viernes, 8 de abril de 2022

LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR (1988), de Ermanno Olmi

 

Con este artículo, dedicado a una película bellísima que a todo el mundo recomiendo, cerramos ya el blog hasta el martes día 19. Espero que paséis una feliz Semana Santa y que apreciéis todo lo que la vida os ha dado. No tenemos otra cosa. Id al cine, por favor. Un abrazo a todos.

Todo comienza cuando un distinguido caballero le pide a un tipo desharrapado que lleve una ofrenda en dinero a Santa Teresita de Lisieux. A partir de ahí se despliega un tratado sobre la moral, sobre la enorme complejidad del ser humano y sobre la rica caracterización de unos personajes que parecen sacados de un cuento urbano de derrota y victoria. Lo importante no es el hecho del dinero y en lo poco fiable que parece ese borracho que hace tiempo que perdió todo en la lona de un cuadrilátero. Es la búsqueda de algo que, en principio, parece bastante inútil y trivial. El individuo, Andreas, tiene que luchar contra sí mismo para ganarse su propia indulgencia. No la de una santa, o la de una virgen, o de la condescendiente iglesia, sino la suya propia. París, en realidad, gira a su alrededor, como un escenario de cuento de hadas, en el que importa cada línea de diálogo o cada gesto. En el fondo, es un viaje a la espiritualidad para encontrar la misma esencia de lo que guarda ese hombre que vaga sin rumbo y se ve con doscientos francos en la mano para honrar a una santa porque se lo pide un desconocido. El vino es una metáfora de la vida y la ciudad también lo es del insoportable mundo urbano en el que vivimos. Andreas, a pesar de arrastrarse por callejones mugrientos y apurar botellas que, en su ruido contra el suelo, proclaman su imperdonable pecado de beber, aún guarda un atisbo de dignidad que no quiere perder. Y sus decisiones llegan a ser escalofriantes, sin ninguna espectacularidad, casi sin moverse…pero llega más lejos que nadie. Nada menos que a lo más profundo del alma humana.

Alejado de toda sofisticación, Ermanno Olmi dirige esta película con una pericia impresionante. Manejando un argumento difícil y breve, como la novela de Joseph Roth en la que se basa, Olmi nos lleva por la orilla del Sena hasta el descubrimiento de un puñado de verdades que todos sabemos y, no obstante, muy pocos vemos. Rutger Hauer está inmenso en el papel de Andreas. Se ajusta física, moral y psicológicamente a su personaje realizando la que es, quizá, la mejor interpretación de su larga carrera. Y no es precisamente una de las más conocidas.

Y es que el desafío de conciencia al que se enfrenta Andreas es conmovedor antes que patético y la atmósfera en la que se mueve es casi un sueño dentro de otro. O, tal vez, sea la inconsciencia agitándose entre las brumas del alcohol. No importa. Siempre hay un perdón para cada hombre. Siempre hay un motivo para dejarse una gota más. Porque, bajo la apariencia de simple anécdota religiosa, hay también una comedia oscura, algo seca, que trata de lanzar flechas certeras al corazón. Y reconozcamos que, alguna que otra, llega al blanco. Bañada en la ebriedad. Mojada en la compasión. Húmeda en la fe. Es necesario resistir a la fría lluvia porque, tarde o temprano, la calidez llega para quien la busca desde la honestidad. Esta película proporciona una buena cobertura para que la esperanza no busque la próxima botella.

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