jueves, 27 de abril de 2023

¡VAYA VACACIONES! (2023), de Víctor García León

A la hora de tener descendencia, muchos hijos buscan un respiro que sólo pueden proporcionar los abuelos. Y, no nos engañemos, en bastantes ocasiones algunos abusan de que ellos, recios y siempre con la sonrisa dispuesta, nunca dicen que no. Extrayendo lo peor de un egoísmo cómodo, que no se detiene ni siquiera a pensar en las consecuencias, se prescinde de la idea de que ellos también pueden tener planes, proyectos, ilusiones y, también, algún que otro respiro que merecen más que ningún otro. Todos los que hemos sido padres, hemos caído en esa trampa. Y, lo que es peor, todos, alguna vez, hemos llegado a arrepentirnos.

Así que, una vez comprobado el abuso que significa un sacrificio más de los muchos que ya han echado en el saco, puede que a alguno se le ocurra plantear una guerra contra los nietos, paradigma, por otro lado, del egoísmo más individualista, con el fin de que, a base de hacer la vida insoportable, lleguen a llamar a sus inconscientes progenitores y pasen a buscarlos para dejar libres a los más mayores. Y ya está el lío montado porque aparecen los cargos de conciencia, la instalación en la inconsciencia, la madre de la ciencia y la santa paciencia.

No cabe duda de que los abuelos merecen todos los homenajes del mundo y en esa dirección se mueve Víctor García León con esta comedia leve, bastante prescindible, con la que se echa de menos algo más de ingenio en lo que podría haber sido un poco más de mala idea y rebajar las ganas de quedar bien con todo el mundo. Las intenciones son buenas, todo lo demás es, por decirlo suavemente, tan flojo como una próstata de la tercera edad. Sólo podríamos exceptuar el trabajo esforzado de Tito Valverde y de Gracia Olaya en la piel de esos abuelos que luchan por intentar ser malos, pero no mucho. Y todo ello redunda en que en ningún momento hay una carcajada. Sólo alguna sonrisa furtiva, casi alta en azúcar y baja en colesterol. Los abuelos tienen un plan, pero aquí el único que queda verdaderamente mal es el personaje de Ernesto Sevilla.

Y es que las vacaciones son muy golosas para la dejación de responsabilidades que, al fin y al cabo, es lo que atenaza y estrangula las existencias. Los abuelos tienen unas arrugas que atestiguan todas y cada una de esas responsabilidades que ellos, haciendo auténticos malabarismos y echando horas, han tenido que afrontar y en las que no se incluía ningún viaje de quince días a las Chimbambas, ninguna cena con copa y apenas una peliculita al mes en la sala más cercana siempre que hubiera algo de suerte y algún alma caritativa se aviniera a juntar hijos con sobrinos. Atrás quedaban amistades, intimidades, momentos para la confidencia y, sobre todo, para la complicidad. Ése era el precio que había que pagar. Y aún hoy no ha habido rebajas.

Y es que, mientras la mente funciona y el resto del mundo enloquece sacando conclusiones precipitadas y, a menudo, equivocadas, no hay nada más placentero que sentarse en el sofá de toda la vida y abandonarse a una cena tranquila mientras se ve cualquier programa, cualquier partido o cualquier película. Y cada vez que los abuelos hacen eso, deberíamos pensar que son todos aquellos programas, partidos y películas que ellos dejaron de ver para que nosotros, hoy en día, tuviéramos el sentido común y la posición suficiente como para poder coger un avión, alquilar un apartamento, caminar por la playa, tomar algo, cenar y ser conscientes de la inmensa responsabilidad y del inmenso cansancio que significa tener hijos. Y ojalá nos diéramos cuenta de que llegará un momento en que todo eso lo echaremos muchísimo de menos. 

 

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