viernes, 22 de abril de 2022

AMBULANCE: PLAN DE HUIDA (2021), de Michael Bay

 

Por alguna razón ignota, hay un cierto sector del público amante del cine de acción que siente verdadera reverencia por un cineasta como Michael Bay cuando, en realidad, es una de las mayores mediocridades que ha dado el cinematógrafo. Circula la leyenda urbana de que Bay es el hijo bastardo de John Frankenheimer, quizá para establecer un cierto paralelismo con la maestría de su supuesto padre. Evidentemente, quien dice eso, o ha visto muy poco cine de acción o no tiene ni idea de quién fue uno de los directores más destacados de la generación de la televisión.

En esta ocasión, Michael Bay vuelve por sus fueros con una historia que no se la cree ni el hijo del Duque de Feria en pleno viaje alucinógeno. Se pueden aceptar algunas de sus premisas, aunque, en ningún caso, esa realización caótica, que lo fía todo al espectáculo siempre y cuando no se coloque nadie en el límite de la exigencia. Un atraco de furgón y zapatazo que, si se mira un poco, importa más bien nada, se convierte en una huida alocada por las calles inundadas de sol de Los Ángeles, con extraordinarios delirios como realizar una operación a bazo abierto con la ambulancia inmersa en plena persecución, o ingenuos intentos de humor salvaje a través del personaje prácticamente bipolar que encarna Jake Gyllenhaal al que, por otra parte, hay que reconocerle un ímprobo esfuerzo por aportar algo de calidad al conjunto. El resultado es una mareante sucesión de planos en los que la cámara no para quieta, se retuerce hasta límites insospechados, con grandes incoherencias de continuidad y, por supuesto, estúpidos lances que guardan el hecho narrativo en algún lugar desconocido de la última ingestión de psicotrópicos.

Lo que pasa es que Bay, eso sí, no es demasiado tonto y lo salpica todo de precipitación para que el espectador menos exigente sólo se centre en los continuos destrozos, persecuciones desbocadas y disparos sin demasiada tregua. Así, los errores parece que no existen y los tremendos estudiosos del cine saludan el regreso del director después de su etapa, más bien vergonzosa, como responsable técnico de la saga de Transformers. Incluso, en un alarde creativo, Bay se atreve a colocar uno o dos detalles de cierta originalidad que apenas duran unos segundos. Al final, el público obtiene su descarga de adrenalina, la película gustará a quien tiene poco olfato y todos contentos y felices con coches volando, muros destrozados, operaciones vía telemática, dilemas morales de patio de jardín de infancia y un montaje con planos de milésimas de segundo mientras la cámara sigue con su enfermedad de Parkinson. Eso sí, viendo esto uno se da cuenta de la grandísima escena de tiroteo que Michael Mann llegó a rodar en Heat a la que, esos mismos adoradores de esta nada trepidante, critican porque los héroes son demasiado perfectos.

Así que hay que abrocharse bien los cinturones. Sobre todo porque, aún estando quietos en la butaca, uno se puede precipitar al vacío con tanta acción vertiginosa sin más sentido que el de un viaje que, muy previsiblemente, acaba como se espera sin olvidar el detalle de la introducción de la corrección política de turno, no sea que se vea en el fondo el tono algo condescendiente y conservador que Bay ha destilado a lo largo de toda su obra. La película, al igual que el atraco, es de furgón y zapatazo. Y más vale acertar con el zapatazo porque, si se intenta buscar algo positivo en el asunto, el encuentro con los dólares empaquetados se va a hacer esperar más que un perro pachón tumbado en el asiento de atrás de un coche de la policía. 

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