Esta película es un
claro ejemplo del daño que puede hacer la crítica. Cuando fue estrenada, la
masacraron. Y, vista con la calma necesaria, es irremediablemente divertida.
Tiene un reparto de lujo que incluye a James Caan, Elliott Gould, Michael
Caine, Charles Durning, Diane Keaton y Lesley Ann Warren. Una ambientación
excelente. Un argumento con mucha gracia. Y no funcionó para los sesudos
críticos. Con ella, se aprenden algunas cosas interesantes. Por ejemplo, robar
bancos o averiguar qué es lo que se hace cuando se sirve un vino de categoría
en un restaurante de postín. No hay demasiados chistes inteligentes, es verdad.
Woody Allen está muy lejos de las desventuras de estos dos desgraciados que
deciden ser alguien, pero hay humor físico a raudales. La mezcla heterogénea de
nombres de primera línea en el reparto converge en una química que llega a ser
exquisita, con un sentido del ritmo notable. Quizá hay algún retazo de
moralidad trasnochada a pesar de ser la historia de dos pícaros en los locos
años de finales del siglo XIX, pero eso no lastra en absoluto el conjunto.
Claro que, para qué nos vamos a engañar, nadie es perfecto. Los críticos se
equivocan y, tal vez, esta película salió en un momento en el que la gente
estaba mirando en otras direcciones más intelectuales.
De vez en cuando, hay
que rescatar alguna que otra buena película del olvido. Y Harry y Walter son
dos gañanes de primer orden que merecen alguna que otra canción para que se les
recuerde. Y lo seguirán siendo por mucho que se lleguen a juntar con un ladrón
de guante blanco para que les enseñe cómo robar de verdad. Se acabaron los
pequeños timos propios de raterillos de tres al cuarto. Hay que pensar a lo
grande. Y, a veces, ser absurdo es todo un lujo que roza la delicia. Al fin y
al cabo, estos dos tipos son dos perdedores como dos castillos y se envuelven
en un asunto que no pueden comprender porque el cerebro no les alcanza. En
realidad, es como si la mítica productora Keystone hubiera puesto a dos de sus
criminales más inútiles al frente de todo un atraco. Y es que se hacen las
amistades más peregrinas entre barrotes. Tampoco hay que olvidar el toque
femenino, siempre contestatario, dispuesto a romper las reglas de unos años en
los que se consideraba a la mujer poco más que un objeto decorativo. Y nunca,
nunca se debe jugar con nitroglicerina porque los resultados pueden ser
realmente sorprendentes. Tanto que pueden significar una huida.
Quien se adelanta a un ladrón, tiene cien años de perdón. Harry y Walter son dos individuos de baja estofa, aunque simpáticos y ambos generan tanto suspense como hilaridad. Recuerden, son los años de bigotes enormes, sombreros imposibles, carteras robadas y largas y eternas patillas. Harry es el que tiene las ideas más locas. Walter es el que establece las cortapisas ante los temerarios planes de su compañero. Y no se puede reprimir una oleada de complicidad con ellos. Éste es Harry. Éste es Walter.
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