viernes, 1 de abril de 2022

EL SOSPECHOSO (1944), de Robert Siodmak

 

La rutina y el desengaño llevan a situaciones ciertamente pintorescas. Tal vez ahí mismo, a la vuelta de la esquina, hay una chica con la que se siente una especial conexión y nada pasa de una sonrisa amable y un ligero entornado de ojos. Simplemente, unos pocos ratos de pasarlo bien, de sentir algo más que el vacío, de creer, aunque sólo por unos instantes, que eres importante para alguien. Eso, a principios del siglo XX, es todo un logro y es posible que sea algo equívoco para los ojos indiscretos. Y eso es lo que le pasa al pobre Philip. Es un hombre sin demasiado carácter, apocado, empequeñecido a cada momento por su dominante esposa que, por obra y gracia del destino, conoce a una chica que no tiene trabajo ni autoestima y que se convierte en su principal razón de ser. Todo platónico y nada físico. Salvo para quien quiera ver algo más.

Así que su mujer, Cora, se entera y comete un enorme error. No lo paga con Philip, sino que pretende arremeter contra la chica. Por una vez, por una sola y maldita vez, Philip no lo va a permitir. Esa chica es importante para él. Le proporciona ratos de libertad, de relajación, de no pensar en ese triste destino empecinado en cumplirse. Va a ser la ocasión de hacer algo verdaderamente útil. A la chica le van a dejar en paz. Y a él también. Es un crimen, sí, pero el precio merece la pena porque, incluso aunque le cojan con la muerta, va a estar sin ella durante el resto de su vida.

Robert Siodmak dirigió con habilidad una historia que podría acartonarse con sólo mirarla, en una ambientación rígida, sin los recursos expresivos del cine negro, pero con la narración inmersa en un misterio de crueldad y persecución. Es posible que ambas cosas estén justificadas, pero la primera es más admisible que la segunda. Y Charles Laughton hace que nos pongamos debajo de su enorme piel para sentirlo con toda certeza. Las idas y venidas de Philip se tornan en verdaderas muestras de educación y gentileza y se llega a sentir auténtica simpatía por el sospechoso. La amabilidad también puede ser un arma para despistar y esa sabe manejarla con sabiduría. Un asesino no puede ser amable. Debe tener la carne colgándole de los colmillos.

Philip acabará desapareciendo de la escena, pero lo hará con la integridad intacta, a pesar de todo. Ha sido coherente con lo que ha hecho y con cómo ha vivido y, lo que es mejor, ha acabado dando vida con una muerte. Si no hubiera cometido el asesinato, hubiera terminado dando muerte con la vida. A veces, la ironía se instala con saña en la inocencia y es necesario tomar decisiones drásticas que pueden llevar dolor, pero también una buena porción de tranquilidad. Aunque el final del camino sea una horca. El precio se paga con gusto. Basta con levantar el sombrero una última vez, saludar y desear las buenas noches. La culpabilidad, excepcionalmente, también se saborea.

No hay comentarios: