tendrás que retirarte con la sensación de derrota y desconfiando mucho de ese alma que llevas a tu lado. Lucifer en apuros, imagínate.

Espero que sepas perdonarme desde estas líneas. Ya sabes que los críticos de cine estamos de tu lado, pero las verdades, a la cara. Y tú, esta vez, tendrías que haberte quedado en la fragua.

Te deseo lo mejor. Escríbeme cuando puedas. Tuyo, sinceramente,

                                                                                                                  César


No hay comentarios: