martes, 1 de diciembre de 2020

EVA (1962), de Joseph Losey

 

Es muy posible que, en los tiempos que corremos, fuese imposible realizar una película como esta. Más que nada porque es un fascinante retrato de la maldad femenina. Eva, al fin y al cabo, es una mujer que utiliza su poderosa arma de seducción para ocupar todos los puntos cardinales de la existencia de un hombre rudo aunque con encanto. El pesimismo gira en torno al cine de Losey y, en esta ocasión, no va a ser menos porque viene a explicar que el hombre y la mujer son mundos totalmente diferentes y opuestos. Entre medias, el director americano afincado en Gran Bretaña por culpa del Comité de Actividades Antiamericanas, construye un relato sobre la alienación y la obsesión, revestido de cierto encanto, pero también de una abrumadora soledad. Y lo peor de todo es que requiere, inevitable y obligatoriamente, de la colaboración del público. Hay que separar las tramas y Losey no se molesta demasiado en diferenciarlas. El resultado es una experiencia que no parece demasiado familiar ni siquiera para el espectador más avezado. Eva, la mujer del título y espléndidamente interpretada por Jeanne Moreau, es inteligente, tiene pensamiento propio, pero no sabe clarificar esos pensamientos. Su presencia es tan turbadora, tan envolvente, que es capaz de hundir al amor en la neblina, y hacerlo invisible, inexistente, inútil.

Esa mujer, esa arpía que tan sólo ansía dominar a los hombres, a cualquier hombre, trata de que aquellos que caen bajo su subyugante personalidad piensen únicamente con la parte más equivocada de su cuerpo. El resto sólo son figuras periféricas, que pasan por la historia como comparsas y asisten, tan impotentes como el espectador, a la perdición a la que se ve arrastrado Stanley Baker, absorbido y cegado por una mujer que no sólo es más malvada, sino también superior.

Por supuesto, la humillación no tarda en aparecer a ritmo de jazz y la premonición de la muerte surge en el blanco de las sombras que se están difuminando peligrosamente. La arrogancia acaba por ser castigada por el corazón más frío que se pueda imaginar. A pesar de la violencia física, hay una buena carga de violencia moral y la experiencia resulta demoledoramente amarga. Losey realizó una buena carga de profundidad que no satisface a hombres por la humillante sensación de la entrega sin personalidad, ni a mujeres por ese sadismo emocional que, muy a menudo, se convierte en el peor de sus defectos.

Al fondo, la incomodidad surge entre los que se han acercado a esta historia porque, en realidad, no se explica ningún por qué. No se sabe por qué Eva actúa de esa manera, ni si odia a los hombres o, simplemente, los quiere dominar. No se sabe por qué Tyvlan, el personaje de Stanley Baker, cae rendido a los pies de ella incluso después de una agresión. Son sólo dos fuerzas de la naturaleza que colisionan a través del deseo y que se comportan en el otro extremo del amor, acercándose mucho al odio. Las mujeres, de hecho, también son especialistas en sacar lo peor del hombre y viceversa.

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