viernes, 31 de octubre de 2025

LOS NUEVOS CENTURIONES (1972), de Richard Fleischer

Quizá no sea una buena idea entrar a formar parte del cuerpo de Policía a la vez que se intentan acabar los estudios en leyes. La noche es adictiva y el día está para dormir. Si además, tienes familia, el encaje es tan complicado que apenas puedes pisar el freno para evitarlo. Eso es lo que le pasa a Roy Fehler, un tipo lleno de pájaros en la cabeza que ingresa en la policía como simple patrullero y al que le asignan como pareja uno de esos fulanos que ha estado en mil y una batallas, que sabe cómo lidiar con las luces cegadoras de la oscuridad, que ha detenido a tantos y a tantas que la lista apenas cabría en un largo rollo de papel higiénico. Y eso es en lo que se ha convertido ser uno de los nuevos centuriones de la nueva Roma. Un enorme sumidero por el que se van muchísimas vidas perdidas, que ya han bajado la acera y sólo quieren ser devorados por la humedad del asfalto, por la droga que corre como la espuma, por la seguridad de que la decepción va a ser la placa a enseñar.

Joseph Wambaugh fue un escritor que quiso novelizar sus experiencias durante catorce años como policía de calle. Una fue ésta, Los nuevos centuriones. Otra, de la cual renegó con violencia, fue La patrulla de los inmorales. La tercera, fue ese descenso a los infiernos de la moral y de la resistencia policial que era El campo de cebollas. En todas ellas, su relato no es nada amable, si bien su intención, sin lugar a dudas, era poner en valor todo el trabajo policial a pie de acera que se hace tan sordamente y al cual guardamos siempre muy poca gratitud. En esta ocasión, quizá, estamos ante la mejor adaptación al cine de todas sus novelas, con un retrato minucioso de cómo la ciudad devora a los agentes de la ley, haciéndoles olvidar ambiciones y planes, familia y futuro. Sólo está ese maldito coche maloliente, esas putrefactas calles llenas de prostitución, delincuencia y drogas, esa mugrienta comisaría donde se reciben instrucciones cada mañana y a la que se vuelve con el ánimo en los zapatos por la noche. Richard Fleischer dirige con mucho pulso, especialmente en la primera mitad de la película, con un retrato minucioso de una sociedad inmersa en la basura moral y física, que está viviendo prácticamente un apocalipsis y apenas se da cuenta y que no hace más que despertar impotencia y frustración a todos aquellos que quieren servir y proteger. Los trabajos interpretativos de George C. Scott y de Stacy Keach son realmente competentes y resultan perfectos en medio de ese descenso a los infiernos con el tráfico regulado por semáforos.

Y es que nada es como nos lo habíamos imaginado. Uno sueña con hacer algo de justicia, ayudar a las personas, tener un trabajo y prosperar y se queda ahí, en un callejón sucio y maloliente, con la pistola colgando del cincho y el orgullo continuamente malherido. Lo malo es que no hay unidad de cuidados intensivos para él. Hay que reconstituirse cada mañana. Y para hacerlo, no siempre se escoge la mejor manera. Cuidado con ser el nuevo centurión de unas legiones de azul y noche.

 

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