Quizá no sea una buena
idea entrar a formar parte del cuerpo de Policía a la vez que se intentan
acabar los estudios en leyes. La noche es adictiva y el día está para dormir.
Si además, tienes familia, el encaje es tan complicado que apenas puedes pisar
el freno para evitarlo. Eso es lo que le pasa a Roy Fehler, un tipo lleno de
pájaros en la cabeza que ingresa en la policía como simple patrullero y al que
le asignan como pareja uno de esos fulanos que ha estado en mil y una batallas,
que sabe cómo lidiar con las luces cegadoras de la oscuridad, que ha detenido a
tantos y a tantas que la lista apenas cabría en un largo rollo de papel
higiénico. Y eso es en lo que se ha convertido ser uno de los nuevos
centuriones de la nueva Roma. Un enorme sumidero por el que se van muchísimas
vidas perdidas, que ya han bajado la acera y sólo quieren ser devorados por la
humedad del asfalto, por la droga que corre como la espuma, por la seguridad de
que la decepción va a ser la placa a enseñar.
Joseph Wambaugh fue un
escritor que quiso novelizar sus experiencias durante catorce años como policía
de calle. Una fue ésta, Los nuevos
centuriones. Otra, de la cual renegó con violencia, fue La patrulla de los inmorales. La
tercera, fue ese descenso a los infiernos de la moral y de la resistencia
policial que era El campo de cebollas.
En todas ellas, su relato no es nada amable, si bien su intención, sin lugar a
dudas, era poner en valor todo el trabajo policial a pie de acera que se hace
tan sordamente y al cual guardamos siempre muy poca gratitud. En esta ocasión,
quizá, estamos ante la mejor adaptación al cine de todas sus novelas, con un
retrato minucioso de cómo la ciudad devora a los agentes de la ley, haciéndoles
olvidar ambiciones y planes, familia y futuro. Sólo está ese maldito coche
maloliente, esas putrefactas calles llenas de prostitución, delincuencia y
drogas, esa mugrienta comisaría donde se reciben instrucciones cada mañana y a
la que se vuelve con el ánimo en los zapatos por la noche. Richard Fleischer
dirige con mucho pulso, especialmente en la primera mitad de la película, con
un retrato minucioso de una sociedad inmersa en la basura moral y física, que
está viviendo prácticamente un apocalipsis y apenas se da cuenta y que no hace
más que despertar impotencia y frustración a todos aquellos que quieren servir
y proteger. Los trabajos interpretativos de George C. Scott y de Stacy Keach
son realmente competentes y resultan perfectos en medio de ese descenso a los
infiernos con el tráfico regulado por semáforos. 
Y es que nada es como
nos lo habíamos imaginado. Uno sueña con hacer algo de justicia, ayudar a las
personas, tener un trabajo y prosperar y se queda ahí, en un callejón sucio y
maloliente, con la pistola colgando del cincho y el orgullo continuamente
malherido. Lo malo es que no hay unidad de cuidados intensivos para él. Hay que
reconstituirse cada mañana. Y para hacerlo, no siempre se escoge la mejor
manera. Cuidado con ser el nuevo centurión de unas legiones de azul y noche.

 
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