martes, 19 de abril de 2022

PIRATAS (1986), de Roman Polanski

 

Puede que, quien pertenezca realmente al mar, empiece y acabe en las procelosas aguas del océano. Al fin y al cabo, el oro es lo que mueve a los hombres y las profundidades acogen inmensas cantidades de doblones hundidos con impensables galeones de cualquier nacionalidad, esperando que alguien, quizá con una pata de palo, los recoja. En esta ocasión, habrá aventuras por doquier esperando al Capitán Thomas Bartholomew Red, además de un fabuloso trono de oro de algún rey inca. Los españoles serán los enemigos y un pirata, diablos, siempre es un pirata. Se rodea de gente de la peor calaña y, de vez en cuando, tiene que comerse un muslito de rata para que el orgullo no quede maltrecho. Los duelos a espada se suceden, las velas se despliegan, los trucos funcionan y la picaresca se traslada a lo acuático con la facilidad con la que un tiburón acecha la carne fresca. Es comedia con aventuras. Son aventuras con mucha sátira. Es sátira sin ser demasiado vitriólica.

Roman Polanski coloca en su objetivo al género de piratas para dinamitarlo desde dentro, con un despliegue en la producción extraordinario y una banda sonora impresionante y casi omnipresente de Philippe Sarde. Es cierto que es una película que ha sido masacrada hasta límites insospechados, pero no es tan horrible como quisieron dar a entender. Tampoco llega a la categoría de obra maestra y se queda muy lejos de eso, pero es una entretenida y cínica historia, llena de situaciones de cierta gracia, con secuencias de acción dirigidas y planificadas con sentido y, eso sí, cierta tendencia al mal gusto. Walter Matthau realiza un esforzado trabajo como el ventajista capitán pirata en un papel que, en un principio, Polanski quiso para Jack Nicholson y, con posterioridad, para Michael Caine, y domina la escena con una tremenda sabiduría, poniendo siempre al personaje más allá del actor. Las goletas y galeones entablan persecuciones en alta mar y no faltan cruces de palomas con los filos de las espadas asumiendo el papel de alas. El viento es favorable para todo y, no obstante, fue un fracaso que costó treinta millones de dólares y sólo recaudó uno.

Las cosas dan la vuelta continuamente. En un principio, se puede ser prisionero de un petimetre español y, luego, condenarle a jugar a los caballitos con el florete en la mano. Y, más tarde, el presumido de las narices te roba el barco y lanzas maldiciones desde el agua hacia el cielo, como si de la boca sólo salieran calumnias, pero el destino es caprichoso y, tal vez, un plan astuto salga mal por culpa de una cadena para acabar en una carrera imposible con todas las velas a barlovento. Ser pirata es muy duro. En un momento, tienes toda la fortuna en las manos y, un segundo después, algún listo te la arrebata porque tienen la fortuna en sus intentos. Quizá falta que sepamos algo más sobre lo que fue y lo que significó el Capitán Thomas Bartholomew Red, pero es que hay tantas cosas que hacer que apenas queda tiempo para contar unas cuantas verdades. Si me disculpan…



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