Un
joven en edad universitaria, visitando por primera vez una gran urbe, rodeado
de gente extraña en un ambiente que huele a calor y corrupción es una presa
fácil para que las ideas desplieguen sus redes y traten de cazarle. Sin
embargo, es un tipo inteligente que, a pesar de que posee una mirada huidiza y
muestra una actitud tímida y temerosa, se da cuenta de todo, sabe lo que hay
que hacer en cada momento y va a mover sus fichas con mucha sabiduría en el
complejo juego de espionaje en el que se va a ver involucrado.
Más que nada porque, de
alguna manera, el poder militar y policial busca el modo de colocar como Gran
Imán de la Universidad de Al-Azhra a algún prohombre que esté de acuerdo con el
poder político imperante en Egipto. No es bueno tener a la religión en contra y
hay que ingeniárselas para que la rectoría caiga en manos de alguien
conveniente. Y por eso hay que infiltrarse en las filas del alumnado. Hay que
conocer movimientos, doctrinas radicales, grupúsculos potencialmente peligrosos
y cualquier signo de agitación. Lo más grave de todo es que el trabajo que va a
costar el husmeo se va a pagar muy caro…a no ser que en la cabeza se tenga algo
más que pelo.
Tarik Saleh ya dio una
buena muestra de su excelente trabajo con la estupenda El Cairo Confidencial en la que no dudaba en mostrar las miserias
de un policía que quería lavar levemente su conciencia con algún acto honesto.
Aquí, realiza todo un homenaje a la inteligencia, a la capacidad de alguien que
merece ser protegido porque, al fin y al cabo, ése es el verdadero tesoro de un
país y, también, destacar al policía que vuelve a encarnar extraordinariamente
bien el inevitable Fares Fares, que, además de un cambio físico importante,
maneja con habilidad registros de dureza, de amabilidad, de compasión, de
justicia y de deseo porque encarna de nuevo a otro personaje que también quiere
ejecutar algún acto verdaderamente honesto en una trama que apesta por todos
lados. El resultado es una película notable, algo inferior al anterior trabajo
de Saleh, pero muy interesante, con el ritmo propio de una historia árabe, pero
con un trasfondo en el que se valora de forma auténtica eso que tanto falta en
nuestros días y en el cine. No en vano, ésta fue la Palma de Oro al mejor guión
del último Festival de Cannes.
Así que oremos a Alá, sabiendo que la islamización corre como la pólvora, pero que también fabrica almas nobles de loables intenciones aunque, en el camino, saquen algún beneficio colateral. Un concurso de almohadíes será una excusa perfecta para colocar pruebas de despiste y, quizá, sea lo único reprochable a quien exhibe un grado más de listeza. No hay nada como mantener la imagen de ser poca cosa para que, al final, se pueda ser el mejor. Y, mientras tanto, un policía que no ha perdido el sentido de lo que está bien y de lo que está mal, será el control y el salvador, será el padre y el amigo, será el tipo de mano dura y palo largo cuando sea necesario. Eso no se puede evitar en una ciudad como El Cairo donde la noche parece engullir toda la buena intención para dejar un desierto de luces de neón, de alumbrados mortecinos o de sospechas sostenidas con un par de pinzas en la chilaba. Al fin y al cabo, la inteligencia en nuestros días es tan escasa que casi se piensa que está en peligro de extinción y nadie va a creer que es la mejor tabla de salvación a la que nos podemos agarrar cuando las paredes se estrechan y sólo se siente frío a la sombra de un minarete.
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