Barrett es el perfecto
mayordomo. Solo tiene un defecto. Es ese gesto, casi imperceptible, que su cara
dibuja justo después de recibir una orden. Ahí delata que sus intenciones son
aviesas y que, en el fondo y desde su posición de servidumbre, solo quiere
invadir espacios, marcar territorios, intercambiar papeles. Es paciente, tiene
la tranquilidad del humillador. En su servicio hay siempre un ligero matiz de
insulto. Es manipulador, es puro vicio trasladado al otro lado de la puerta de
la cocina. Es un terrorista social que ataca por la espalda cuando no se le ve
venir. Cree que él merece ser el amo y el amo ser su criado. Va extendiendo su
pegajosa tela de araña en silencio, como quien no desea ser notado. Solo hasta
el golpe final. Solo hasta que los abismos de la locura se abran en el reducido
espacio de la casa de su señor. El desprecio está permanentemente en su ánimo.
La sedición es la parte más importante de sus intenciones. Barrett es muy
peligroso. No hay que tomarlo a la ligera.
No hay nada más fácil
que tender trampas en la sociedad acomodada a través del vicio. Solo hay que
abrir puertas y dejarlas bien abiertas para que puedan respirar, desde su
distancia, la misma degeneración. En su interior, Barrett sabe que los
estúpidos petimetres de la clase alta desean ser golfos de baja estofa y que
cuando prueban ese mundo ya no pueden salir. Entre otras cosas porque son
débiles. Y Barrett puede fingir, puede retirarse momentáneamente, puede adoptar
la forma más discreta pero no es débil. Es implacable. Es un monstruo que se
mueve entre plumeros, copas de coñac, platos, ensaladas, comida india, detalles
insignificantes…así hasta que llega a aceptar la ventaja añadida de mujeres
que, en teoría, están fuera de su alcance. Así, la invasión llega a ser total.
Así, la erótica del poder cambia de bando. Y su gesto…su gesto de asco y
desprecio llega a ser el preludio de una locura anunciada. Como un visitante
inesperado en una casa con mayordomo. Como la certeza de que la vida de los
demás importa menos que eso que nos mancha los zapatos en la calle de vez en
cuando. Barrett quiere dominar. Y hará todo lo que haga falta para conseguirlo.
Joseph Losey dirigió
esta turbadora película con la colaboración de un Dirk Bogarde en estado de
gracia, portador de las peores cualidades del conspirador más abyecto,
silencioso manipulador que ofrece sin ofrecer, que enseña sin adoctrinar, que
proyecta su sombra desnuda envuelta en humo lanzando una mirada de desafío
hacia los que mandan. Todo un compendio de actitudes de prepotencia bajo la
máscara del servicio hacia los demás. Y no nos engañemos. Barret, bajo el
rostro de Bogarde, quiere ocupar el sitio que le corresponde. Mucho cuidado al
mirar en la dirección equivocada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario