Las paredes parece que
se estrechan a la vez que los rayos de sol asoman, con su brillo tardío, a
través de las persianas de la casa. La sensación ahoga y oprime y el horrible
tacto de los dedos de los hombres que se convierten en monstruos que salen de
la pared con su pensamiento de siempre en busca de carne blanda, se vuelve
lija, puro rechazo, dentera sobre la piel. El color se ha ido en busca de
nuevos horizontes y el blanco y negro se ha aposentado cómodamente en todas las
estancias de la casa. Es como si ella quisiera desaparecer, como si quisiera
que esas paredes acuciantes se estrecharan aún más, como si buscara un refugio
en el que el mundo exterior pudiera olvidarla por el inmenso asco que siente
cuando un hombre está cerca. Repulsión, repulsión, sólo repulsión. Volver la
cabeza, estrangular las sensaciones, negarse el placer de una relación, sin
ninguna solución. Sólo transformándose en una víctima de un naufragio en su
propia casa. Con un espejo que siempre devuelve la imagen y que se divierte
reflejando figuras de hombre que no existen. El terror cotidiano. Tal vez la
muerte. La sangre también será negra. El horror a acercarse a alguien que
quema, que araña, que hace daño, que da asco. Frigidez. No. Es aún peor que
eso. Es pura androginia.
El ambiente de
pesadilla persigue a Carole, extraña en una ciudad extraña, extranjera en su
propio dormitorio, fugitiva del sentir. Y está tan atrapada en sus aversiones
que no sabe cómo salir al mundo real. Ignora los procedimientos para volver a
ser una persona normal. La locura espera. Y el miedo hará que el asesinato sea
algo que quisiera esconder debajo de una alfombra. Su casa será un campo de
batalla. La contrincante será la propia Carole.
Roman Polanski rodó
esta parábola sexual con envoltura de terror y cargando la narración de
detalles atmosféricos que hacen que la película sea todo un experimento de
angustia y rechazo. Con tanta sabiduría que, en algún momento, se puede creer
que lo que se está viendo no es completamente real y con la colaboración
extraordinaria de Catherine Deneuve en uno de los mejores papeles de su
carrera, la película es extraordinaria, única, una rara avis que no ha tenido imitadoras realizadas con la misma clase
e idéntica claridad de ideas. Merece mucho la pena adentrarse en el piso de
Carole, compartir sus terribles miedos porque, en el fondo, hay algo, un rincón
que casi nunca se usa de nosotros mismos, que nos permite identificarnos con lo
que ella siente, con lo que ella sufre y con lo que ella rechaza.
Y es que, quizá, no todas las personas están creadas para vivir en sociedad, aceptando con normalidad las relaciones sexuales, las insinuaciones, los coqueteos, las amistades o las contribuciones particulares de cada uno. Es posible que todo se vea a través de esa tabla rasa de percepciones y sentimientos que poseen que les impiden salir al exterior y darse cuenta de que la vida, en el fondo, también es algo que no deja de querer relaciones con cualquiera que pise la calle. Y, a veces, dentro de casa.
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