Salvar a un niño que
representa la esperanza a través de un país que estalla en llamas. Un tren que
es como una bala en medio del desierto, que sigue su camino pase lo que pase,
con lentitud o rapidez, pero sin detenerse nunca porque la muerte acecha a cada
instante. La traición convive en los vagones y las sorpresas se suceden. Una
estación fantasma en la que solo reina la desolación y se arraiga la congoja
como una araña dispuesta a devorar a su presa. Quizá es época de heroicidades,
de mantener la cabeza fría ante el continuo acoso de los rebeldes que solo
entienden de sangre. Todos colaboran para mantener una supervivencia que parece
escaparse. La vieja máquina de vapor que maneja el entrañable Gupta escupe sus
suspiros de humo por la inmensa llanura india y por el camino habrá asaltos,
raíles rotos en puentes vertiginosos, tiroteos en marcha, reparaciones en plena
vía bajo fuego enemigo…esto es aventura, señores.
Y la aventura avanza
trepidante por la traviesas de madera de un país desangrado, tratando de evitar
el fin de una dinastía y la caída de un imperio. El turbio Van Leyden (Herbert
Lom) plantará la semilla de la sospecha dentro de ese vagón que corre veloz
hacia la seguridad y su ira tratará de acabar no solo con el niño, último descendiente
de una familia de maharajás, sino también con todos los ocupantes que tratan,
sencillamente, de escapar de un infierno ahogado en odio y rabia. El calor será
un enemigo más a batir y más allá de los disparos se adivina un halo de
crueldad en ese horno de polvo y violencia. La India está en llamas y nadie
debe salvarse. Ni siquiera los hombres buenos.
Estupenda película,
llena de acción y de ritmo que solo adolece de la falta de carisma de algunos
de sus intérpretes como es el caso del protagonista, Kenneth More, en la piel
del Capitán Scott, jefe de ese pequeño convoy que trata de llegar a territorio
amigo batallando contra una tempestad de cólera. Solo Lauren Bacall otorga una
elegancia magnífica al conjunto que aún desequilibra más al resto del reparto,
lejos de su prestancia y encanto. Por lo demás, los episodios se suceden con
ligereza, la aventura comienza a ser una compañía constante, todos tienen
ocasión de lucirse y de poner algo de tensión mientras, detrás de las cámaras,
Jack Lee Thompson demuestra que lo suyo era mantener al público en vilo más
allá del puro entretenimiento.
Y es que no es fácil
hacer lo correcto mientras el mundo se desmorona. Una rueca de algodón puede
convertirse en un arma mortal que gira y gira tratando de ser instrumento de
venganza y rencor. La vieja locomotora sigue con su ruido rítmico marchando
hacia el horizonte. Y el día se convertirá en poco más de dos horas de
memorable persecución, de cine auténtico de trucos falsos, de belleza en el
momento y de gozo en la memoria.
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