Hace
algunos años el director y guionista Terry George realizó una buena película
titulada Hotel Ruanda donde narraba
con singular destreza la guerra civil entre hutus y tutsis en ese país a través
de un personaje neutral interpretado con enorme eficacia por Don Cheadle. En
esta ocasión, ha tratado de mostrar el genocidio desconocido, ése que no suele
figurar en los libros de historia ni en ningún análisis político, por parte del
ejército turco hacia el pueblo armenio. La intención no deja de ser buena y el
intento, loable.
Sin embargo, George
parece que olvida todo lo que exhibió anteriormente y se pierde en vericuetos
que hacen de esta película algo soso, sin gracia, incluso aburrido por
momentos. Después de un planteamiento atractivo, con una ambientación excelente
ayudado por la fotografía del gran Javier Aguirresarobe, se estanca, deja de
contar cosas, tan solo se limita a describir la desesperación de unos cuantos
perseguidos que lo único que quieren es abandonar el país y comenzar una nueva
vida.
Entre medias, nos
cuenta una historia de amor que se antoja imposible, tal vez porque las
promesas son inquebrantables. Y, si se ha visto algo de cine, se delata a sí
mismo saltando de Doctor Zhivago a El albergue de la sexta felicidad sin
ningún rubor, llegando a seguir la misma progresión narrativa de la primera. Lamentablemente,
no termina de explicarlo todo, se queda a medias, probablemente obligado por un
metraje que, ya de por sí, resulta demasiado largo. Hay un buen trabajo de
Oscar Isaac y nuevamente asistimos a la sobreactuación de Christian Bale, más
preocupado por mostrar recursos que de dotar de profundidad a un personaje que
resulta mal trazado desde el principio, unidimensional, sin dudas, sin
respuestas. Por allí, pululan algunos actores españoles como Daniel
Giménez-Cacho o Alicia Borrachero y, quizá, hasta se desaprovecha el paisaje
abrupto de las montañas del sur turco. Lo que podía haber sido un conjunto
lírico se queda en un deslavace épico.
Y es que el amor, ¡qué
duda cabe!, guía todos nuestros pasos incluso en los peores momentos de
necesidad, haciendo frente a la ingrata existencia en un intervalo histórico
equivocado. Cuando la vida humana vale menos que una bala, entonces solo queda
agarrarse al amor como única esperanza de un nuevo comienzo que borre tantas
lágrimas, tanta tristeza y tanta desolación. Incluso puede que el azar aparezca
de improviso y se borre la sensación de la libertad para dejar solo la estela
de un recuerdo que, al fin y al cabo, ha construido almas y ha ayudado a
olvidar sufrimientos. Nadie ha reconocido nunca que se asesinaron a un millón y
medio de armenios en los comienzos de la Primera Guerra Mundial y pocos han
llorado por ello. Vergüenza y deshonra para todos. Ojalá el tiempo sea un juez
implacable y acabe devorándolos en las entrañas de su propia ambición.
La amistad puede que
sea el elemento más importante para salvar las vidas inocentes en cualquier
guerra. Sin ella, puede que no tengamos ni las letras impresas, ni los sueños a
salvo. Mientras tanto, habrá que luchar por aquello que es justo, sobre todo
cuando están en juego la paz y la seguridad de muchas personas cuyo único
pecado ha sido existir.
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