El hastío parece
posarse en la polvorienta plaza de un pueblo donde solo el baile de los sábados
trae algo de animación. A su alrededor, como abejas en una colmena, una serie
de personajes tratan de salir de sus mediocres vidas apelando al cariño que
nunca han tenido, comprando el atajo que les lleve a una impresión de
felicidad. La vieja solterona, sus hermanos cortos de inteligencia y largos de
intenciones, el músico guapetón que quiere montar una compañía de zarzuela, la
chica ilusionada que vende trapitos en la mercería, la asquerosa cotilla que
todo lo critica, todo lo comenta y nada tiene, la jovencita que provoca con sus
contoneos y sus vestidos ajustados, los viejos de banco y bastón que miran a su
alrededor para convertirse en el servicio de inteligencia popular…Todos ellos
conforman un universo en el que se cuecen las ambiciones, las codicias, las
ingenuidades, los sueños, la huida como promesa de plenitud en un lugar mejor
del que no se conoce nada. El vino está muy bueno y la tinaja es amplia, señor
juez. Y no hay nada mucho más allá del chismorreo en este pueblo de miserables,
donde se da cita el grand guignol con
aires de terror gótico, de ridiculización profunda, de espejo deformante.
Primero, la
descripción. Paredes blancas, charcos sempiternos, fuente perpetua, charanga
que pasa del twist al pasodoble con
la facilidad de una mentira. Luego, la confesión. Una declaración que despierta
simpatías hacia un pobre hombre sin escrúpulos que va a la deriva y que se
viste de mujer para que una mujer deje de ser un hombre. El miedo al abandono
se intuye dentro de ese teatro grotesco e imposible de crimen y desprecio.
Muchas veces se ha dicho que el dinero mueve el mundo y no tienen razón. Es el
desprecio. Desprecio porque tienen. Desprecio porque no tienen. Desprecio
porque son más. Desprecio porque son menos. Desprecio porque matan. Desprecio
porque mueren. Todo se queda ahí, en la orilla, sin acariciar ni una brizna de
felicidad. Aire opresivo en una España deprimida y deprimente. Charco sucio
donde se depositan las miserias que nos atenazan y que nos hacen tan mediocres,
tan inútiles, tan provincianos. El asunto tendría gracia si no fuera porque hay
muertos.
Y lo del hermano
paralítico es para echarse a llorar. Cuento para conquistar a la novia y
mantenerla a raya. Mentira para embaucar a la señora de posibles para que
suelte dinero a cambio de un poco de amor a deshoras. A este paso, el concierto
va a resultar muy desafinado y ya no quedan demasiados caminos por donde tirar.
La muerte pondrá las cosas en su sitio en un sitio donde las cosas no quieren
estar. Y así todo termina con las esposas en las muñecas y las lágrimas de los
sueños desparramadas por toda la plaza. España negra. España pobre. Pobre
España.
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