jueves, 13 de abril de 2023

AIR (2023), de Ben Affleck

 

Cualquiera con dos dedos de frente puede suponer con facilidad que una parte suculenta de los ingresos de un deportista de élite provienen de la publicidad de las marcas del equipamiento que llevan puesto. Cuanto mejor sea el individuo, más dinero podrá sacar de cualquier multinacional de ropa deportiva. Sin embargo, una vez, el responsable de una sección de una conocida marca creyó ver algo especial en un chaval de dieciocho años que supo meter una canasta en la liga universitaria de baloncesto con total frialdad, sin tensión, sabiendo que, sencillamente, era el mejor. El mejor de todos los tiempos.

A partir de ahí, todo fue competir entre marcas. La firma que lo intentó todo para ganar la exclusiva de ese ser de otro mundo rompió reglas y creó unas zapatillas que llevaron un nombre conocido en todo el orbe. Y es que cualquier leyenda debe tener unos buenos cimientos que sujeten todo el entramado financiero que se forja alrededor de un tipo que parecía sostenerse en el aire durante un par de segundos más que el resto de los mortales, que hacía del baloncesto todo un arte y que consiguió las más increíbles hazañas con la única ayuda de un balón, una canasta y una cancha donde pisar con esas zapatillas.

Ben Affleck vuelve a dar muestras de su talento como director porque, en esta ocasión, ni siquiera muestra a ese jugador que fue más y mejor que todos, sino al equipo que diseñó toda la estrategia publicitaria a base de ilusión, de riesgo, de profunda creencia en un jugador que, en ese momento, prometía todo y que aún tenía que jugar un partido en la NBA. Por supuesto, entre medias, hay todo un entramado de intereses y de cuidados porque la propia familia del chaval tomó cartas en el asunto y el resultado fue que esa marca de zapatillas deportivas aún sigue vendiendo el modelo que se hizo para que el jugador la llevara. Con ellas, pisó los escalones de la gloria, llegando más alto, más lejos y más fuerte que ningún otro. Se llamaba Michael Jordan.

Alrededor de Affleck hay que reconocer que se forma un equipo interpretativo excepcional, con especial mención a Matt Damon, un tipo gordo, que lo sabía todo de baloncesto y que tenía un especial ojo para saber qué es lo que necesitaba la empresa. También Viola Davis, como esa madre especialmente intensa, pero acertada, que trata de sacar el máximo partido al nombre de su hijo. O, incluso, el propio director que, casi en una especie de guiño, trata de sacarse de encima ese aura de intérprete sometido a un aire adormilado para componer, en esta ocasión, un empresario con carácter que, de hecho, tiene que acudir al adormilamiento para dominar sus nervios. El resultado es una película espléndida, que no llega a la categoría de obra maestra, pero que acaba por ser una historia bien llevada, bien contada, bien explicada, con una banda sonora extraordinaria, que descubre varios de los secretos que se esconden detrás del nacimiento de una figura que jamás será olvidada. No como todos los que le rodean, que terminarán devorados por el olvido porque, al fin y al cabo, ese tira y afloja, ese esfuerzo, ese continuo devenir de ideas, lo puede hacer cualquiera. Sólo falta que se haga.

Affleck maneja el ritmo de la trama con maestría, pisando el acelerador cuando es necesario, explicando y soltando nombres míticos como Akeem Olajuwon, Magic Johnson, Larry Bird, Pat Ewing, Julius Irvine, James Worthy, John Stockton o Moses Malone y colocando al único y auténtico as del deporte de la canasta por encima de todos ellos porque, durante toda la película, no podemos dejar de tener la impresión de que Michael Jordan estuvo por encima de todos ellos, con sus altos y sus bajos, con sus luces y sus sombras y con su contrato con la firma, al pie. Al igual que sus zapatillas, que también iban firmadas con su peculiar estilo de mantenerse en el aire, igual que si fuera un imposible gato con alas. 

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