miércoles, 19 de noviembre de 2025

LAS ESPÍAS DE CHURCHILL (2019), de Lydia Dean Ilcher

 

La orden del Primer Ministro del Reino Unido es clara. Hay que reclutar a mujeres para, después, infiltrarlas detrás de las líneas enemigas. Ellas tienen una capacidad insospechada para el camuflaje, llaman muchísimo menos la atención, manejan más recursos inmediatos porque tienen una inteligencia mayor. Sólo tienen un inconveniente. Una vez descubiertas, hay que repatriarlas de inmediato. Sus rostros son difíciles de olvidar y quien más y quien menos recordará haberlas visto aquí o allá. Pasan una fase de entrenamiento de excepcional dureza porque deben soportar la tortura si caen en manos enemigas. El antagonista no se anda con tonterías en asuntos de espionaje. O dices lo que quieren que digas o tu destino es morir en medio de espantosas humillaciones. Y ni aún así tienes garantizada la vida. Chicas, es una tarea sólo reservada para valientes. No puede ir cualquiera. Hay ciertas reglas a seguir. No hay que acercarse demasiado a los enlaces. No se puede estar mucho tiempo en el mismo sitio. Hay que mandar boletines regularmente con los informes pedidos. Hay que tener muchísimo cuidado con las traiciones. Los hombres, ilusos ellos, creen que os pueden engañar a la primera de cambio. Las mujeres son un frente invencible. Aunque den la vida, aunque lo den todo.

Por un lado, seguimos a Virginia Hall, una americana residente desde hace varios años en Londres que intenta desesperadamente ingresar en el cuerpo diplomático americano debido a su dominio de cinco idiomas. Sólo atesora un ligero inconveniente. Es coja. Tiene una pierna ortopédica por debajo de la rodilla izquierda. Es una marca que la hará fácilmente reconocible, pero Virginia, con esa fuerza de voluntad que sólo tienen las mujeres, es capaz de disimular su cojera hasta hacerla prácticamente inexistente. Es inteligente. Es voluntariosa. Se preocupa por su red de espías. Es la chica ideal.

Por el otro, Noor Inayat Khan, una extraordinaria radioperadora que debe permanecer escondida el mayor tiempo posible. Tiene la habilidad de montar una estación telegráfica en cualquier callejón. Tiene una pulsación rápida. Es lista. Sabe pasar desapercibida a pesar de su tez india. Es hija de rusa y de un ciudadano indio. Su dominio del alemán y, sobre todo, del francés hace que sea la chica ideal para transmitir los boletines de información que tanto se ansían en el Circus. Churchill sabe lo que se hace cuando ordena el reclutamiento de mujeres para tareas de espionaje.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El espionaje es un trabajo ingrato, que cae fácilmente en el olvido y, lo que es peor, cuando las cosas se ponen grises de uniforme alemán, a los dirigentes no se les caen los anillos si hay que abandonar a los agentes destacados. Ni siquiera son capaces de otorgar la nacionalidad a la asistente del jefe, cerebro de todo el entramado de espionaje femenino, porque nació en Rumanía y es judía. Los ingleses en su línea.

Proyecto muy personal de Sarah Megan Thomas, que escribe el guión, produce e interpreta a Virginia Hall, para poner en valor el ejemplar trabajo de treinta y nueve espías que volaron hasta Francia para transmitir todo tipo de información a pie de calle a los servicios de inteligencia británicos. Aunque, por supuesto, ya no se hacen películas de espías sin las consabidas escenas de tortura, la dirección de Lydia Dean Ilcher apuesta por potenciar algunas secuencias de tensión muy bien conseguida sin llegar, en ningún momento, a tocar la excelencia. Es una película que se deja ver, que te descubre un trabajo sordo y valeroso y que acaba por convencerte de que, en una guerra, todos, absolutamente todos, pierden.

martes, 18 de noviembre de 2025

THE LAST STOP IN YUMA COUNTY (2023), de Francis Gallupi

 

No tienes demasiada suerte. Después de unos cuantos días en medio de la nada intentando vender unos cuchillos de tercera, te quedas sin gasolina y, cuando paras en una estación de servicio, te dicen que no hay, que hay que esperar al camión cisterna que está de camino. Si quieres, puedes tomarte algo en la cafetería. Es uno de esos sitios en los que parece que el olvido es el aire. Entras. La camarera es especialmente atractiva sin ser explosiva. Simpatizáis. Le cuentas. Te cuenta. E, incluso, en un momento de extremada gentileza, accede a que intentes venderle unos cuchillos. Parece mentira que en mitad del polvo del desierto, aparezca más gente. También tienen que esperar. La gasolinera más próxima está a ciento cincuenta kilómetros y no hay muchas más opciones. Dos tipos entran. No parecen lo mejor. Se ha atracado un banco esta mañana y son ellos. El coche coincide con la descripción que han dado por radio. También un matrimonio de la tercera edad. El ayudante del sheriff. Un indio que parece bastante duro. Todos rehenes. Los tipos esperan a alguien con el depósito lleno. En aquella cafetería de quinta categoría en un lugar en el que parece que Dios no olvidó nada, se desatará lo peor.

Son seres infelices. Tanto como tú. Sólo tienen tiempo. Es lo único que sobra en ese rincón desolado. La camarera, obviamente, no es feliz con su marido que, por aquellas casualidades de la vida, es el sheriff de las cercanías. De repente, parece que tienes suerte. Es sólo alargar la mano e irte. Así de fácil. Por una vez, la vida esboza una sonrisa que puedes aprovechar. Maldito desierto. Maldita ninguna parte.

Esta película es una demostración de cómo se puede contar una historia sin contar apenas con presupuesto y trabajando con cariño un guion que se basa, prácticamente, en la psicología de los personajes. La tensión va creciendo en una cafetería que, es bastante probable, no sea negocio para nadie, salvo para la muerte. La cafetera está a punto de desbordarse con el líquido hirviente y poco a poco va subiendo su nivel. Todo parece encajar de una forma casi divina y, a la vez, es susceptible de desencajarse al mínimo descuido. La primera incursión en el largometraje de Francis Gallupi como director es interesante, pequeña, violenta y, por una vez, alejada de los absurdos diálogos al estilo de Quentin Tarantino o Guy Ritchie. Los personajes son los protagonistas y, como protagonistas, los actores no son demasiado conocidos aunque sí que los tenemos vistos aquí y allá. El resultado es absorbente, apasionante e irremediablemente presa del destino. Ese mismo del que parece que se apartan todos esos personajes cuando deciden poner algo de gasolina en una estación de servicio medio abandonada.

Tengan mucho cuidado. Una carretera, aunque no lo parezca, puede ser el lugar más desolado de la creación. Nadie conoce a nadie y, de alguna manera misteriosa, todo el mundo quiere ayudar. Desconfíen. En medio de los polvorientos caminos que conducen a ninguna parte, nadie podrá escuchar sus gritos de socorro.

viernes, 14 de noviembre de 2025

CROMWELL (1970), de Ken Hughes

 

Las carcajadas resuenan en la casa de Oliver Cromwell. ¿Él, rey? Es para reírse a gusto. ¿Él, precisamente? ¿El hombre que hizo posible que Inglaterra decapitase a Carlos I porque quería que el poder del pueblo residiera en el Parlamento y no en la Corona? Vamos, señores. Él no es más que un individuo, algo botarate, que ha liderado una rebelión para echar del trono al Estuardo, abolir la monarquía y devolver el poder a quien lo merece. La clase gobernante es estúpida y el propio Oliver Cromwell reniega la posibilidad de pertenecer a ella. Y ahora vienen a pedirle que acepte la corona. La dinastía Cromwell. Es para echarse a reír y a llorar al mismo tiempo.

Y es que Oliver Cromwell fue culpable de muchas cosas malas. Instigó la manifiesta hostilidad británica hacia Irlanda y quiso que la religión anglicana fuera la dominante en el estado, aún a costa de sacrificar a cuantos católicos le salieron al paso. Despreciaba a los corruptos políticos de la época y, por supuesto, no entendía que el rey fuera un felón, mentiroso y traidor, capaz de aceptar con amabilidad un pliego con las condiciones para su rendición aún conservando la corona y, al mismo tiempo, negándose a leerlas. Ah, los ingleses para la traición son verdaderos maestros. Su cinismo isleño no deja de ser sorprendentemente magistral. El pueblo siempre ocupa el último lugar en las preferencias de los hombres que tienen que regir los destinos de la nación. Aún así, Cromwell intenta que se regenere la vida política…aunque eso cueste la cabeza del rey Carlos I. Sí, el país más monárquico del mundo, decapitó a su propio rey.

El director Ken Hughes levantó este proyecto sólo con la condición de que un irlandés encarnase a Oliver Cromwell. El elegido fue Richard Harris que, después de estudiar con mucho detenimiento al personaje, reconoció que un actor no siempre tiene que estar de acuerdo con los personajes que interpreta y que, aún así, Cromwell guardaba ciertas virtudes que admiraba como su tesón, su admirable vocación de servir al pueblo, su terco empeño por recortar poder a la monarquía y otorgárselo al destinatario de todas las decisiones. En la piel del rey, un siempre comedido Alec Guinness que, en ningún momento, altera su gesto, propio de la estirpe que se cree por encima de los demás, y que no deja de exhalar una melodiosa voz en cualquier situación, incluso en ese juicio ante un tribunal que la realeza no reconoce. Por detrás, un buen puñado de secundarios británicos de probada eficacia como Robert Morley, Nigel Stock, Frank Finlay, Patrick Wymark, Timothy Dalton, Charles Gray o la exquisita dicción de Dorothy Tuttin en el papel de la reina consorte. El resultado es una película que hace gala de una maravillosa ostentación, parcialmente rodada en España, que, no obstante, no acaba de funcionar del todo en algunos pasajes. Quizá el error radica en la dirección, con vocación de académica, de Ken Hughes y podría haber resultado una película mucho más monumental, más incisiva y más fuerte en manos de, por ejemplo, David Lean o William Wyler.

Es lo que tiene el poder, que no siempre se retrata toda su extensión con todas sus consecuencias. Los puritanos lo tuvieron durante algunos años en el único período republicano de la Historia de Inglaterra. Se pacificó el país. Se procedió a la restauración monárquica. Y, tal vez, no todo mereció la pena.

jueves, 13 de noviembre de 2025

REVERSIÓN (2025), de Jacob Santana

 

Es muy posible que la mente sea el órgano del cuerpo que más se protege a sí mismo. En muchas ocasiones, es capaz de borrar recuerdos que hacen que seamos incapaces de enfrentarnos con las cosas que hemos hecho o que hemos pensado. Así, pues, quizá sea la mayor oponente de la conciencia. Ella acusa y la mente amnistía. Puede que a alguien le interese reconstruir el recuerdo porque necesita encontrar culpables de algo que fue inexplicable y, también, monstruoso. Para ello, nada mejor que volver al momento en el que, de algún modo, fuimos felices, visitar los lugares que hagan que ese recuerdo se reavive y encararse con una explicación que, demasiado a menudo, tampoco es suficiente.

Más que nada porque, la mayoría de las veces, no queremos admitir que un monstruo habita en nuestro interior. Alguna vez, buscando una salida a un problema terrible, se han tomado decisiones que coquetean peligrosamente con lo absurdo y con el horror. Demasiado para una mente que, en el fondo, siempre es débil y que tiene muy pocas armas para luchar con lo sobrevenido. También en algún lugar de nuestro interior habita la bondad y, entonces, se entable una lucha que puede oscilar entre la vida y la muerte.

Por otro lado, se podría llegar a pensar, en ese navegar por el olvido, que la vida no es más que un estado de hipnosis y que la verdadera existencia sólo se manifiesta después de la muerte. Puede que todo sea un sueño que, en muchas ocasiones, se torna pesadilla. De ahí el olvido, de ahí el intrínseco deseo de la nada, de ahí la ansiedad que hace que perdamos en un santiamén muchos años, muchos deseos, muchas fantasías, muchos anhelos. Todo eso también es demasiado para la mente, siempre cobarde, siempre deseando esconderse tras los estados de ánimo para poder sobrevivir. ¿Sobrevivir para qué? Para que la vida de los que nos rodean sea algo más soportable y merezca la pena.

Hay que reconocer que, por esta vez, un actor limitado como Jaime Lorente acaba por resultar convincente en la piel de ese joven carcomido por la ansiedad que empieza a descubrir cosas que descuadran su aparente comodidad. Por otro lado, el director Jacob Santana articula una película que resulta brillante y absorbente en su primera mitad y que flojea peligrosamente en la segunda. El motivo final de toda la conspiración resulta algo débil, pudiendo haber resultado mucho más atractivo el del maltrato físico y moral. No siempre el dinero debe ser la más socorrida de las razones. Además de eso, pensando con un poco de frialdad, hay ligeros vacíos del entramado que hacen que un guion que, como punto de partida, resulta irremediablemente atractivo, se vaya deshilachando por los bordes, como los recuerdos que se quieren borrar porque son tan terribles que ninguna mente podría hacerles frente. En todo caso, el intento es honesto, tiene momentos realmente a tener en cuenta, e hipnóticamente interesantes.

No es fácil desbrozar los entresijos de una mente para describir lo bajo a lo que se puede llegar con tal de que el destino no consuma sus designios. La mente es capaz de traicionar cualquier realidad y hacer que desaparezca con tal de que la siguiente respiración no sea dolorosa, de que el próximo recuerdo tape con sus paladas de sensaciones la tumba en la que se ha introducido nuestra moral y nuestra coherencia. Deberían de darnos un libro de instrucciones avisándonos del posible fallo de esa maldita traidora que no nos dejará ver la verdad si no es por el camino más doloroso posible. Las cicatrices, por ello, serán más profundas y quizá una última mentira lave parcialmente el terrible hecho que nuestro cerebro se ha esforzado en olvidar. Por encima de nuestra condición humana. Por debajo de nuestro instinto depredador que está presto a salir a la menor oportunidad en la que la vida nos coloca en un dilema de difícil resolución. Por eso, esta película no es mala, sin llegar a ser notable. Es un aviso que nos coloca en el origen del pensamiento y nos dice, bien a las claras, que no apaguemos esa zona de la mente en donde se almacenan los recuerdos…porque nosotros no somos más que nuestros recuerdos.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

EL MILAGRO DE MORGAN CREEK (1944), de Preston Sturges

 

Llamarse Trudy es toda una responsabilidad, pero cuando el apellido en Kockenlocker ya se te viene el mundo encima. Eso es lo que siente la buena de Trudy cuando ve a los jóvenes de su pueblo, Morgan Creek, marcharse al frente. ¡Qué menos que darles una despedida memorable para que tengan todas las ganas del mundo de regresar! Es lo mínimo. Sí, todo el mundo sale, les vitorea, viva, viva y luego regresan a sus casas, pero Trudy es diferente, ella quiere ir a las fiestas de despedida, a pesar de que su padre, el jefe de policía de la ciudad, está absolutamente en contra de esas muestras de afecto. Todo va perfecto. Incluso Trudy tiene un noviete que también está deseando alistarse aunque su salud no es que sea la mejor de las trincheras. El caso, y aquí viene lo bueno, es que al día siguiente de una fiesta memorable, Trudy no recuerda nada de la noche anterior porque se pegó un buen coscorrón, pero resulta que se ha casado con uno de los reclutas, aunque no sabe ni su nombre, ni quién es y, esa misma tarde de amnesia y desorientación, resulta que se entera que está preñada. Horror.

¿A quién acude Trudy? Pues a su hermana, que parece que tiene la cabeza sobre los hombros y se piensa las cosas dos veces. ¿Qué le aconseja? Coger al noviete y liarle. Él será el marido y el padre. Las dos cosas al mismo tiempo. Sin embargo, cuando el muchacho se entera de los planes de las dos hermanas, él pergeña su propio plan. El lío está montado en Morgan Creek, señores. Eso sí, para no adelantarles nada después de tan prometedor planteamiento, puedo decirles que lo que va a encontrar Trudy es mucho amor, mucha comprensión y enredos a mansalva.

El director Preston Sturges realizó una de sus mejores comedias. Él mismo la bautizó como “la reina de las comedias locas” y a fe que es así. El ritmo es trepidante, los equívocos se suceden, las situaciones estrambóticas parecen cosa de la cotidianeidad corriente en ese villorrio de Morgan Creek. Lastimosamente, esta película hoy es pasto del olvido por la sencilla razón de que Sturges no consiguió que ninguna estrella protagonizara su extraordinario guión. Puso a Betty Hutton en la cabecera de reparto para encarnar a la alocada Trudy. Y ella es la más conocida de todos. Eddie Bracken es el noviete, Diana Lynn es la hermana y el habitual secundario de todas las comedias de Preston Sturges, el inefable William Demarest es el padre de las chicas que vela por la consabida moralidad del lugar. El resultado es desternillante, muy bueno, con un sentido de la comedia que pocas veces se ha podido ver en el cine, con Preston Sturges sacando el máximo de esa cantidad de actores de segunda que tiene a su disposición y que consiguen dar lo mejor de sí mismos. Si quieren salir a la calle con la sonrisa en los labios, no lo duden, su elección es pegarse un viaje hasta Morgan Creek y ver lo que allí ocurre. Las carcajadas se van a oír en el frente europeo y los soldados allí destinados querrán volver volando.

martes, 11 de noviembre de 2025

LA ORGANIZACIÓN CRIMINAL (1973), de John Flynn

 

Todo en orden. Se ha entrado a cometer a un atraco a un banco y han pillado al fulano. Al trullo y siguiente. El tipo es muy inteligente y cumple condena sin ningún problema. Quizá las cosas no estuviesen suficientemente planeadas o entró en juego el factor suerte, que también cuenta cuando se intenta algo así. Sin embargo, una vez pagada la deuda, el individuo en cuestión tiene otro problema. El banco que se atrevió a asaltar era de la Mafia. Y van a ir a por él. Así que es la deuda multiplicada por dos. Aquí se lía todo. Es de esperar, teniendo en cuenta que el cerebro de todo es el mismo tipo que se cargó a los más altos cargos de esa misma organización no mucho tiempo atrás.

Esta última referencia va dirigida a todos aquellos que disfrutaron con A quemarropa, de John Boorman, protagonizada por Lee Marvin. En esta ocasión, el personaje central es el mismo y se supone que esta película es una continuación de aquella, basada también en otra novela del gran Donald Westlake. Sólo que en lugar de Walker como nombre, esta vez se llama Macklin y, en vez de los rasgos de Lee Marvin, nos encontramos con las expresiones precisas y muy matizadas de Robert Duvall. Y el asunto funciona. Como si fuera un mecanismo de relojería estamos ante otra de esas olvidadas películas que es realmente buena, con un reparto excepcional, que completan nombres de probada solvencia como Karen Black, Robert Ryan, Richard Jaeckel y Joanna Cassidy y la obligada visita al cine negro más clásico con la inolvidable Jane Greer de Retorno al pasado, la pérfida Marie Windsor de Atraco perfecto, o el omnipresente Elisha Cook Jr. que paseó su cara de psicópata por esta última también o El halcón maltés, o El sueño eterno. El resultado es una magnífica historia que da continuidad a ese personaje que vive siempre en el filo y que trata de huir por todos los medios de esa maldición que es ser perseguido por la organización criminal que, dio la casualidad, que era la propietaria de un banco. Todo es una cuestión de dinero.

“Es lo primero que aprendes en la vida. Es muy peligroso hacerse con los enemigos equivocados”. Macklin lo sabe y, a pesar de su aplomo y de su experiencia, trata de deshacerse por todos los medios de su vida anterior. No quiere volver a ser un criminal de medio pelo que tiene que rebañar todas las vasijas para conseguir lo que considera suyo. Ya perdió a su mujer. Ahora también tendrá que perder a su hermano mientras él está entre rejas. Estos criminales van a por todas y no se van a parar en contemplaciones. No sólo quieren su dinero, sino que también quieren impartir una lección para que no haya otros individuos que piensen lo mismo que Macklin, o Walker, o Parker. La voz se correrá y ya no habrá más temerarios que entren y salgan con un botín tan cuantioso. Si les pillas, mala suerte. Habrá que esperar un par de años para que pasen por la justicia de los malos, pero acabarán pasando por ella. Y Macklin es un viejo enemigo de viejas cuentas. El duelo es por todo lo alto.

viernes, 7 de noviembre de 2025

EL PRADO (1990), de Jim Sheridan

 

Esta no es la historia sobre un campo en medio de Irlanda que sale a subasta y que un americano quiere convertir en un próspero negocio. Es la historia del orgullo que le queda a un hombre a través de ese prado que salvó de la hambruna a su familia y que quiere legar a su hijo. Tal vez porque no tiene nada más, o puede que sea por esa estúpida cabezonería irlandesa que impide que los cambios se produzcan con naturalidad. No quiere dinero, no quiere compensaciones, sólo quiere su prado. Más allá de cualquier otra consideración terrenal, ese campo perteneció a los McCabe durante generaciones y no va a venir ningún americano a convertirlo en su precioso comercio de vistas privilegiadas mientras mira con arrogancia las pintorescas costumbres locales.

Bull McCabe, el viejo tozudo, tampoco es que saboree demasiada felicidad en su existencia. Apenas se habla con su mujer. Es verdad que el dolor les visitó cuando uno de sus hijos falleció por causas no demasiado claras y eso enfrió cualquier posibilidad de acercamiento entre los dos. Es difícil superar eso. Y más aún si se pretende arrebatar a McCabe ese campo que es el total de la herencia que quiere dejar a su otro hijo, una especie de botarate que disfruta con las brumas crueles que gasta a la viuda que es la aparcera del campo y que no comparte con su padre su pasión por la tierra, ni por las costumbres o tradiciones. Él sólo quiere el dinero para salir de allí y buscarse una buena botella con la que pasar sus tardes interminables en Cork, o en Galway, o en cualquier ciudad en la que merezca la pena emborracharse.

A pesar de eso, Bull hará que su hijo luche por la tierra. La tierra se quedará, pero las razones que impulsaban a Bull se evaporarán como las gotas de rocío bajo el sol de la mañana de la húmeda Irlanda. Bull McCabe sabrá que nada merecía la pena, conocerá el precio de la soledad y ya sólo le quedará esperar a que un rayo le parta en cualquier explanada verde de su amada tierra. La tierra. Las personas. Aceite. Agua.

Richard Harris estuvo extraordinario en el papel de Bull McCabe, marcando en cada una de sus arrugas la experiencia de una vida tan dura como su cabeza. El viento parece que habla a través de su barba, sus miradas son siempre más elocuentes que cualquier frase del diálogo. El director Jim Sheridan, irlandés de nacimiento, es una elección más que adecuada para llevar adelante esta película. Detrás de Harris, un reparto de solidez contrastada con nombres como Sean Bean, Brenda Friker, Tom Berenger y un fantástico John Hurt, poseedor de todos los secretos de los habitantes del pequeño pueblo cercano al prado del título. Resulta muy curioso comprobar cómo, con apenas un mimbre de historia, centrada en algo prácticamente anecdótico, se convierte en una trama que acaba por ser vibrante, llena de energía, que huye premeditadamente de la trampa de la melancolía para ser un tratado sobre la ira y la terquedad. Al final, es verdad, queda un regusto a corto, a que no se ha llegado a llenar la apetencia por una buena historia, pero se ha visto a un monstruo en escena y eso es algo que nunca se debería perder.

jueves, 6 de noviembre de 2025

LOS TIGRES (2025), de Alberto Rodríguez

 

Dentro del agua, en el fondo del mar, las cosas se deforman hasta límites grotescos. Cualquier objeto gigantesco parece aún más grande cuando estás a su lado. Los peces se asemejan a habitantes observadores de una realidad velada que se enturbia a cada metro de profundidad. El sol ya no llega con sus brazos de luz y sólo la intuición o la experiencia parecen los compañeros ideales de una búsqueda, de una reparación, de un rescate o de cualquier otra misión. El agua, en contra de lo que se cree, no es un amigo. Es un medio hostil que extiende sus sutiles trampas en el inmenso tapete líquido de la incertidumbre.

Es posible que alguien que ya ha tenido demasiadas inmersiones, que ha probado el sabor de la sal en todas las latitudes, que ha sufrido síndromes de descompresión, tenga que emboscarse en esa agua que le ha servido como medio de vida para ofrecer una salida a su atascada existencia. Las cosas no han salido como él esperaba y sólo tiene una hermana, una posibilidad y una jubilación tan cercana como el casco de un buque que necesita una revisión completa. Él sabe moverse en las profundidades. Fuera del agua, no sabe. De algún modo, tiene una mentalidad más propia de un pez que de un hombre. A su lado, una hermana que pone el cerebro, la calma, la inteligencia, la precisión, no sólo acuática, sino también verbal. Ambos son seres perdidos en ese desierto de agua que sólo trata de ahogar a todo el que tienta, una y otra vez, a la suerte.

Hay que reconocer que una película sobre un par de submarinistas que se mueven entre la aventura y el drama es una originalidad nunca vista en el cine español. Alberto Rodríguez y Rafael Cobos siguen tocando todos los palos para demostrar que, en su imaginación, caben grupos de policía, espías, cárceles modelo y la presión insoportable a doscientos metros. Y el resultado es bueno, en parte, porque tiene a dos intérpretes de categoría superior, como Antonio de la Torre y Bárbara Lennie. El primero, ofrece esos ojos que esconden todos los trazos propios de la experiencia, con sus heridas, con sus sueños rotos, con sus momentos de gloria efímera y sus inmersiones de sustento. La segunda, una vez más, nos regala una de las miradas más inteligentes de todo nuestro cine, con una serenidad que va más allá de su belleza llena de clase y seguridad. El resto, es el silencio de las burbujas, la angustia de la claustrofobia marítima, la agonía de desear que las cosas salgan bien para que el final feliz consista, simplemente, en que los protagonistas sigan con su vida. Puede que, por el camino, exista alguna huella difusa o algo increíble en determinado lance, pero eso no empaña la certeza de que se ha visto una película diferente, entretenida, apasionante a ratos y muy entrecortada en sus respiraciones.

Así que cuidado con las búsquedas a profundidad superior. Puede que sea el primer paso hacia el triunfo o, por el contrario, se conviertan en el prólogo del fracaso más desolador. En una tierra sin piedad, el agua se transforma en un infierno del que es muy difícil salir. Se dejan compañeros, se obtiene el presentimiento de que el cuerpo está diciendo basta, se emboquilla el oxígeno necesario para creer que otra realidad es posible y todo ello, no siempre termina bien. El mar lo sabe y es el que mejor sabe esperar. Aquel que lo visita a menudo suele ser una víctima propiciatoria para dejarse engullir por un estado de somnolencia que abraza y consume, que tira y aguarda. Mientras tanto, lo único que hay que hacer es hallar la mejor manera de caminar hacia la orilla y empezar a vivir en tierra firme. Algo que tampoco es fácil, pero que, de alguna manera, permite dormir tranquilo cuando los huesos y los músculos claman por un descanso que el agua no otorga. Y es el momento en el que la respiración fluye con calma y el corazón y los pulmones se sosiegan en la dulce retaguardia de la vida.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

EL REPARTO (1968), de Gordon Flemyng

 

El trabajo es fácil. Pan comido. Se entra en el Coliseo de Los Ángeles en pleno partido de fútbol y se roba el taquillaje. Entrar y salir. Ya está. Cuatro hombres, los movimientos cronometrados al milímetro. Cada uno sabe lo que tiene que hacer. Si se hace rápido, la policía no sabrá ni por dónde empezar. McClain sabe mucho sobre el asunto. Luego, más tarde, se decide que el botín lo guarde la novia de McClain. Hay que dejar pasar unos días hasta que las sirenas se callen y haya un poco más de tranquilidad. Sin embargo, ocurre lo inesperado. La novia de McClain es asesinada. El dinero se volatiliza. Y, claro, todo el resto de la banda piensa lo más lógico y es que McClain tiene el dinero, pero no lo tiene. Así que tenemos a un ladrón que tiene que investigar qué ha pasado con el asesinato de su novia para demostrar a sus colegas de golpe que él no se ha llevado la pasta. En el fondo, McClain es como un quarterback de fútbol americano. Tiene que retroceder, elegir el pase, cantar la jugada y efectuar el lanzamiento. Y eso sí que no es nada fácil.

Al fondo, un poco escorado, hay un policía algo molesto que trata de esclarecer el robo. El problema está en que parece que calla algo más de lo que cuenta y McClain, perro viejo de viejas estratagemas, comienza a sospechar que el asunto sale de su más estricta competencia. Ahora no sólo va a tener que ser el quarterback sino que también va a apostarse en la banda y decidir los cambios.

Estupenda y desconocida película con un reparto realmente extraordinario que incluye nombres como Jim Brown, Ernest Borgnine, Dihann Carroll, Julie Harris, Gene Hackman, Jack Klugman, Warren Oates, James Whitmore y Donald Sutherland. Ahí es nada. Todos ellos intérpretes de solidez para participar en el reparto de esos billetes que queman y matan. Por si fueran poco todos los nombres anteriores, en el guión y en el material de partida figura el nombre de Donald Westlake, reputadísimo autor de novela negra que aquí da una vuelta de tuerca más al género de atraco. Sí, es cierto, quizá la película se resiente un poco de la mediocre dirección de Gordon Flemyng, un realizador integrado en el blaxploitation de la época, sobre todo en lo que concierne a los flashbacks que restan tensión a una obra que podría haber sido una estupenda historia de atracos y posterioridades.

Así que mucho cuidado. No se relajen. Un golpe puede salir a la perfección, con todos sus detalles planeados hasta la exasperación y aún así no haber acabado cuando se llega con las bolsas llenas, la risotada a punto y las armas sin tocar. Cuanta más gente participa, más riesgo de filtraciones. Todos querrán una parte del pastel siempre y cuando no hayan planeado quedarse con toda la tarta. Y asegúrense que el cabecilla no sea demasiado listo. Les puede complicar la vida a conciencia. Y más aún si hay un policía listo tratando de llenarse los bolsillos de papel con ceros y la placa de honores. Cuidado con el reparto.

martes, 4 de noviembre de 2025

VERANO DEL 42 (1971), de Robert Mulligan

 

Es curioso comprobar cómo el tiempo cambia nuestras actitudes. Cuando eres apenas un adolescente y te enamoras de alguien, recuerdas que estás pendiente de cada uno de los movimientos de la persona amada. Y te fijas en cómo cae su pelo, como se buscan complicidades, cómo ella movía las manos aunque lo que buscase no era a ti, cómo cambiaba la mirada buscando otro sitio en donde apoyarse. También recuerdas, y a veces no lo recuerdas, cómo eras capaz de sentirte amigo de tus amigos, esa sensación de ser alguien importante en la vida de otra docena más de seres con los que has coincidido en el tiempo y en el espacio. Aquellas confidencias, aquellos secretos a media voz, aquella traición, aquella pelea en la que casi llegas a las manos. Sin embargo, hay cosas que, más allá del recuerdo, las tienes atesoradas en algún lugar de tu memoria sensitiva. Sabes que te sentías inferior, que no eras capaz de rellenar el hueco del ausente porque no tenías recursos, por muy bien que te sintieras. Podías acudir al siempre socorrido humor, podías desear con todas tus fuerzas probar el que sentías que era el amor de tu vida, aunque sólo fuera la tontería del verano, podías cerrar los ojos y dejar volar tu imaginación creyendo que aquello con lo que fantaseabas podía ser verdad. Y no, nunca lo era. En esta ocasión, en este verano del 42, sí se hizo realidad algo que se imaginó y las cosas ya no fueron nunca más las mismas.

A esas edades, en las que no eres niño, pero tampoco eres hombre, parece que todo es irritantemente etéreo y, al mismo tiempo, es abrumadoramente real. Puede que las olas del mar sean un acompañamiento perfecto y que, en un momento dado, sólo en un momento, des con la tecla adecuada, esa que hace entornar los ojos a esa chica, mucho mayor que tú, que se ve seducida por culpa de la impertinente soledad, de la desesperante espera, de la inocencia que ella también quiere volver a probar. Sí, ella es ese deseo desbocado que, por un instante, se convierte en realidad. Y, cuando pasa, se aprovecha, se vive, pero no se guarda, pasa demasiado rápido, apenas un segundo en la eternidad, apenas una sensación del repertorio por mucho que luego sea un recuerdo que no quieres borrar y que, tal vez, nadie podrá saber nunca.

Robert Mulligan, como siempre en su trayectoria, vuelve al mundo de la ingenuidad infantil para desarrollar una historia de amor en la isla de Nantucket, mitad fantasía, mitad realidad. El resultado es una película que, hoy en día, es muy difícil que se llegue a pasar por ninguna cadena porque, en realidad, se pone en juego la seducción de un menor por parte de una mujer…por mucho que el menor también quiera seducir. Aún así, la película está recubierta de una pátina nostálgica, como si fuera un recuerdo mal contado, como si fuera esa sensación que pasa fugaz y que, por un maldito instante, te hizo el chico más afortunado de la Tierra. Eso no pasa siempre. Eso no pasa nunca.

viernes, 31 de octubre de 2025

LOS NUEVOS CENTURIONES (1972), de Richard Fleischer

Quizá no sea una buena idea entrar a formar parte del cuerpo de Policía a la vez que se intentan acabar los estudios en leyes. La noche es adictiva y el día está para dormir. Si además, tienes familia, el encaje es tan complicado que apenas puedes pisar el freno para evitarlo. Eso es lo que le pasa a Roy Fehler, un tipo lleno de pájaros en la cabeza que ingresa en la policía como simple patrullero y al que le asignan como pareja uno de esos fulanos que ha estado en mil y una batallas, que sabe cómo lidiar con las luces cegadoras de la oscuridad, que ha detenido a tantos y a tantas que la lista apenas cabría en un largo rollo de papel higiénico. Y eso es en lo que se ha convertido ser uno de los nuevos centuriones de la nueva Roma. Un enorme sumidero por el que se van muchísimas vidas perdidas, que ya han bajado la acera y sólo quieren ser devorados por la humedad del asfalto, por la droga que corre como la espuma, por la seguridad de que la decepción va a ser la placa a enseñar.

Joseph Wambaugh fue un escritor que quiso novelizar sus experiencias durante catorce años como policía de calle. Una fue ésta, Los nuevos centuriones. Otra, de la cual renegó con violencia, fue La patrulla de los inmorales. La tercera, fue ese descenso a los infiernos de la moral y de la resistencia policial que era El campo de cebollas. En todas ellas, su relato no es nada amable, si bien su intención, sin lugar a dudas, era poner en valor todo el trabajo policial a pie de acera que se hace tan sordamente y al cual guardamos siempre muy poca gratitud. En esta ocasión, quizá, estamos ante la mejor adaptación al cine de todas sus novelas, con un retrato minucioso de cómo la ciudad devora a los agentes de la ley, haciéndoles olvidar ambiciones y planes, familia y futuro. Sólo está ese maldito coche maloliente, esas putrefactas calles llenas de prostitución, delincuencia y drogas, esa mugrienta comisaría donde se reciben instrucciones cada mañana y a la que se vuelve con el ánimo en los zapatos por la noche. Richard Fleischer dirige con mucho pulso, especialmente en la primera mitad de la película, con un retrato minucioso de una sociedad inmersa en la basura moral y física, que está viviendo prácticamente un apocalipsis y apenas se da cuenta y que no hace más que despertar impotencia y frustración a todos aquellos que quieren servir y proteger. Los trabajos interpretativos de George C. Scott y de Stacy Keach son realmente competentes y resultan perfectos en medio de ese descenso a los infiernos con el tráfico regulado por semáforos.

Y es que nada es como nos lo habíamos imaginado. Uno sueña con hacer algo de justicia, ayudar a las personas, tener un trabajo y prosperar y se queda ahí, en un callejón sucio y maloliente, con la pistola colgando del cincho y el orgullo continuamente malherido. Lo malo es que no hay unidad de cuidados intensivos para él. Hay que reconstituirse cada mañana. Y para hacerlo, no siempre se escoge la mejor manera. Cuidado con ser el nuevo centurión de unas legiones de azul y noche.

 

jueves, 30 de octubre de 2025

LOS DOMINGOS (2025), de Alauda Ruiz de Azúa

 

Si Dios existe, es casi seguro que sonríe cuando se le sirve de tantas maneras como formas de amar existen. Dios estará satisfecho cuando haces algo por alguien más, cuando se deja de lado el egoísmo inherente al ser humano y trabajas para que otras personas viven mejor, o, incluso, mueren mejor. O cuando se ofrece consuelo cuando la vida golpea tan dura que es casi imposible encajar sus reveses. O cuando se da amor sin esperar nada a cambio, porque él mismo sabe que el amor, en demasiadas ocasiones, no es correspondido. Es difícil, muy difícil, creer que a Dios se le sirve entregando la vida a la clausura para dedicar todas las horas del día a una oración interminable. Por mucha fe que se posea.

Y detrás de la decisión de profesar los hábitos para la clausura puede haber muchas razones. Algunas incomprensibles como aquella de la llamada que se siente, que Dios te habla para decirte que quiere que alguien sea suyo, solamente para escuchar letanías que son repetidas hasta la saciedad y que Dios debe tener un cajón lleno de paciencia para escucharlas. Sin embargo, si somos capaces de mirar hacia nuestro interior y darnos cuenta de que la condición que nos acompaña siempre es la humana y no la divina, entonces podríamos darnos cuenta, así como quien no quiere la cosa, que el hábito se toma para escapar del dolor. Al fin y al cabo, ese puñado de almas que solamente se muestra detrás de una verja, en actitud de rezo, viven en una especie de pecera, aisladas del mundo exterior, sin más contacto que el que quiera filtrar la superiora o el prior, con el convencimiento de la mente de que están haciendo algo importante para la Humanidad cuando, en realidad, es un retiro que está a salvo de todo dolor. Dolor, dolor, dolor…hay que reconocer que, como seres humanos, tenemos que enfrentarnos a él en muchas ocasiones y, en muchas ocasiones, salimos perdiendo con una derrota que se instala en el corazón y que es incapaz de encontrar una salida.

Por ejemplo, no deja de ser curioso que ese puñado de monjas aisladas, obligadas por obediencia, castidad, caridad y oración, pidan por alguien que se escapa tanto de las oraciones habituales como los inspectores de Hacienda… ¿En serio? No, no, no me entiendan mal. También son seres de Dios… pero ¿en serio me van a decir que esa profesión tiene algo que ver con algo medianamente divino? No, eso no ayuda y dudo mucho que eso complazca a Dios salvo para exhibir una media sonrisa de desaprobación. No obstante, el dolor sigue ahí, en medio de todas esas mujeres que han decidido renunciar a las pasiones terrenales y dedicarse a una espiritualidad sin utilidad alguna salvo para ellas mismas. Es así de fácil y así de terrenal. Por mucho cerrojo y mucha verja que haya en el camino.

Esta película está impecablemente dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, que ya dio muestras de ser una directora para tener muy en cuenta con Cinco lobitos. En esta ocasión, demuestra que no sólo hace de la sobriedad, un estilo, y que domina a la perfección la triple acción paralela, sino que es sobresaliente en la dirección de actores porque absolutamente todos están divinos. Por supuesto, con mención especial para Blanca Soroa, que otorga un físico y una actitud muy creíble para ese personaje que quiere profesar como monja y que, en el fondo, tiene una personalidad muy zarandeada por una edad conflictiva que, en rara ocasión, deja trasludir, y, desde luego, para Patricia López Arnáiz, tía de la susodicha, atea por convicción, que es depositaria de enormes cantidades de dolor y de pena y que, precisamente, no tiene lugar en donde refugiarse. Todo ello forma un entramado urdido a la perfección que se olvida de tendencias de ningún lado para centrarse en la propia debilidad humana que mueve a todos los personajes, cada uno a cuestas con la suya, y que pesa tanto que no pueden librarse de ella. A lo mejor, sólo es una sugerencia, a Dios también se le sirve tratando de quitarse de encima todo aquello que nos atenaza y nos paraliza. No es fácil, pero estoy seguro de que cada vez que luchamos contra todo eso, Dios esboza una sonrisa que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros. 

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL SARGENTO YORK (1941), de Howard Hawks

 

La eterna lucha entre la conciencia y el patriotismo fue algo más que un campo de batalla para el Sargento Alvin York. Él no era más que un pacífico granjero que vivía en algún lugar perdido del Medio Oeste, cazando conejos, desarrollando su puntería, dando catequesis a los niños en la parroquia del pueblo, llevando una existencia tranquila y acorde con sus creencias y experiencias. Sin embargo, la patria le reclama para marchar al frente en la Primera Guerra Mundial. York se siente apelado a su interior más íntimo porque, en realidad, se declara objetor de conciencia. No puede dirigir esa escopeta que tantas veces ha disparado a los conejos hacia un ser humano. Ni siquiera viendo cómo sus compañeros hunden su cabeza en el barro mientras tratan de avanzar en la ofensiva del Argonne. Es un hombre coherente, tranquilo, que quiere vivir en paz consigo mismo porque sabe que, si entra en guerra, no podrá seguir adelante. Las circunstancias le harán cambiar de parecer. Tendrá que coger un arma. Tendrá que arrastrarse por el barro. Tendrá que disparar a otros seres humanos…y tendrá que recoger una medalla al valor por hacer todo eso.

Quizá nadie mejor que Gary Cooper para trasladar las inmensas contradicciones de un personaje que rechaza las trincheras y que se convierte en un héroe de guerra. En su interior, incluso después de su hazaña, se dirimirá también el dilema de utilizarlo como propaganda, como ejemplo de arrojo en el campo de batalla y él no quiere nada de todo eso porque no encuentra honroso haber matado a unos cuantos, más de la cuenta. Él sólo encuentra honor en haber salvado a sus compañeros y poder traerlos de nuevo a casa. El resto es sólo humo, pólvora, gritos, desgracias y sangre.

Howard Hawks, que en un principio estaba destinado a dirigir Casablanca, intercambió el proyecto con Michael Curtiz, buen amigo suyo, en una cena en un restaurante de Hollywood. Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con los encargos que les habían asignado y, no obstante, se les ocurrieron varias ideas con el proyecto del otro. Decidieron cambiar sus obligaciones. Curtiz se haría cargo de Casablanca, no sin antes hacer caso a esa escena que Hawks ya había imaginado con los nazis cantando y siendo acallados a los sones de La Marsellesa. Hawks haría lo propio con El Sargento York, no sin antes hacer caso a escena que Curtiz ya había imaginado con el protagonista yendo de trinchera en trinchera para acabar con los enemigos uno a uno. El resultado es una de esas películas que no se olvidan, que distan mucho de enaltecer los valores patrióticos para quedarse en la figura del Sargento Alvin C. York, un hombre sencillo, que sólo quería cuidar su granja, dar catequesis, reírse con sus vecinos, comer un buen plato de carne con repollo cocido y contar historias con un café caliente en la mano. Ah…y cazar conejos tal y como le había enseñado su padre.

martes, 28 de octubre de 2025

EL MUELLE DE LAS BRUMAS (Quai des brumes) (1938), de Marcel Carné

 

La niebla cae sobre el puerto de El Havre. Es densa, casi es como si se elevara una cortina de agua sobre el aire y se pudiera beber. De entre sus velos, surge un hombre. Es un desertor que busca una vía de escape para empezar una nueva vida en algún lugar de América, tal vez Venezuela. Cualquier sitio mejor que Francia, que camina inexorable hacia una guerra con Alemania y que recrudece la represión en Argelia. Todo es un mal negocio. Se trata de subirse a un barco, cueste lo que cueste. Pero allí, en El Havre, se encuentra con una chica que le hace ver que el horizonte existe, que la esperanza aguarda, que hay razones para creer que, después de la niebla, aparece el sol. Él sólo tiene algunos francos en el bolsillo, sus ropas civiles, un pasaporte y un perro pequeño. Se da cuenta de que ella es el objeto de la lujuria de muchos hombres y, del interior de este soldado renegado, aparecen las ganas de protegerla, de librarla de sus chulos, de ofrecerle un futuro en América del Sur, en el primer barco que zarpe. Son vidas a la deriva que están ancladas en un puerto asolado por la niebla. Además de todo ello, la policía militar le busca. Es que no pueden pasar sin él en ese cuartel mugriento en el que ha consumido buena parte de su juventud. Adentrarse en el muelle de las brumas va a ser una aventura en la que se dejará algo más que su huida.

Otra obra maestra de Marcel Carné, con una historia desesperanzada y, a la vez, casi sublime en su hermosura. Con una cuidadísima fotografía que debe moverse en un permanente estado de neblina, Carné articula una historia de amor imposible entre Jean Gabin y Michelle Morgan que llega a impresionar porque, en todo momento, se ve lo pegajosa que llega a ser la vida, lo mucho que no nos deja disfrutar, los terribles obstáculos que coloca en medio para que no se lleguen a realizar los planes que se trazan como único plan de evasión. Al fin y al cabo, ese soldado que interpreta Gabin ya ha vivido todo lo que debía, ha bebido parte de ello y ahora sólo quiere quitarse de en medio, como si ya no existiese. El resultado es una película excepcional, desesperanzada y, a la vez, extrañamente optimista. No se olvida con facilidad.

Así que cuidado con esas pisadas de resonancia única, con el pavés de suelo húmedo que casi se exhibe con orgullo y que, a cada paso, parece que recomienda un nuevo escondite, una nueva fuga, una nueva ilusión. Las personas, en sí mismas, también se convierten en obstáculos insalvables para que dos corazones inicien una historia que no han querido comenzar y que, sin embargo, ahí está, esperando su resolución, agazapándose en un destino que, como todos podemos imaginar, no será tan feliz. La vida nunca lo es. Más bien es esa niebla que no deja ver con claridad todo lo que podríamos llegar a ser.



viernes, 24 de octubre de 2025

DIANE KEATON: EL ENCANTO DE UNA SONRISA INDEPENDIENTE

 

Yo sé que Annie sale de su propio cuerpo cuando hacemos el amor. Es lógico y normal. ¿Quién querría quedarse conmigo mientras ella puede vivir todas las vidas que quiera, ser los personajes que desee y pulular por las aventuras que se le presenten? Yo sé que, en medio de sus inseguridades, hay un corazón enorme, de una mujer sensible e inteligente, que siempre ha defendido con uñas y dientes su propia independencia. Así fue cuando se hundió en los tormentos de una vida impensable en las tres partes de El padrino, siendo la desgraciada mujer de Michael Corleone. Sin embargo, Annie llegó a su madurez a través de ese pequeño gafotas, no sé qué le vería. Se llamaba Woody Allen, se juntó con él personal y profesionalmente e hicieron juntos unas cuantas películas que han pasado a la historia. Ahí está Sueños de un seductor, o esa marcianada que fue El dormilón, o ese repaso por la filosofía rusa, más cerca del infierno que del cielo, en La última noche de Boris Grushenko. Sin embargo, Annie será para mí siempre Annie Hall. Yo creo que ahí es donde fue, prácticamente, ella misma. Con esa forma de vestir, con esa forma de moverse, con esa vacilación a través de cada paso de la gran manzana. Ella fue Annie. Y se quedó siendo Annie. Y además le dieron una figurita de oro muy apreciada en la profesión.

A continuación, Annie hizo una de esas aventuras que se han quedado para siempre en mi imaginario y en mi formación personal. Me enamoré de ella y me desenamoré varias veces mientras la veía, otra vez con el gafotas ese, en Manhattan, rapsodia de amor a una ciudad y a una forma de vida que, no obstante, no guarda sitio para la confianza en los demás. Ahí Annie fue Mary, siempre atractiva, temblorosa en la punta de sus sentimientos, dañina en su comportamiento obsesivo y errático. Y yo vagué con ella por las calles de Manhattan, en busca de un amor que, muy posiblemente, dejé escapar.

Claro, entre medias, Annie no se quedaba quieta. Bien que se fue con un tal Richard Brooks para describir el viaje sexual de una mujer, verdadera radiografía de la época en sus tabúes y sus fingimientos, en Buscando al señor Goodbar y volvió a juntarse otra vez con el gafotas fastidioso porque quería homenajear a un sueco en la espléndida Interiores, quizá la mejor película seria de un cineasta poco serio.

Luego dejó al gafotas, y se fue con un tipo guapo y bien parecido, algo caprichoso, pero con talento. Viajó hasta el corazón de la revolución soviética para hacer Rojos y… ¿saben qué? Annie fue lo mejor de la película. Mejor que el tal Warren Beatty, mejor que su amiguete Jack Nicholson, mejor que todo lo demás. Tal vez, la película era tan grande que mucha gente no vio el inmenso talento que ella desplegaba, pero, ya se sabe. No todo el mundo es capaz de apreciar el caviar…y más cuando se sirve en medio de la estepa.

Annie fue muy guerrera. Lo demostró calzándose una ametralladora para jugar a los espías en La chica del tambor, de George Roy Hill, basándose en una novela de John Le Carré. No muchos aprecian esta película, pero yo sí, porque vi a Annie cómoda, con su camiseta de tirantes y sus pantalones de faena. Ella era esa chica que se infiltra y espía y lo hace mejor que nadie.

Luego vino lo de compartir unas cuantas escenas con Jessica Lange y con Sissy Spacek en la más que apreciable Crímenes del corazón, una aventura de Annie que ha quedado muy, muy olvidada. Y luego encarnó a una ejecutiva perdida con un bebé en brazos en Baby, tú vales mucho que lo único que hizo es confirmar que Annie sólo había una.

Cuando se decide hacer una nueva versión de aquella El padre de la novia, de Vincente Minnelli, se piensa inmediatamente en ella para servir de contrapeso ideal a los excesos de Steve Martin. Y el maldito gafotas la llama de nuevo para pasar con ella un pedazo de aventura que se llamó Misterioso asesinato en Manhattan, entre crímenes, espejos, vecinos sospechosos y risas con unos diálogos maravillosos, ella lo hace todo al lado de Woody. Quién fuera él.

Annie tiene una estupenda capacidad para reírse de sí misma y desinhibirse, sobre todo, si tiene al lado a dos gamberras como Bette Midler y Goldie Hawn en El club de las primeras esposas. Y Annie aún nos regala un gran trabajo, de esos que sólo están al alcance de muy pocas como ella, en La habitación de Marvin y la acompaña nada que Meryl Streep. Y Annie le gana la partida..

A partir de aquí, como hace siempre, Annie se despreocupó un poco y sus aventuras fueron más inocuas, más olvidables, más dispersas y mucho más ligeras, aunque todavía nos deja una comedia de altura como Cuando menos te lo esperas, haciendo una divertida pareja con Jack Nicholson. Hay películas que están hechas para que recordemos lo que dos actores maduros nos han hecho sentir durante tantos años…

Poco mencionable, a partir de este momento. Quizá su emparejamiento con Kevin Kline en una historia por debajo de sus posibilidades como Por fin solos o el encanto que desprende su matrimonio con Morgan Freeman en la estupenda y desapercibida Ático sin ascensor. En cualquier caso, en ningún momento Annie ha dejado de salirse de su propio cuerpo para vivir un buen puñado de aventuras en el cuerpo de sus personajes. Ahora mismo, acaba de hacerlo. Y por última vez. Annie es así. No avisaba nunca. De repente, estaba como ausente. Yo, por mi parte, no importa a donde vaya. Siempre la llevaré conmigo.

jueves, 23 de octubre de 2025

CAZA DE BRUJAS (2025), de Luca Guadagnino

 

Vivimos unos tiempos en los que se ha instalado el pensamiento único. Es obligatorio creer en determinados extremos porque, si no es así, se corre el riesgo de ser sacrificado, crucificado, vilipendiado y, en última instancia, cancelado. Es un intento descarado por aniquilar el criterio propio porque, ya se sabe, eso es un auténtico peligro para la élite del poder. Es necesario que una gran parte se vea arrastrada por esa marea de no salirse de la norma. No es más que una enorme cortina de humo porque, mientras estemos ocupados en tales asuntos, no seremos capaces de articular un pensamiento pergeñado e inventado por nosotros mismos. Es la dictadura del pensar.

Esto se puede trasladar a cualquier campo que se nos ocurra. Más aún si ese campo es el universitario porque, desde tiempos inmemoriales, se ha perpetuado la idea de que ahí es donde reside el núcleo de la intelectualidad, seres que piensan, sienten y actúan a otro nivel porque poseen el nivel de conocimiento necesario como para no ser rebatidos y, si lo son, se hace con algún punto de reparo, no vaya a ser que en el razonamiento o argumentario salgamos perdiendo por goleada.

Una alumna es víctima de un abuso sexual por parte de un profesor. Y sin más pruebas, interrogatorios o comisiones de investigación, se la cree porque lo dice ella. Y no sólo eso, sino que la víctima quiere que otros profesores la apoyen porque, además de ser buenos docentes, es probable que guarden algún sentimiento hacia ella. Un castillo en el aire que se sostiene sólo porque hay que creerla y punto. Puede que, para agravar aún más el asunto, haya algo de verdad en lo que cuenta, pero el profesor acusado, mucho antes de cualquier juicio o encuesta, es despedido sin tener en cuenta su impecable curriculum académico, su competencia docente o su labor de investigación. Cancelado. No hay más.

En ese contexto, puede que los profesores a los que la víctima alude y pide ayuda, no tengan ni idea de lo que ha pasado. Sólo hay que apoyarla porque la chica en cuestión tiene un comportamiento sexual liberado, es de color y no hay más que hablar. Cuando se le niega el apoyo, entonces es el momento de extender la duda hacia todos aquellos que han guardado silencio, no importa que la acusación no sea de tipo sexual. Vale cualquiera porque, al fin y al cabo, la universidad se va a movilizar en su favor. Ella es la víctima. Punto. Hay que resarcirla de algún modo.

Nunca me gustó demasiado el director Luca Guadagnino en sus anteriores y afamados intentos como Call me by your name o Queer, pero hay que reconocer que en esta ocasión es posible que haya realizado su mejor película, narrando e interpelando directamente al espectador sobre una serie de asuntos espinosos que están de tremenda actualidad sin nombrar directamente a ninguno. Para ello, necesita que el público esté bien atento a las acciones y reacciones de este grupo de personajes que está capitaneado por una espléndida Julia Roberts, que realiza una interpretación fantástica y que se sobrepone con admirable entereza a los estragos del tiempo. También cabe mencionar el maravilloso trabajo que realiza Michael Stuhlbarg como su marido, sibarita de profesión que tiene grandes momentos de diálogo. El resultado es una película explicativa, en la que las pasiones se vuelven tóxicas y las actitudes, equívocas y deja bien claro que las cuentas pagadas son la mejor solución para llegar a la tranquilidad de conciencia.

Es mejor utilizar el criterio propio, créanme. Posiblemente, se han olvidado ya para qué servía, pero se trata de ver todas las informaciones, separar el grano de la paja, seleccionar qué es lo que creemos que es verdad y qué es mentira y, a partir de ahí, formular nuestro propio pensamiento. Si seguimos la doctrina que, desde los distintos estamentos, se nos está imponiendo, no nos queda más que la infelicidad porque jamás estaremos de acuerdo con nuestra naturaleza, nunca podremos sentirnos satisfechos con la argumentación nacida de nuestro intelecto. No hace falta ser pedante ni nada de eso. Basta con tener la suficiente cultura y educación como para decir lo que pensamos sin pensar que eso va a generar malas caras, peores reacciones y el silencio del teléfono. 

miércoles, 22 de octubre de 2025

MISÁNTROPO (2023), de Damián Szifron

 

Un individuo se sube a un rascacielos y comienza a disparar indiscriminadamente a todo el que pasa por delante de su mirilla. Los blancos son perfectos. Es como si fuera un francotirador de élite eliminando parte de la basura que lo cerca a sus pies. Casi treinta muertos. Todos de un solo disparo. El FBI está desconcertado. Por eso, el agente encargado de la investigación intuye que hay una agente de policía local que podría ayudarles con el caso. Ella, en el fondo, tampoco se lleva muy bien con el resto de la Humanidad. Es como si, en todo momento, quisiera demostrar algo. Es irregular reclutar para el FBI a una simple agente de policía sin estudios, pero haciendo la típica trampa de hacerle desempeñar sobre el papel a un enlace entre los federales y los locales, ella se une al equipo.

Y, sin duda, la chica tiene dedicación. Ella proviene de la noche ingrata, de la ciudad más sucia, del rechazo. Igual que el asesino, que parece que ha desarrollado un odio hacia el resto de la condición humana que desahoga con disparos. Es así de sencillo. Es un individuo que ya está harto de los demás. No ha tenido facilidades. Sus sueños no se han cumplido. Ha sido rechazado allá por donde ha ido. Sólo ha tenido el refugio temporal de la casa familiar en una granja en medio de la nieve. Por eso, los disparos son tan secos, tan únicos, tan inesperados. Muerte a todos. ¿Qué os hace creer que merecéis más que yo la vida?

La primera aventura americana del director Damián Szifron se revela como bastante aceptable, con un argumento policíaco de cierto interés al establecer ese paralelismo, salvando las distancias, entre el asesino y la agente encargada de saber qué es lo que se esconde tras la psicopatía del francotirador. Shallene Woodley da el tipo para encarnarla porque es una actriz que destila una mirada inteligente y, al mismo tiempo, se pueden intuir las cicatrices de que se hacen cada vez más profundas en un alma que se niega a mostrar. Por otro lado, es muy interesante el retrato que realiza Ben Mendehlsson en la piel del agente del FBI encargado, en un notable ejemplo de insertar la homosexualidad en la vida ordinaria de uno de los protagonistas sin que en ningún momento se advierta ningún elemento forzado. Sólo quizá al final, Szifron se recrea un poco en algo que debería terminar con más síntesis lo cual podría haber guardado una mayor dosis de agresividad repentina. Es algo alargado. Puede que demasiadas explicaciones para unir los sentimientos de cazadora y cazado.

Así que es el momento de seguir paso a paso la investigación que se realiza en torno a ese francotirador de formación paramilitar, que sólo ha obtenido las miradas de falsa seguridad de todos aquellos a los que ha conocido. Y, al mismo tiempo, también hay que situarse detrás de esa policía que ha querido serlo para enderezar una vida que tenía demasiado torcida siendo, quizá, un embrión que, de no haber dado un volantazo en su vida, habría subido a una torre y hubiera disparado a unos cuantos transeúntes.

martes, 21 de octubre de 2025

TIOVIVO c. 1950 (2004), de José Luis Garci

 

Como decía Manuel Alcántara: “Eran tiempos muy difíciles, pero, tal vez, eran los más nuestros” y esta serie de estampas en el Madrid alrededor de 1950 no hace más que reafirmase en esa sentencia. Por aquellas calles de una nación triste y necesitada, pululaban todo tipo de personajes que la hacían ridícula, sí, pero también única. En este fresco lleno de viñetas nos encontramos con gente buena, gente mala, gente cierta, gente equivocada, gente de ida, gente engañada, gente engañosa, gente…sólo gente. Tal vez, como ahora mismo, sólo que con más hambre. Por ahí tenemos al paralítico que perdió una pierna en cada bando. O al optimista que cree firmemente que España es la reserva espiritual de Occidente. O al listo que comercia con el estraperlo de la cultura. O la grotesca representación de una corrida de toros en el escenario del Florida Park del Retiro, con sus olés, sus aplausos y su petición de oreja. España…España…qué triste y qué hermosa. Tú bien vales un baile casi etéreo al son de Cheek to cheek, o la bondad de unos compañeros de banco que se aprestan a una farsa con tal de que el conserje, pobre e ingenuo, quede bien con su familia. Sí, esos mismos compañeros que apuestan por uno de ellos en un duelo inimaginable contra la máquina calculadora, de manivela y reciente aparición. De alguna manera, volvemos a La colmena, de Mario Camus, con otro plantel de intérpretes extraordinario, que va de María Asquerino a Agustín González, de Miguel Rellán a Carlos Hipólito, de Alfredo Landa (fantástico diagnosticando el mal de un coche por teléfono en base a su ruido) a Andrés Pajares, de Elsa Pataky, quizá en su mejor interpretación, a Antonio Dechent, de Enrique Villén a Luis Varela, de Fernando Guillén Cuervo a Ana Fernández, de Ángel de Andrés López a Aurora Bautista, de Manuel Galiana a Luisa Martín…y muchos más. Todos ellos con esa visión de la España oportunista, que estaba a la que saltaba con tal de sobrevivir. Muchos países dentro de esa nación que se arrastraba por el gris, por el paletismo, por los días sin sol y el frío inclemente.

José Luis Garci, al lado de Horacio Valcárcel en el guion, consiguió una excelente película, primorosamente fotografiada, sin un hilo argumental aparente. Sólo son escenas de aquellos días tan espantosamente difíciles y, sin embargo, tan nuestros. Decenas de historias, con sus inquietudes, sus inmensas frustraciones, sus sueños de cortísimo alcance porque, con toda probabilidad, sólo llegaban al día siguiente. No era tiempo de poetas, sino de listos. No era tiempo de supervivencia, sólo de vivos.

No falta el buen humor en muchas de esas estampas rápidas y resueltas con dos pinceladas maestras. Madrid está cansada, con sus luces miserables y sus nieblas impertinentes. La gente deambula de aquí para allá, con sus planes racionados, sus dineros escasos y extraviados, sus corazones heridos. Quizá, nos dice Garci, no hemos acabado de superar todo aquello. Por eso, es bueno que el cine vuelva a recordarnos que hubo un tiempo en el que había menos comida y más personas. 

viernes, 17 de octubre de 2025

EL CAZADOR DE RECOMPENSAS (2022), de Walter Hill

 

Max Borlund es un tipo que se dedica a atrapar a forajidos a cambio de la recompensa. Sin preguntas, ni respuestas. Él va, lo atrapa, lo entrega y cobra. Sin más. Sin embargo, además de su bien ganada fama de ser más rápido que el viento, también le gusta pensar que, en algún lugar de su interior, aún queda algo de humanidad. No es de piedra. Por eso, alguien le contrata para ir a buscar a su mujer secuestrada. Un encargo en el que, además de cobrar, también puede ayudar a las personas. Parece ser que un sargento de color del ejército ha decidido extorsionar al marido y exigir varias cantidades de dinero si quiere volver a ver a su esposa. Borlund no es tonto. Algo huele rematadamente mal en ese encargo en el que se le pide oficiar de policía con una autorización especial para operar en el territorio de México. Y, para más sospecha, se le asigna un cabo del ejército, también de color, que, por supuesto, irá de incógnito cabalgando a su lado. Demasiadas cosas que no cuadran. Max Borlund tendrá que decidir entre cobrar y su conciencia.

No cabe duda de que la premisa inicial de la película parece beber directamente de esa extraordinaria fuente que es Los profesionales, de Richard Brooks. Sin embargo, pronto se agota la fórmula y pasa a ser una especie de homenaje a Budd Boetticher salpicado con algunas imágenes y músicas más propias del spaghetti western. El resultado es bueno. Con un Christoph Waltz especializado en el papel de pistolero foráneo deseoso de cobrar cantidades más que suculentas, sólo que, en esta ocasión, se mueve por un raro sentido de la honestidad, mucho más directo que el cazador de recompensas que interpreta en Django desencadenado, de Quentin Tarantino. La película, además, cuenta con una climática fotografía ámbar que recuerda mucho a John Sturges y que resulta muy adecuada para rodear de tensión los avatares del cazador, su ayudante, la mujer a rescatar (por cierto, de armas tomar), el supuesto secuestrador y, como no podía faltar, un vengativo y todopoderoso terrateniente que responde al curioso nombre de Tiberio Vargas. Ah, por cierto, por el camino, Borlund también tendrá que enfrentarse a un forajido, poseedor también de una ética que está en contra de la del cazador de recompensas, que dio con sus huesos en la cárcel gracias a la eficiencia germánica con la que trabaja Borlund.

Así que ya saben. Si les cae un encargo con mucho dinero prometido y las circunstancias no acaban de encajar, desconfíen. Seguramente habrá algo que no se les ha contado y, si es así, tendrán que descubrirlo a golpe de revólver. Max Borlund, de alguna manera, se une a la galería de no héroes del director y guionista Walter Hill que demuestra que pudo ser grande aunque se quedara a medio camino. Un camino polvoriento y sin agua, lleno de trampas, de sed y de desprecio. El mismo que debe recorrer Max Borlund. Un tipo que va, agarra, entrega y cobra. Salvo que se dé cuenta de que en el proceso puede perder la única parte de verdadero ser humano que le queda. No hay más que ver con qué frialdad dispara.

jueves, 16 de octubre de 2025

BALA PERDIDA (2025), de Darren Aronofsky

 

No es la primera vez que podemos asistir a un retorcimiento del género negro consistente en la aparición de personajes algo estrambóticos en lugar de los consabidos malvados de vida equivocada. En esta ocasión, tenemos a un punky de los de antes, bastante desterrados de la memoria con sus afamadas crestas de gallo, a unos judíos ortodoxos, a unos ucranianos con muy malas pulgas y a un protagonista desorientado, perdedor por naturaleza, que siempre lleva en la conciencia la certeza de que podría haber sido un buen contendiente de la vida y se ha quedado en el fracaso significado detrás de la barra de un bar.

Por supuesto, no deja de haber un homenaje al que es, posiblemente, uno de los héroes más significativos del género, porque todo gira en torno al encargo de cuidar un gato. Y Philip Marlowe, el detective nacido de la imaginación de Raymond Chandler, tenía uno y, de hecho, era uno de los motivos iniciales para la trama de El largo adiós, de Robert Altman. Si tomamos como elemento adicional que el asunto está dirigido por un cineasta al borde de la paranoia excesiva como Darren Aronofsky, es posible que tengamos un cuadro bastante completo de lo que se puede esperar de esta película.

Y es que, aquí, el héroe es un chico que, realmente, tiene poco de espabilado y se ve mezclado en unos zarandeos que no entiende muy bien. A él sólo le han dado un gato para cuidar en una ausencia y eso es todo. Tiene una novia que está dispuesta a plantearse con seriedad la posibilidad de una vida en común, una madre que no deja de llamarle para hablar con entusiasmo desmedido del béisbol y, aunque no tiene muchas luces, trata de ponerse al día como gato (nunca mejor dicho) panza arriba. El resultado es una película que aprueba bien justito porque, a pesar de que los categóricos de turno, ya se ha dicho que es lo menos Aronofsky de Aronofsky, algo que una mente abierta me tendría que explicar porque no comprendo que un cineasta que ha hecho auténticos bodrios como Noé o como Madre, ahora se intente clasificar porque se atreve con una historia negra que, a pesar de la inclusión de los personajes mencionados, está muy lejos de la perplejidad de los descritos por Guy Ritchie, o de la originalidad estructural de Quentin Tarantino.

Así que, ya saben, mucho cuidado con acceder a cuidar de la mascota del vecino, puede que, en un momento dado, les revienten un riñón o que la madeja de salga de madre y haya algún muerto que duela de verdad. Todo gira en torno a algo que no se sabe muy bien qué es, pero que se intuye, Más que nada porque el chico en cuestión, un Austin Butler aplicado, pero no genial, es un bateador que ha llegado a tercera base y ya no se ha movido de ahí. La rodilla no le deja. Va a tener que gastar dos o tres neuronas de más para que todo lo que se desborda no llegue a la inundación. Mientras tanto, no lo duden, Darren Aronofsky nos llena la película de música estridente, bastante desbocada, que no pone en el ambiente de finales de los noventa en los que se supone que está ambientada la trama, pero hay que reconocer que sí se inspira cierta curiosidad sobre cuál va a ser el destino y, sobre todo, la salida de ese protagonista que menea el bate a diestro y siniestro esperando tener su oportunidad. Habría que señalar que hay actores de probada capacidad que pueblan las calles de esta travesía como Liev Schreiber, Vincent D´Onofrio o esa aparición especial del final con sólo una palabra de diálogo que no voy a desvelar. Lo dicho, aprobado y por los pelos. Algo más de cine. Algo menos de paranoia.

No cabe duda de que, cuando hay dudas, lo que hay que hacer es seguir el dinero. Aunque uno esté anclado en la tercera base, hay que correr con todo el fondo posible y tratar de que los daños sean los menores posibles. Aquí no pasa eso porque, por supuesto, el director no deja de hurgar con sonrisa de cierto sadismo, en los lados más oscuros del ser humano y, en algún pasaje, llega a ser bastante incómodo. ¿Están ustedes dispuestos a lanzar para que ese bateador anote carrera? Ya me contarán.